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Televisión con decoro
Las televisiones que producen los gobiernos estatales suelen ser patéticos ejemplos de mediocridad y conformismo. Es cosa común que las topemos en plena, abúlica sesión de zapping y apuremos el dedo en el botón del control remoto, ya que tienen en parrilla programas aburridísimos, casi siempre de discusión “y análisis”, porque un programa donde se sientan de dos a cuatro duchos a dialogar es harto más barato que cualquier producción documental o ya no digamos narrativa. Basta un foro más o menos iluminado, un par de micrófonos monitores de solapa (o de perdida un viejo boom) y una cámara para que tengamos a cuadro un acercamiento a ese señor que con severidad pontifica sobre las dinámicas cualidades de la nueva miscelánea fiscal, o por qué determinada modificación constitucional (a una constitución estatal que a todos tiene sin cuidado) eleva al señor gobernador, y al gabinete del que invariablemente el verborrágico y monocorde ponente forma parte, al parnaso de los notables o por lo menos a hijo predilecto de su entidad. Topar en cambio con programas de producción sencilla y hasta espartana pero que nos “enganchen” al tema que tratan o a la manera en que tratan el tema, es una placentera rareza.
Entonces a veces hay proyectos de televisión estatal que paradójicamente funcionan –y digo “paradójicamente” porque usualmente decir televisión estatal es decir propaganda del gobernador en turno, enriquecimiento inexplicable del director y sus contlapaches, o camaleónicos reacomodos en la administración pública a menudo ligados a bochornosos casos de nepotismo y sempervirente cleptocracia–, pero de vez en cuando surgen valiosas excepciones, y eso parece ser el Canal Mexiquense, del sistema de Radio y Televisión del gobierno del Estado de México. Bien harían las televisoras públicas de otros estados, como Radio Televisión de Veracruz, o TV Nuevo León en fijarse cómo se puede hacer televisión pública decorosa sin estridencias (La licuadora es de pena ajena, y los noticiosos del gobierno jarocho son un lamentable rosario de abyecciones).
Aunque empezó a transmitir desde mediados de 1983, se le brindó personalidad jurídica y administrativa desde julio de 1984. Según el subdirector de concertación y relaciones públicas de SRTVM, Javier Lazcano, la iniciativa de creación del canal fue del entonces gobernador Alfredo Del Mazo. En 1988 la Secretaría de Comunicaciones y Transportes otorgó el permiso para la gestión de patrocinios, y a lo largo de la siguiente década se consolidó el canal en el sistema estatal de radio y televisión, sectorizado en la correspondiente Secretaría de Educación, Cultura y Bienestar Social del Estado de México. Hasta allí nada muy distinto –en apariencia– a la génesis de sus contrapartes en otras entidades de la República, pero llaman la atención varias cosas. Una, que fue a partir de la entronización del salinato y el Grupo Atlacomulco y su sindicato de gobernadores oscuros que ese proyecto de televisión pública cobró auge, y no deja de ser paradójico que efectivamente un grupo político del pragmatismo priísta famoso por sus corruptelas como es el Atlacomulco, desde Hank González y sus herederos Jiménez Cantú y Del Mazo hasta el mismo Enrique Peña Nieto o su delfín Ávila, pasando por personajes de lóbrega fama pública como Emilio Chuayffet, que tan caro le ha salido al país en términos de erario público y democracia, tuviera como subproducto un medio masivo electrónico eficiente y, sobre todo, plural, porque si bien es cierto que el propósito de pluralidad es letra muerta en casi todos los medios que dependen del ánimo burocrático o de la nómina pública, en el Canal Mexiquense sí suelen abrirse cámaras y micrófonos a variadas opiniones sobre el mismo tema, pero sobre todo sorprende su dilección programática por las bellas artes, por programas de calidad (aunque sean “enlatados”, es decir, no de producción propia sino de acervo y crestomatía), y que aún con pocos recursos se produzcan programas amenos y verdaderamente educativos, ahí Misión lectura. Es interesante también que la calidad no decrece a pesar de un ritmo de rotación de directores generales realmente notable: catorce de ellos en veintiocho años, a razón de un reemplazo cada dos años... Lo que obliga a reconocer que algo funciona, quizá por kafkianas omisiones, y que sin duda al seno del Sistema de Radio y Televisión Mexiquense hay gente que disfruta su trabajo y que simplemente lo hace bien.
Y eso es algo que mucho se agradece de este lado de la pantalla.
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