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La fotografía como análisis
Ricardo Guzmán Wolffer
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Ver y creer,
Hugo José Suárez,
Instituto de investigaciones sociales UNAM/Quinta Chilla Ediciones,
México, 2012.
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Documentar la forma en que se fue formando la colonia Ajusco, al sur de la delegación Coyoacán y atravesada por avenida Aztecas, conlleva varias dificultades, pues la historia de invasiones, documentadas muchas por las peticiones de servicios y regularización de tenencia, ha sido constante y las subdivisiones de los predios originalmente tomados han continuado conforme el núcleo familiar se fue dividiendo o multiplicando. Si bien el trabajo de Suárez hace un concentrado escrito, las fotografías de este ensayo visual abren la perspectiva, pues una fotografía permite más interpretaciones y observaciones que las hechas por el autor del texto. La “sociología visual”, como se anuncia este trabajo, muestra que la fotografía misma es ya una aproximación a la realidad analizada, con eficacia académica probada, y con arraigo popular, pues conlleva la posibilidad de profundizar en la comprensión de lo estudiado o de nosotros mismos.
Los capítulos del libro son: El espacio y su uso, El mercado, De cerca, Fiesta y fe, La vida de las imágenes, El graffiti urbano, y Estilos religiosos. Documentan el desarrollo de esta colonia que tiene peculiaridades por el hecho de ser cruzada por la Avenida Aztecas, lo que modifica la dinámica grupal, que generalmente gira alrededor de una plaza central pero que ahí debe acomodarse al amplio camellón que está entre diez carriles (cinco de cada lado), donde lo mismo hay partidas de ajedrez que mítines políticos, pasando por todas las variantes de una comunidad con varias generaciones de habitantes. Además, el suelo volcánico obliga a establecer una relación con el entorno: algunas viviendas tienen escaleras talladas sobre la roca; hay áreas con viviendas y postes de luz a media calle; las vías interiores no son raras: la diferencia entre el espacio público y privado se pierde cuando las escaleras para llegar a una vivienda toman medio callejón o la reja del zaguán abarca media acera. Sobre el nivel socioeconómico y la intención política resulta demostrativo que haya una estatua de niños mimos con máscara parecida a Salinas de Gortari, quienes suelen pedir dinero en las esquinas.
La calidad de las fotografías es alta y da pie para adentrarnos en el mercado o en la fisonomía de algunos habitantes locales, en los que habrá quien se reconozca a pesar de residir en otras latitudes capitalinas. El sincretismo religioso es destacado y lo mismo confluyen mariachis que concheros o atuendos prehispánicos en las manifestaciones católicas o dedicadas a la Santa Muerte, entre varias. El graffiti parece ser respetado y habla de lo cotidiano y lo religioso, haciendo énfasis de lo étnico y sin desaprovechar las paredes de piedra tallada.
La fotografía como catalizador de la comprensión humana nos lleva a mirar con ojos distintos colonias urbanas, no sólo por su historia y sus habitantes, sino por contener expresiones sociales irrepetibles.
Entre dos mundos
Raúl Olvera Mijares
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Verso y prosa,
Luis Rius,
Fondo de Cultura Económica,
México, 2011.
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Un grato encuentro es el descubrimiento del poeta y profesor de literatura española, perspicaz y sutil ensayista, Luis Rius Azcoita (1930-1984). Uno de esos nombres del exilio español en México con los cuales el primer discrimen consiste en precisar si son transterrados –sirviéndose del término que acuñara José Gaos– o bien hijos de éstos. Una distinción capital existe entre poetas plenamente hechos a su arribo a México, como León Felipe, Emilio Prados o Pedro Garfias, y otros que llegaron casi púberes y bisoños, como Luis Rius, Tomás Segovia, Jomi García Ascot, que se formaron entre nosotros, no sin antes haber sido encandilados por las luces de París, oscilando en el decurso de sus vidas entre México y España. Alguno ha sugerido la denominación de poetas hispanomexicanos, una generación perdida que ambos países tienen dificultades en reconocer.
Volumen promovido por los hijos del poeta, con textos introductorios de Arturo Souto Alabarce, Arcelia Lara Covarrubias y Gonzalo Celorio, que reúne una selección de verso y prosa, con piezas de poemarios como Canciones de vela (1951), libro saludado por Julio Torri con un epílogo; Canciones de ausencia (1954), Canciones de amor y sombra (1965), Canciones a Pilar Rioja (1970) y Cuestión de amor y otros poemas (1984). A juzgar por los títulos, canción y amor son las voces más recurrentes. Luis Rius cultivó la vena erótica casi como aliento vital que lo mantuviera en pie, lozano hasta el umbral de la vejez, hasta prácticamente las últimas batallas que debió rendir ante el cáncer. Se casó dos veces, la primera con Eugenia Caso Lombardo, hija del arqueólogo Alfonso Caso, con quien tuvo tres hijos, Luis, Eugenia y Manuela. El segundo matrimonio fue con la bailarina de flamenco Pilar Rioja (1932), nacida en Torreón, Coahuila, de padres españoles. El gran amor oficial en la vida del poeta, su musa.
Si se toma como punto de comparación el caso de Pedro Garfias (1901-1967), poeta vanguardista, compañero de Gerardo Diego, Jorge Luis Borges y Guillermo de Torre, todos ellos adheridos al ultraísmo, Luis Rius con sus preocupaciones filológicas, fiel seguidor de las lecciones sobre literatura española en la época medieval que dictara Julio Torri, de pronto se halla más cerca de los ideales de la Generación del ʼ27 y el regreso a las fuentes prístinas de la tradición hispana. No precisamente un poeta arcaizante, más bien un paciente conservador de una tradición, hipercrítico con su propia obra a causa de su celo de purista de la lengua, con una obra lírica más bien exigua, frecuentó los metros italianizantes y populares con gran fortuna, sonetista solvente, autor de zéjeles, redondillas y romances, cultor de la silva en múltiples variantes. Es de celebrarse el acierto y el gusto de la presente antología que también permite ver el otro filón en las dotes de literato de Luis Rius, la soltura con la que manejaba la prosa al aderezar ensayos.
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