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Italia y la caída de Berlusconi
Fabrizio Lorusso
Roma, otoño de 2011, frío en el palacio, calor en las plazas. El Caimán, un apodo del ex Jefe de Gobierno italiano, Silvio Berlusconi, acuñado por el cineasta Nanni Moretti, se ahogó en un charco de escándalos y desmanes, tras casi veinte años en la escena. Hace falta citar las palabras del que muchos definieron como el “dueño de Italia”, patriarca de la economía y de la política. El Cavaliere, hoy sin más corceles y con su séquito diezmado, pareció elegir, por ahora, una salida del poder, tras caer de su silla dorada.
“Ya presenté mi renuncia al cargo de primer ministro. Lo hice por mi sentido de responsabilidad y del Estado, para evitarle a Italia otro ataque de la especulación financiera, lo hice sin haber perdido jamás el voto de confianza del Parlamento. Es más, hemos tenido muchas veces un voto favorable y mayoritario de las dos Cámaras y todavía contamos con esa mayoría. Permítanme decirlo, fue triste ver que un gesto responsable y, permítanme, generoso, como es la renuncia, haya sido recibido con chiflidos e insultos. Sin embargo, como contrapartida de los centenares de manifestantes que ayer estaban en las plazas, hay millones de italianos quienes saben que hicimos con conciencia todo lo posible para defender a nuestras familias y empresas de la crisis global que afectó a todos los países avanzados, no sólo al nuestro. De todos modos, agradezco a los italianos por su cariño y fuerza que nos dieron para lograr muchos de los objetivos que nos habíamos planteado, ya desde 1994, cuando anuncié mi entrada en escena. Ese día cambió la historia de Italia. Nunca he faltado a ese credo político que pronuncié. Fue y es una declaración de amor para Italia. Dije ‘Italia es el país que amo, aquí tengo mis raíces, esperanzas y horizontes, aquí aprendí de mi padre y de la vida el oficio del empresario, aquí aprendí la pasión por la libertad’, no cambiaría ni una coma de esas palabras.”
Así habló Berlusconi, tras dimitir de primer ministro, el pasado 12 de noviembre. En realidad, sí cambió una que otra coma de esas palabras: Italia ya se ha vuelto “un país de mierda” del que se irá pronto, según sus conversaciones telefónicas del julio de 2011, intervenidas por los jueces y, luego, publicadas. Tanto sus seguidores como los opositores vislumbraron ya el cierre de un ciclo de diecisiete años: una época larga, en el centro de la vida política, social, económica e, inclusive, mundana y oscura de Italia. En el palacio del Quirinale, sede de la Presidencia, el Premier –un cargo de primus inter pares según la Constitución, pero de primus super pares, superior a la ley, según la interpretación berlusconiana de la misma Carta– entregó oficialmente su renuncia al presidente de la República, Giorgio Napolitano. Mientras tanto, la plaza se llenaba de ciudadanos, al grito de “payaso”, “a la cárcel”, y aplaudiendo por la quizás definitiva liberación de una pesadilla mediático-política que, en los ochenta, fue un sueño de éxito, aunque marcado por claroscuros sobre los orígenes de su “fortuna”; en los noventa, un experimento político populista y, finalmente, una comedia ridícula y dañina en la última década.
“A los que festejaron por mi supuesta salida de la escena, quiero decir con claridad que a partir de mañana redoblaré mi compromiso en el Parlamento y en todas las instituciones para renovar a Italia. Viva Italia, viva la libertad.” Pese a esta amenaza final, durante horas en las calles ondearon las banderas tricolores y se destaparon botellas de spumante para festejar la retirada de el Caimán. Sin embargo, la efervescencia del momento dejaría pronto espacio a la angustia. En 2011, la tasa de desempleo juvenil fue del treinta por ciento y, aunque la tasa general fue del 8.4 por ciento, siguen las inequidades: el diez por ciento de la población detenta casi el cincuenta por ciento de la riqueza. El gasto público italiano es casi igual al de los otros países de la Unión (50.5 por ciento del PIB) y su recaudación fiscal algo superior (46 por ciento frente al 44 por ciento), pero Italia derrocha más dinero, hay graves problemas éticos y financieros ligados a la evasión fiscal, a la corrupción, a las mafias y a los delitos de cuello blanco. Además, la economía no ha crecido. El PIB subió un 0.87 por ciento promedio en los últimos quince años y sólo el 0.2 por ciento en 2001-2010. Esta década perdida dejó una deuda excepcional, equivalente a 120 por ciento del PIB italiano, la octava del mundo y segunda de la zona euro después de Grecia, que registró un 144 por ciento. Sin embargo, la gran diferencia es que Italia representa la tercera economía europea, con un tamaño poblacional como el de Francia y el Reino Unido, por lo que no podría quebrar o dejar de pagar deudas sin arrastrar al abismo a toda la UE, a la mayoría de sus socios en el mundo y al Euro.
