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Colibrí: del sol al corazón
Agustín Escobar Ledesma |
El colibrí o chupaflor es un ave que con su silencio canta al amor; es de hermoso plumaje, de coloración metálica con matices diversos y cambiantes, y revolotea entre las flores del campo y las ciudades. Es un pájaro americano que se encuentra desde Canadá hasta la Tierra de Fuego; existen 650 especies de las cuales hay alrededor de cincuenta en México y, de éstas, treinta y ocho en Yucatán. En Nazca, Perú, entre otras figuras que sólo son visibles desde el aire, está representado un gigantesco colibrí que los nazcas dibujaron en el suelo seco y calcinado por el sol.
Es de todos sabido que en la guerra, como en el amor, todo se vale. Es un principio universalmente aplicado en estos dos conceptos que parecieran antagónicos, pero que tal vez sean complementarios debido a que en ambos predomina la hemoglobina: el amor está situado en el corazón y la guerra se distingue por el derramamiento de sangre.
Frida Kahlo,
Autorretrato con collar de espinas y colibrí, 1940 |
Es notorio que los sufrimientos provocados por la violencia bélica se curan en los hospitales, sin embargo ¿dónde se curan los corazones rotos? El desamor implica grandes dosis de violencia y dolor. Existen estrategias para librar las batallas del amor, heridas invisibles, que son peores que las cuchilladas traperas. Para restañar éste tipo de llagas hay que acudir a los mercados populares que ofrecen a los lisiados del amor chuparrosas disecadas, pajarillos de origen mágico y mítico que curan las malquerencias y la soledad, lepra que corroe el alma en una práctica ritual que, si buscamos sus orígenes, en nuestro país se remonta a la época prehispánica.
La chuparrosa, por su tamaño, también es conocida como colibrí, pájaro mosca, chupaflor y chupamirto. El más pequeño de su especie es de una belleza insuperable y de un aspecto mágico que en el México antiguo era muy utilizado. Incluso existía el concepto iquehuilotla para designar el acto de enamorar a alguien mediante sortilegios. Aún en nuestros días, a pesar de los esfuerzos de las religiones por desterrar del imaginario colectivo aspectos relacionados con las deidades pretéritas, en el México profundo subsiste la creencia de que, para tener suerte en el amor, hay que llevar un colibrí cerca del corazón. Se dice que el portador gozará de los favores de las mujeres sin importar si es feo, pobre, viejo o las tres condiciones juntas.
Genealogía
Los primeros europeos que llegaron al Orbe Novo se sorprendieron ante el prodigio. Fray Francisco de Ajofrín, en 1776, dice: “Todo su cuerpecito no excede al de una pequeñita almendra; la cola larga, la cabeza proporcionada, el cuello corto, el piquito largo, delgado y fino. Blanco en el nacimiento y negro en la punta; las alitas largas y menudas; tan ligero en su manejo, que cuando vuela casi no se ve y sólo se percibe por un zumbido que hace; sus ojos muy alegres y hermosos. La pluma es verde en la mayor parte, con pintas amarillas y azules. Anda en los jardines chupando las flores y, sin parar su vuelo, mete el piquito en la flor y saca el jugo con tanta delicadeza que ni la maltrata ni aún la inclina abajo.”
En 1557 el doctor Francisco Hernández menciona: “con las plumas del ave, tejidas y combinadas entre sí con suma delicadeza y unidas con gran habilidad, reproducen los artífices indios figuras de sus dioses y toda suerte de cosas con un exacto parecido”. El colibrí, que en náhuatl se llama huitzilin o huitzitzilin, literalmente: espina de turquesa o espina preciosa, fue una de las aves más sagradas de los antiguos mexicanos, ya que representaba al dios Huitzilopochtli quien lo llevaba en su tocado siempre prendido de una flor que representaba el corazón. El colibrí era el nagual –alter ego o contraparte zoomorfa de los dioses, nigromantes y hechiceros–, del dios de la guerra, y con su largo pico libaba el néctar de las flores, o sea la sangre de los corazones; desde entonces se le ha relacionado con el amor, ya que disecado se le cargaba como talismán o amuleto propiciador de la libido, costumbre que subsiste entre los pueblos autóctonos y la población mestiza del campo y las ciudades.
Tsut’ doni
En las comunidades indígenas de Querétaro se conservan antiquísimas prácticas rituales con el colibrí. Los jóvenes ñañhö de Tolimán, según don Erasmo Sánchez Luna, emplean la chuparrosa, que en su lengua se llama tsut’udoni, literalmente pájaro-flor, de tsut’u, pájaro y doni, flor, para establecer contacto con las muchachas, porque éstas representan a las flores y el ave les transmite la fuerza del amor. “El acercamiento a las doncellas es por pasos: la primera vez, con la chuparrosa lo más cerca del corazón del pretendiente, es envuelta como muñeco en un género blanco porque representa la pureza de la muchacha; una o dos semanas después se le pone al ave un listón y un trapo verde que significa la esperanza de que la joven llegará a tus manos; por último se envuelve al pájaro en un listón y un trapo rojo para indicar que ya se hizo el trato, que ya te la ganaste. El ritual debe ser con buena intención y no para andar vacilando”, concluye don Erasmo.
Esa de rojo...
