Portada
Presentación
Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega
Bitácora Bifronte
Jair Cortés
El último mar
Nikos Karidis
Agustín Palacios, terapeuta
José Cueli
La censura en el
Río de la Plata
Alejandro Michelena
La cándida sonrisa
de José Bianco
Raúl Olvera Mijares
Mi mamá es un zombi
Germán Chávez
Italia y la caída de Berlusconi
Fabrizio Lorusso
Los cien años de
Josefina Vicens
Gerardo Bustamante Bermúdez
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Columnas:
La Casa Sosegada
Javier Sicilia
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
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Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
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La Otra Escena
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Felipe Garrido
Una vez más
Consternado, don Abundio sacó del baúl donde iban quedando una copia de algo que había mandado a La Voz de la Costa seis, o doce, o quién sabe cuántos años atrás; no estaba seguro; lo había enviado varias veces, pero nunca lo habían publicado. “Por ahora,la falta de espacio, lamentablemente...”, le había dicho siempre el subdirector después de elogiarlo. Lo leyó por encima, saltándose palabras, líneas, párrafos; las páginas en desorden. Lo había enviado tantas veces; lo había leído y releído; lo había repensado insomne tantas noches. De pronto sentía que faltaba alguna parte o que estaba releyendo algo que acababa de leer. “...todos lo repiten... el crecimiento, el bienestar del pueblo, la lucha contra la miseria... las oportunidades, la educación, la tranquilidad... la solución está en el pueblo, el pueblo, el pueblo...” Una pesadilla recurrente, pensó. No era eso lo que buscaban. Se trataba, siempre, de enriquecerse, de ganar el poder. |