Cartel de periferiadesign |
La recesión de 2009 y 2010 –que Berlusconi negó rotundamente durante meses, pero que hasta hoy sigue surtiendo sus efectos nefastos– terminó de matar al liderazgo de el Caimán, ya golpeado por escándalos judiciales (juicios por corrupción, fraude fiscal, abuso de autoridad y explotación de la prostitución de menores), políticos (compraventa de votos en el Congreso, cooptación de diputados, aprobación de leyes ajustadas para él mismo llamadas ad personam, conflicto de sus intereses particulares con cargos públicos) y morales (no relevantes penalmente, pero sí para la ética pública del “buen gobernante”). Me refiero a frases pronunciadas públicamente, de mal gusto, misóginas y mesiánicas. “Yo soy el Señor, hay algo divino en ser elegido por la gente” y “Ustedes tienen que volverse misioneros, apóstoles, les explicaré el Evangelio según Forza Italia y según Silvio”, en 1994 y 1995 respectivamente. Hay otras recientes, de 2010: “A las mujeres desempleadas: búsquense a un chico adinerado” y “más vale ser apasionados por las chicas hermosas que gay”, y una de 2006: “Tengo demasiado aprecio hacia la inteligencia de los italianos para creer que hay tantos pendejos que voten contra su propio interés.” Es sólo una escueta selección.
Hoy, la erosión de la credibilidad internacional del sistema-país es evidente. Las leyes pro Berlusconi son incontables: despenalización de la falsificación de balances, condonaciones para evasores fiscales, reducción de términos para la prescripción de varios crímenes, unos decretos salva-Rete4, una de sus televisoras que opera ilegalmente, y tres intentos de crear fueros especiales para altos cargos (incluyendo siempre el de primer ministro), todos declarados ilegítimos por la Corte Constitucional.
Por todo ello, las deudas italianas pesan más. Su monto comenzó a subir vertiginosamente hace treinta años, durante los gobiernos despilfarradores de los demócratas cristianos y su aliado, el socialista Bettino Craxi, quien también fue el referente político del Berlusconi empresario en los ochenta. De la construcción (Edilnord y residenciales Milán 2 y 3 para los VIP) al futbol (equipo del Milán), de las tiendas departamentales (Grupo Standa-Rinascente) a los seguros (Mediolanum), del cine (Medusa Film-Blockbuster Italia) a la Tele (Mediaset) y las editoriales (Grupos Mondadori-Einaudi-Grijalbo), el business man milanés da el gran brinco a la política en 1993. Lo hace para suplir la desaparición de sus aliados en Roma, es decir, de los partidos y personajes sacudidos por las investigaciones de los fiscales de Milán, conocidas como Operación Manos Limpias contra los sobornos. Y lo hace también para protegerse de las tenazas de la justicia que se estaban acercando peligrosamente al núcleo de sus intereses. Así, se resignifica la expresión “conflicto de intereses” para Italia, al juntarse en un mando único el poder político y el económico con todos los perjuicios a la democracia que ello conlleva.
Durante los gobiernos de la coalición de centro-derecha, sobre todo en 2001-2006 y 2008-2011, la ONG Freedom House descalificó a Italia en su informe anual sobre libertad de prensa, al bajarla de país libre a semilibre a causa de “la posibilidad del Premier para influir en la TV pública con un conflicto de intereses entre los más claros del mundo”, lo que hace del bel paese un caso “anómalo en la región por las interferencias gubernamentales, sobre todo para cubrir los escándalos de su presidente”. Y el Caimán responde, en 2006: “La prensa extranjera normalmente es de izquierda y nos presenta de manera distinta de lo que es la realidad.” Hay más: el año pasado el índice sobre percepción de la corrupción fue de los peores en Europa. En fin, parece haberse cumplido una parte sustancial del Plan de Renovación Nacional, antidemocrático y subversivo, que sostuviera la logia P2 de la Masonería de la que Berlusconi era integrante con la matrícula 1816.
En Roma, diciembre de 2009. Foto: Alessandro Di Meo |
Tengo treinta y cuatro años. En 1994 tenía diecisiete, es decir la mitad, cuando el hombre que ya estaba entre los más ricos del país y ostentaba el título de Cavaliere del Lavoro, que otorga el Estado a distinguidos empresarios, optó por la “carrera política”. En abril ganó las elecciones, apoyado por una alianza entre partido-empresa Forza Italia, fundado el año anterior, el postfascista Alleanza Nazionale, liderado por Gianfranco Fini, y la formación secesionista y racista de la Liga Norte para la Independencia de la Padania, dominada, hoy como entonces, por el rudo caudillo norteño Umberto Bossi.
