Los aviones ametrallaban nuestras casas
los obuses derrumbaban las puertas
la oscuridad entraba en las habitaciones
por los vidrios rotos de las ventanas.
En el balcón habíamos colgado una sábana
y pedíamos auxilio,
sobre una cojín ensangrentado moría
un persona desconocida.
Las dos de la tarde
y llovía
Entre los pimientos y los eucaliptos
ahí en la esquina de la calle desierta
fijábamos los ojos de la esperanza
y esperábamos a que aparecieras
como bandera, como aire
incluso como muerte.
Las dos de la tarde
y llovía.
Las dos de la tarde
y pensaba en ti.
Véase La Jornada Semanal, núm. 738, 26/IV/ 2009.
Versión de Francisco Torres Córdova |