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Emilie du Châtelet, filosofía y felicidad
La felicidad del hombre ha sido un tema permanente en la reflexión filosófica. Lo sigue siendo hoy como lo fue en el siglo XVIII, cuando Bernard de Fontenelle, por ejemplo, hizo esta reclamación a los filósofos: “He aquí una materia la [felicidad], la más interesante de todas, la cual los filósofos, sobre todo los antiguos, han tratado extensamente; aunque conociendo su interés, en el fondo se la descuida; y aunque todo mundo habla de ella, pocos la piensan; y aunque los filósofos la hayan tratado extensamente, lo hacen de un modo tan filosófico que los hombres comunes no pueden sacar mucho provecho.”
Esta queja debe haber influido en la marquesa de Châtelet, quien poco después, entre 1745 y 1748, escribió su extenso Discurso sobre la felicidad, que es lo más fresco y transparente que existe sobre el tema.
Ser "propensos a la ilusión" es una gran ayuda para ser feliz, señala Madame du Châtelet. Para ser felices –asegura esta apasionada pensadora– debemos deshacernos de nuestros prejuicios, ser virtuosos, gozar de buena salud, tener inclinaciones y pasiones, ser propensos a la ilusión, pues debemos la mayor parte de nuestros placeres a la ilusión, y ¡ay de los que la pierdan! En lugar de hacerla desaparecer merced a la antorcha de la razón, tratemos de engrosarla…
Voltaire se enamoró de la marquesa, cuando ella tenía veintisiete años: “Confesaré que es tiránica –escribió–, para hacerle la corte es necesario hablarle de metafísica, cuando uno querría hablar de amor.” Emilie fue compañera de estudios y cómplice de Voltaire cuando fue perseguido por sus Cartas filosóficas. Emilie du Châtelet ha de haber sido muy feliz al lado de Voltaire, quien escribió versos para ella como metáfora de Urania, diosa de la tierra: “¡Os adoro, oh mi querida Urania/ ¿Por qué tan tarde me habeís inflamado?/ ¿Qué he hecho en los días de mi juventud?/ Se perdieron; nunca había amado…” Y aunque de esta vida feliz con Voltaire haya nacido su Discurso sobre la felicidad, ella lo escribió cuando ya tenía cuarenta años y el amor con Voltaire se había convertido en amistad. Da la impresión de que el texto le sirvió, entre otras cosas, para poner un poco de orden en sus sentimientos. Al parecer ella guardó lo escrito y no pensó publicarlo en vida. Pero queda claro que Madame du Châtelet entendió en forma positiva la influencia de las pasiones en la acción de los humanos. En eso siguió la línea de la filosofía inglesa y actualizó a Pope y su ensayo sobre el hombre: “Navegamos sobre el vasto océano de la vida; la razón es la brújula, pero la pasión es el viento. No es sólo en la calma donde uno encuentra la divinidad; Dios marcha sobre las mareas; sobre los vientos…”
Aunque su último amante, Saint- Lambert, la hizo profundamente infeliz, nada hace tambalear la solidez de su concepción de la vida y de la felicidad, que nos dejó como apoyo para vivir hoy. Pese a ello, en su propia persona, en su historia de mujer, pareciera haberse cumplido la idea volteriana de que la virtud y la voluntad no bastan para garantizar la humana felicidad. Madame du Châtelet aplicó la sabiduría de su propio discurso: abandonar el amor cuando el amor nos abandona, equilibrar una pasión con otra.
El día de su muerte, a la edad de cuarenta y dos años, Emilie du Châtelet terminó su último trabajo, la traducción al francés de Principios matemáticos de la filosofía, de Newton, que fue editada por sus amigos, con un prólogo de Voltaire: “El dolor de una separación eterna afligía su alma, pero la filosofía, de la que su alma estaba llena, le permitió conservar su coraje...”
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