En estos tiempos de relaciones virtuales y sexo cibernético, en algunos mercados públicos de Querétaro, como el Escobedo y el Tepetate y el de Sonora en la antigua México-Tenochtitlan, existen locales que ofrecen amuletos, talismanes y perfumes para que, con magia blanca, negra, azul, verde o de cualquier otro color, las personas desesperadas por el amor que no llega a sus vidas aparezca deslumbrante a la luz del día. Las magias también están al servicio de quienes se encuentran en el séptimo infierno de los celos, o bien tienen a la soledad como su única y fiel compañera; también existen otros motivos para recurrir a prácticas que, dicho sea de paso, están prohibidas por el cristianismo, pero que buscan llenar el vacío que deja la soledad en una tarde cualquiera, o que intentan quitar la mala suerte en los negocios y el trabajo.
Por ejemplo, el chupaflor rojo es para el amor, para atraer al ser querido que huyó con la otra; el azul es para la paz y la tranquilidad en el hogar, y el amarillo es para tener buena suerte en los negocios. El perfume, que por módicos veinte pesos se consigue en el Mercado Escobedo, contiene, según la etiqueta que acompaña al paquete: “Perfume natural de las flores, polvo de chuparrosa disecada en luna llena para que se conserve el perfume natural de las flores. Úselo polveándose todo el cuerpo en día viernes después del baño de alcoba para obtener la gracia del amor y buenas amistades.”
Por su parte, el dependiente de “El Yerberito” del mercado El Tepetate, menciona que las mujeres son quienes más adquieren este tipo de amuletos, que no sobrepasan los treinta pesos. Generalmente son personas entre veinte y cuarenta años de edad. Ellas son las guerreras que combaten el desamor y el abandono con chuparrosas rojas que envuelven entre suaves y perfumadas pantaletas escarlatas o negros y sedosos sostenes. Para los hombres que quieren atraer y atrapar a las féminas para verlas rendidas a sus pies, la fórmula consiste en colocar el ave dentro de un frasco de alcohol durante tres días, pronunciando en voz alta el nombre de la persona deseada cuatro veces por cada uno de los puntos cardinales. Otra manera consiste en poner tres veladoras encendidas, elaboradas con chuparrosa pulverizada y la fotografía de la presunta boca abajo. Los resultados son garantizados. Sin embargo, para darle una ayudadita al conjuro hay que rezar esta oración: “¡Oh chuparrosa divina! Tú que das y quitas el néctar de las flores. Tú que das vida e inculcas a la mujer el amor, yo me acojo a ti como pecador y a tus poderosos fluidos para que me protejas y me des las facultades de poseer y gozar a cuanta mujer yo quiera, ya sea doncella, casada o viuda, pues juro por los espíritus de Memarteki, Guillot, Europan y Bedort no dejarte ni un solo momento de adorarte y conservarte en tu relicario santo para que me concedas lo que te pido, mi chuparrosa hermosa.” La oración, según el instructivo incluido en la compra del ave disecada, hay que hacerla postrado de rodillas ante la imagen de Jesús crucificado, con toda devoción, teniendo en las manos una vela de cera legítima encendida y rematar con tres “Padres nuestro” y tres “Aves María”.
Existen chuparrosas vestidas y desvestidas –sólo faltaba que dijeran que vestidas y alborotadas. Las primeras ya están preparadas para el ritual, las segundas deben llevarse con personas especializadas que les rezan y bendicen. Además, las aves hembras son para los hombres y los pajarillos machos son para las mujeres. Esta ave es la única que existe como amuleto para el amor y, para que surta efecto, hay que llevarla siempre cerca del corazón y, lo principal, se debe tener fe, de otra manera no funciona; también debe de ser alguna persona cercana y conocida, no se vale querer conquistar a Gael García, en el caso de las mujeres, o a Ana de la Reguera, en el caso de los varones, por ejemplo.
El colibrí de Paz
Octavio Paz tiene un pequeño poema al colibrí de la izquierda que condujo a los mexicas en su largo peregrinar; la configuración de La exclamación es cautivadora:
- Quieto
- No en la rama
- En el aire
- No en el aire
- En el instante
- El colibrí
Las cuatro líneas del poema representan los cuatro horizontes, los puntos cardinales, según explica el poeta, porque es una figura geométrica muy querida por los antiguos mesoamericanos, y que tiene un punto en el centro. Nunca son dos, sino cuatro soles, y en el centro, el sol de movimiento. El sol de movimiento podría ser en este caso el instante poético, los poemas cortos, finaliza Paz.
La magia del colibrí estaba directamente vinculada con los guerreros mexicas –según informa el maestro Alfonso Caso–, que al morir en combate o en la piedra de los sacrificios iban al paraíso oriental llamado Tonatiuhichan “casa del Sol”; acompañaban al Sol en jardines llenos de flores, en los que se repetía el simulacro de sus luchas y, cuando bajaban a la tierra, después de cuatro años, se transformaban en colibríes.
El mercado
La Guerra florida subsiste hasta nuestros días en las prácticas rituales del amor. El colibrí cuenta con cientos de prosélitos para cautivar el corazón del ser amado. Es un ritual que sobrevive en los intersticios del subconsciente colectivo para engendrar nueva vida. Sin embargo, como en la guerra y en el amor todo se vale, el costo a pagar es caro, debido, entre otras causas, a que el chupamirto como especie está en peligro de extinción; las avecillas que vemos en los mercados son surtidas por comerciantes de amuletos, elíxires y talismanes del Mercado de Sonora de Ciudad de México, quienes compran y venden miles de colibríes al año ante la más absoluta indiferencia de las autoridades en la materia (de preservación de las especies, no las amorosas). Quienes también contribuyen a la desaparición del chupaflor son los gringos que no se andan por las ramas y debido a su pragmatismo materialista que todo lo que toca lo convierte en mercancía utilizan al colibrí para la coloración verde-negro de los dólares en la transnacional Productos Flex.
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