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La escritura multicolor
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Mayra Aguirre Robayo
Memoria de Jorge Icaza
Jorge Icaza nació en Quito el 10 de junio de 1906, perdió a su padre a los tres años y luego se trasladó a vivir con su tío Enrique. Los críticos consideran que su convivencia con los indígenas en la hacienda Chimborazo le influyó para que escribiera Huasipungo, en 1934 (reeditada en 1953). Es la novela más emblemática y la más traducida de la literatura ecuatoriana, incluso adecuada para niños y montada para el teatro. Lo paradójico es que sólo cuando el autor ganó el Premio Nacional de Literatura (1935) con En las calles, la crítica literaria se fijó en su obra.
Icaza contaba con veintiocho años cuando publica Huasipungo, obra de protesta social simbólica, con estilo desgarbado, rudo, violento y sin tapujos, revela la realidad del entorno campesino de la sierra de los terratenientes y de la Iglesia católica que como herencias arrastradas del coloniaje español.
El escritor ecuatoriano Ricardo Descalzi considera que Icaza puso a la luz a los hombres olvidados, forzados por las circunstancias y la tradición a cultivar las tierras de la hacienda. En el argumento, Alfonso Pereira, dueño de la hacienda Cuchitambo, ilusionado por la venta de sus terrenos a Mr. Chapy, gerente de la explotación maderera en Ecuador, viaja a su latifundio para abrir una carretera a los bosques de Guamaní a través de pantanos, en donde mueren docenas de indígenas y otros se enferman de paludismo, y ante la orden de abandonar los huasipungos (minifundios indígenas) Andrés Chiliquinga se revela con la voz: Ñucanchi huasipungoo (nuestro huasipungo). El personaje representa los levantamientos indígenas contra la conquista española. La obra se conduele de la muerte por envenenamiento de su compañera Cunshi. Se ve al patrón dándole una bofetada a Andrés cuando le pide un adelanto para su velorio: “Ay Cunshui, sha. Ay bonifica, sha. ¿Quién ha de cuidar, pes, puerquitus? Pur que te vas sin shevar cuicitu…”
Cecilia Mafla Bustamante analiza la traducción al inglés de Huasipungo, enfatizando las diferencias psico y sociolingüísticas que revelan el uso del diminutivo del quichua como expresión de sumisión hacia el colonizador.
El Chulla Romero y Flores
La ciudad de Quito fue otro de los espacios estéticos que marcaron a El Chulla Romero y Flores (1958), cuya trama transcurre en los años cuarenta. Quito se convierte en el centro de tensiones conflictivas entre lo rural y lo urbano. Habita entre la mezcla chola de cúpulas y tejas, de humo de fábrica, viento y páramo, de olor a huasipungo y misa del alba.
El personaje Chulla evoca al ecuatoriano citadino mestizo, amasado entre el barro del indio y la consistencia del cholo, que deambula por Quito forjando un arquetipo social con las contradicciones históricas gestadas con el coloniaje español. La palabra chulla, etimológicamente, significa uno solo o uno de dos. Equivale a currutaco o chulla leva sin calé. Es un plantillón, mentirosito, enamoradizo, audaz, peleador, y viste un futre terno. A él se le identifica con la frase: “yo te ofrezco, busca quién te dé”, porque le encanta ir a las fiestas ajenas y hacerlas suyas, embauca con ingenio, como pícaro no es amargado y no se achica.
La canción tradicional “Chulla quiteño” incorpora el arquetipo chulla como patrimonio colonial del mestizo anacrónico. Tal vez por eso la crítica literaria mira al chulla como una cosmovisión del imaginario urbano quiteño tradicional, que se actualiza en el trance del país hacia la modernidad en medio de las herencias postcoloniales.
El sociólogo Agustín Cueva ve al chulla novelesco como un desarrapado burócrata que consigue dinero a pesar de ser un mestizo acomplejado, que se porta como un gamonal con los sectores populares. Sin embargo, al final, se acerca a sus vecinos pobres luego de sufrir el desprecio de la alta sociedad a la que pertenecía a medias por sus apellidos Romero y Flores.
El chulla plantillón y pícaro conoció los inicios de la burocratización estatal luego de la revolución juliana (1925). Con las categorías de espacio y tiempo Icaza relató la acción de un personaje ambigüo: hijo de un aristócrata -apodado Majestad y Pobreza- y de la aborigen Domitila, que fiscaliza al político corrupto Ramiro Paredes y Nieto. La dramatización y la adaptación a la televisión han consolidado a la novela como paradigmática de la literatura mestiza andina.
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