Para los que lógicamente no saben qué es la Padania, una nota: según la Lega, se refiere al norte del país, la zona más próspera, que debe su nombre a la llanura padana. Es un territorio difuminado de Turín a Venecia, de Milán a Parma, y sus confines son cambiantes, conforme van variando sus consensos electorales. Se ideó una patria nueva para un supuesto pueblo “céltico, padano y norteño”, distinto del italiano, según los líderes del partido, quienes suelen gritar “la tenemos dura” y “Roma ladrona, la Lega no perdona”, pero no desprecian los cargos en el Parlamento con sede en la capital nacional. Sin duda es posible afirmar que Padania Is a State of Mind: o sea, un invento ideológico de una agrupación populista que cosecha votos valiéndose de la xenofobia, el folclor, la repartición de cuotas de poder y el miedo al otro, sea el sureño o el “extracomunitario”. Si bien a nivel nacional jamás ha rebasado el ocho por ciento de las preferencias, en algunas regiones septentrionales mantiene sus feudos con consenso de entre el quince y el veintiocho por ciento. De cualquier forma, en un sistema parlamentario fragmentado como el italiano, son cifras que determinan la sobrevivencia y las líneas políticas de un gobierno.
Ni nueve meses duró el primer ejecutivo de Berlusconi por los berrinches de su aliado Bossi, así que fue reemplazado por Lamberto Dini con un gabinete técnico, es decir, formado por tecnócratas y no por exponentes de partidos. Su naturaleza bipartisan –derecha e izquierda juntos– es, en realidad, necesaria para proteger a los partidos y sus líderes del enorme costo político que ciertas medidas muy impopulares, normalmente de recorte del gasto y aumento de la recaudación, tienen para ellos.
De 1996 a 2001 los gobiernos de Romano Prodi y Massimo D’Alema, de centro-izquierda, lograron el ingreso de Italia en la moneda europea, pero no quisieron frenar al Caimán quien, por una serie de negociaciones políticas, pudo mantener su poder mediático intacto, junto con el conflicto de intereses, para ganar las elecciones de 2001. Los “progresistas” habían perdido la oportunidad de cambiar el statu quo que desgraciadamente persiste hasta la actualidad. El comienzo del segundo mandato de Berlusconi es recordado por la represión contra los manifestantes en Génova durante la cumbre del G8 y por la consiguiente muerte de Carlo Giuliani, el 20 de julio de 2001. Se quiso dar un golpe duro mas no mortal a los movimientos sociales y antagonistas que allí se juntaron, en ese entonces como hoy, indignados y globales, para seguir la pista para “otro mundo posible” trazada desde la insurrección de Seattle en 1999.
Milán, febrero de 2011 Foto: Luca Bruno |
Dieciséis años después del ejecutivo de Dini, la historia se repite: en sólo diecisiete días, tras el fin del cuarto gabinete de Berlusconi en noviembre de 2011, el presidente Napolitano nombra al nuevo premier: el economista y ex comisario europeo a la competencia, Mario Monti, quien presenta a las cámaras una ley financiera de emergencia, “lágrimas y sangre”. Entonces se instala un ejecutivo de “responsabilidad nacional”, técnico, con Monti ejerciendo también como secretario de Economía para “salvar a Italia”. Lo votan todos los partidos excepto la Lega, que queda como única fuerza de oposición en el Congreso para tratar de recuperar los consensos perdidos por su apoyo al Caimán, vigente hasta hace poco, en vista de las elecciones a celebrarse en 2012 o 2013. El plan de austeridad de Monti– recortes e impuestos por 20 billones de euros –representa, junto a la anterior ley financiera de Berlusconi (54.5 billones), el reajuste financiero más imponente de la historia italiana.
En 1994, cuando participé en la autogestión y ocupación de mi escuela contra los recortes presupuestarios del gobierno, siendo parte de un movimiento estudiantil que cambiaría mi vida, nunca imaginé que el Caimán duraría tanto en el poder y que sobre él escribiría en 2012. Tampoco pensé, cuando entré a estudiar en la Universidad Bocconi de Milán, que su director, el otoñal profesor Mario Monti, sería, en el futuro, el rector del destino de Italia, justo después del mismo Berlusconi. Irónicos destinos.
