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Cine para leer (I DE III)
“A contrapelo de la molicie intelectual que es signo de toda cinefilia haragana”: así se habló aquí, hace pocos ayeres, de la aparición del más reciente libro escrito por el maestro Jorge Ayala Blanco –La justeza del cine mexicano–, y exactamente lo mismo puede afirmarse cada vez que alguna nueva y buena edición viene a engrosar el catálogo bibliográfico, ciertamente magro aún, con el que cuenta el cinéfilo nacido en estos pagos para ilustrar, con algo más que los pobrísimos frutos nacidos del opinómetro, sus reflexiones cinematográficas –o meramente para inaugurarlas, en tanto dignas del vocablo “reflexiones”.
Por fortuna para todo aquel que tenga interés en saber más sobre cine mexicano, en tiempos recientes han sido publicados varios libros cuyo tema es algún elemento particular, algún protagonista o alguna época de ésta, nuestra insuficientemente analizada cinematografía. Aquí se hablará de algunos ejemplos.
Un solo golpe de imagen
El querido y respetado colega Carlos Bonfil, compañero en las páginas de este diario, es el coordinador de un espléndido volumen titulado ¡Hoy grandioso estreno! El cartel cinematográfico en México, editado por la Dirección General de Publicaciones de Conaculta y el Imcine en 2011. Precedidos por una presentación/introducción del propio Carlos, los ocho textos fundamentales que componen la obra son autoría de verdaderos especialistas, como se puede constatar: Los primeros años de la promoción fílmica, de Federico Dávalos Orozco; Historias de la cartelística de la Época de Oro de Francisco Peredo; La obra de los artistas españoles para el cine mexicano, de Rogelio Agrasánchez Jr.; Cuando Cabral es la estrella de la película, de Rafael Barajas el Fisgón; El cine de papá. Ocho apuntes sobre carteles de los sesenta, de Roberto Fiesco; Los setenta: echeverrismo y cine independiente, de Rafael Aviña; Cuando diseño carteles de cine, de Alejandro Magallanes, y finalmente El arte de vender en el séptimo arte, de Miguel Ángel Arciniega. Concluyen los poco más de trescientos folios con una interesante y bastante útil bibliografía, así como las semblanzas correspondientes a los autores y los agradecimientos de rigor.
La simple lectura de los títulos capitulares arriba citados, así como la de los mínimos datos curriculares de sus autores, evidencian tanto la estructura del libro como la intención del coordinador: una progresión cronológica que corre desde los inicios del cartel cinematográfico en nuestro país, y llega hasta los días presentes, haciendo en el trayecto una revisión si no exhaustiva –propósito más que arduo, quizá imposible–, sí mucho más que escuetamente panorámica de cuanto ha sucedido a lo largo de una centuria y años de carteles alusivos/promocionales para la producción fílmica local. No paran ahí, por supuesto, los méritos del libro y de su coordinador: otro que se agradece, y mucho, es el acierto de haber destinado cada época o aspecto cartelístico a alguien indudablemente capacitado para su feliz abordaje. ¿Quién mejor, por ejemplo, que ese monero, coleccionista, investigador cuasi obsesivo de la caricatura en México que es el Fisgón, para hablar de las contribuciones a la cartelística cinematográfica –espléndidas, insoslayables–que hiciera el mítico Ernesto el Chango Cabral, de paso confiriéndole a Tin Tan, entre otros, una estatura icónica que permanece hasta el presente? Del mismo modo, pocos diseñadores gráficos tienen, como Alejandro Magallanes, el talento doble de la expresión elocuente lo mismo en la imagen que en la letra. Muchas de las imágenes que identifican a películas nacionales recientes –Párpados azules, El mago, La canción del pulque, por citar algunas– se deben a su creatividad plástica, pero en este volumen hace patente que la pluma también se le da, pues su ensayo revela a profundidad, aunque no por eso sin sencillez, las preocupaciones/intenciones/motivaciones/consideraciones de un cartelista.
Imposible hablar, en tan poco espacio, de lo mucho y sabroso que ¡Hoy grandioso estreno! brinda. Dígase, a manera de conclusión, que se incluyen reproducciones de carteles auténticamente legendarios –el de Canoa, por sólo citar un incontestable–, y que el trabajo editorial, tanto de diseño como de impresión, es impecable. Dígase, de pilón, y en homenaje a un estilo publicitario ya extinto: este es un libro que no puede faltar en su biblioteca.
(Continuará)
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