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Agustín Palacios, terapeuta
José Cueli
Agustín Palacios, quien fuera amigo entrañable, recién fallecido, fue uno de los primeros en México en escribir sobre la caracterología de la época actual: el paciente narcisista y los trastornos borderline y la psicoterapia de dichas patologías. Centró su atención en el ritmo de la relación médico-paciente y la forma en que es alterada en los enfermos con grave detención del desarrollo emocional.
Su intento fue dejar los aspectos teóricos e irse al terreno de la reconstrucción terapéutica. En un lugar en que el paciente y el terapeuta quedan en un extraño espacio y en el que el cambio resulta particularmente difícil, por el severo grado de déficit primario, en las estructuras psíquicas y relaciones objetales profundamente dañadas. Los pacientes con este daño no asimilan las palabras y las interpretaciones del médico de la misma forma en que lo hacen pacientes con un “Yo” más integrado. Debido a esto el grado de cambio que puede esperarse no será del mismo orden o la misma duración que el conseguido con pacientes neuróticos.
Ante tan compleja patología, Agustín destacó la importancia del ritmo en la alianza terapéutica de médico y paciente como copia de la anterior relación entre la madre y el hijo. El niño al nacer tiene sus propios ritmos y toca a la madre adecuarse a ellos, si ha de acompañarlo brindándole un ambiente pacificador óptimo. Cuando esto no sucede por la patología previa de la madre o del niño, surgen los trastornos severos del desarrollo, manifiestos en asincronías que se repiten en la transferencia con el médico, es decir, en la relación médico-paciente. Las diferentes patologías tempranas podrían entenderse desde esta visión como asincronías que se repiten compulsivamente. El futuro niño con estas graves detenciones del desarrollo será un niño con necesidades desorganizadas que no fueron satisfechas en su oportunidad por la madre, alterándose la percepción. El mundo no lo percibirá tal cual es sino como réplica del mundo interno.
Agustín enfatizaba que gracias al inconsciente entrenado y preparado del terapeuta, éste se conectaba con el del paciente, determinando un ritmo sincrónico que permitía la diferenciación y organización de algunas variantes y funciones, problema de gran dificultad ya que el lenguaje debe también integrarse a ese ritmo, puesto que en estos trastornos tiene formas particulares de expresarse: hablan sin explicarse, pero dando por sentado que siempre son comprendidos. Las palabras, más que la expresión de una comunicación simbólica, son vehículos de una solicitud de simbiotización y expresión de un vínculo muy análogo al balbuceo del bebé cuando juega con la madre; por eso la necesidad de hablarle al paciente desde él y si es posible utilizando sus mismas palabras, tonos y ritmos, hasta conseguir que progrese de una fase pseudosimbiótica a la diferenciación en la que es capaz de “hablar con el analista”, dejando el monologo para hablar de nosotros. O sea, tener conciencia que al no tolerar la separación gradual, quedó fijado en una comunicación preverbal de una manera siniestra, carente de significado simbólico. La tesis de Palacios era que los enfermos con trastornos de detención del desarrollo, acercamientos y alejamientos, son complejos. Los contactos terapéuticos espontáneos y propositivos en la búsqueda de que los intentos de resimbiotización no obstaculicen el libre discurso de la urgencia biológica del individuo de crecer de forma libre y separada.
Agustín Palacios basado en esta línea, escribió sobre la patología del mexicano, de las ansiedades persecutorias en la pareja, que termina su matrimonio y en las secuelas de la separación. Escribió también un importante trabajo sobre los trastornos psicológicos que sucedieron al temblor de 1985 en Ciudad de México. Los trabajos de investigación que realizó eran tema de sus seminarios a los psicoanalistas y psicoterapeutas. Tan es así que prácticamente murió dando un seminario. La mañana de su muerte había dejado todo preparado para ir a impartir sus conocimientos al Instituto de Psicoanálisis. En la mesa del comedor quedó su desayuno y en la silla junto a su cama la ropa limpia que usaría ese día. Ya no se despidió de Linda, quien fuera su compañera los últimos treinta años de su vida.
De igual manera, ya no asistirá esta semana a nuestro grupo de estudios en el que discutiremos Las muertes de Roland Barthes de Jacques Derrida. La muerte fue tema central en su vida al igual que la enseñanza. Pierde a su padre a los cinco años de edad. Y su madre tiene que ir a trabajar. Las fotos de la época lo muestran como un niño triste, el encuentro con Mercedes, su primera esposa le abre nuevos horizontes. Su suegro, Alfonso Boix, médico del exilio español, lo integra como hijo y le transmite la disciplina académica, la ideología socialista y seguramente su vocación médica y psicoanalítica. Al terminar la carrera de medicina en el Instituto Politécnico Nacional consigue una beca en la Universidad de Texas y cursa la especialidad de Psiquiatría en Galvestón, sede de la rama médica de la Universidad. Encuentra ahí un nuevo padre, Titus Harris, que lo impulsa a estudiar psicoanálisis. Tiene que regresar a México por sus ideas liberales en los años del macartismo. Ingresa a la Asociación Psicoanalítica Mexicana que será su casa y de la que fue presidente, así como vicepresidente de la Asociación Psicoanalítica Internacional. Le sobreviven cinco hijos –dos médicos: Alberto, internista y Jordi, psicoanalista radicado en Canadá– y siete nietos.
¿Hay conocimiento en el vértice de la ausencia? “Nos preocupamos por la muerte y cuando esta llega ya no estamos.” Epicuro.
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