Un secreto del éxito de Berlusconi sería de índole cultural y antropológica, ya que él parece reunir varios estereotipos, quizá los más bajos, del italiano promedio. Todos los clichés son máscaras de carnaval, caricaturas exageradas, pero finalmente existen: el futbol, opio de los pueblos modernos; la pinta del trovador con mandolín y los chistes del falso latin lover, la televisión y la burla como reinas, la familia y la mamma como ideales, engañados en la práctica; el machismo y la parranda, la fama elevada a ideología nacional, la leyenda del self made man, tramposo pero exitoso, y el orgullo presumido por ser o haber sido (¿él mismo?, ¿o el país?) el centro de la historia de Occidente. Si bien la mayoría de los italianos no se identifican en este conjunto de “creencias” y clichés, éstos se usan como palancas que conforman estrategias políticas ganadoras.
Sus palabras lo confirman: “Pese a las acusaciones infamantes que la oposición lanza en contra del gobierno, nadie en Europa ha hecho tanto y con resultados tan brillantes”, en 2011, y “Mussolini jamás mató a nadie: a los opositores los mandaba de vacaciones al exilio”, en 2003. Para presentar su himno personal “Menos mal que Silvio está”: “Tengo un complejo de superioridad, así que digo ‘menos mal que Silvio está’, nadie hubiese podido hacer mejor que nosotros”, en 2002. Y recuerden, “el Premier no puede mentir, por definición.” (2006.)
Roma, febrero de 2011 |
Pese a los clichés, en Italia hubo fenómenos parecidos a los de otras “democracias industriales maduras”: la política hecha espectáculo, la desconfianza popular hacia el sistema y los gobernantes, la crisis del Estado de bienestar, la derrota del salario-trabajo, las utilidades empresariales, el envejecimiento poblacional e institucional, la abdicación de la ética y de la crítica, incluso en la prensa, a favor de la búsqueda de prebendas. Quienes capitalizaran mejor estos factores ganaban, y Berlusconi lo ha hecho a su manera, proponiéndose como continuador de la tradición demócrata cristiana con pinta de liberal y paternalismo absolutista.
El populismo, la maña mediática de Sarkozy y los escándalos de Chirac en Francia, no fueron tan distintos de los de Berlusconi, así como la necedad y las frases celebres de G. W. Bush o de Aznar en España. Pero hay especificidades más marcadas en Italia, por factores como el corporativismo económico, herencia del fascismo, la cultura de la recomendación en detrimento del mérito, las televisoras públicas controladas por los partidos de gobierno y las privadas por el Caimán. La polarización social, incluso dentro de las familias y entre generaciones (los papás protegidos con el viejo sistema frente a los hijos precarios de la globalización), creció. Lo mismo pasó entre los opositores y los partidarios de Berlusconi. Éste aprovechó el vacío que dejó la desaparición de los viejos partidos, así que muchos italianos no lo votaron por una locura colectiva (en los noventa y después), sino que creyeron en una opción que llenaba un hueco en el momento justo y que supo presentarse como creíble. Una izquierda dividida y unas leyes electorales poco equilibradas completaron la obra.
Foto: Der Wanderer |
Por otro lado, el suministro lento del berlusconismo al pueblo italiano ha creado más indiferencia, pero también sus anticuerpos, el antiberlusconismo y la reacción de varios sectores: el periodismo, la sociedad civil, la universidad, los movimientos sociales, culturales, políticos, de mujeres y trabajadores, de escritores y actores, los migrantes y excluidos, los precarios y los estudiantes. Un tipo de antiberlusconismo vive de la contraposición, sin ideas propias y creativas, y quizás vaya perdiendo su razón de ser, conforme el caudillo se retire y nos demos cuenta de que los problemas quedan y no dependen sólo de él. Por mucho tiempo la izquierda parlamentaria y sus referentes en la sociedad tuvieron esta postura, aunque ahora parecen despertar. En cambio, por parte de los movimientos, desde los más autónomos e “indignados” hasta los “integrados”, pero críticos y militantes, se propusieron diagnósticos y soluciones distintas a los problemas del país. Las plazas y la gente han estado cada vez más participativas. Quizás ya no sea una minoría y algo se esté moviendo en las demás fuerzas progresistas dentro y, sobre todo, fuera de los palacios del poder. Así fue con el movimiento por el sí en los referendos populares del 12 de junio contra las centrales nucleares, y por el agua pública que registró una aplastante victoria. Las alternativas existen, pero son retos por encarar con reflexiones duras sobre nosotros mismos. Están dando algún fruto y ojalá no se desperdicien, ya que si el “diablo” se irá, no estará muerto, porque hay que combatirlo también dentro de nosotros.
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