Portada
Presentación
Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega
Bitácora bifronte
Jair Cortés
El tren sobre el cementerio
Lina Kásdagly
Los desprendimientos de María Auxiliadora Álvarez
José María Espinasa
La escritura multicolor
Adriana Cortés Koloffon entrevista con Suzanne Dracius
Colibrí: del sol al corazón
Agustín Escobar Ledesma
Vicente Rojo: la vuelta
al mundo en 80 años
Francisco Serrano
El testamento de
Atahualpa Yupanqui
Rodolfo Alonso
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Columnas:
La Casa Sosegada
Javier Sicilia
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Bemol Sostenido
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Esto también es México
El puesto acababa de abrir y lo atendía una mujer chaparrita, de mirada más bien serena. Estaba exprimiendo unas naranjas. Apenas me vio, adelantó: ¿en qué puedo servirle, joven? Quisiera un jugo de naranja, señora, pero traigo un billete medio grande. La mujer levantó la vista. No se preocupe, joven, a la vuelta me lo paga. ¿A la vuelta?, pensé. La mujer vació jugo de naranja en un vaso grande. Lo bebí de un trago. La mujer tomó el vaso y puso otro poco más. Lo volví a devorar. En la tarde que pase de vuelta se lo pago, señora, advertí. No se preocupe, joven. Dejé el vaso y continué mi camino, llevándome los ojos serenos de la mujer, que acababa de darme un jugo sin siquiera conocerme. Bajé las escaleras del Metro, todavía desolado, y me encontré con dos caminos: uno llevaba hacia Universidad y otro hacia Indios Verdes. Como no tenía destino fijo, opté por el que tenía más a la mano. Al sentarme sentí que la ciudad entera, de súbito, me abrazaba por la espalda. Cerré los ojos, no fuera a ser que se tratara de una mentira. |