Portada
Presentación
Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega
Bitácora Bifronte
Jair Cortés
El último mar
Nikos Karidis
Agustín Palacios, terapeuta
José Cueli
La censura en el
Río de la Plata
Alejandro Michelena
La cándida sonrisa
de José Bianco
Raúl Olvera Mijares
Mi mamá es un zombi
Germán Chávez
Italia y la caída de Berlusconi
Fabrizio Lorusso
Los cien años de
Josefina Vicens
Gerardo Bustamante Bermúdez
Leer
Columnas:
La Casa Sosegada
Javier Sicilia
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Cinexcusas
Luis Tovar
Galería
Rodolfo Alonso
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Cabezalcubo
Jorge Moch
Directorio
Núm. anteriores
[email protected]
|
|
Hugo Gutiérrez Vega
Un diccionario anarquista
a Juan Manuel Roca y Luis Hernández Navarro
En 1929, Walter Benjamin escribió un ensayo que a Paul Auster le parece profético. El objetivo principal del trabajo crítico era el de analizar la idea de la libertad implícita en la moral surrealista. Dice Benjamin: “Desde Bakunin, Europa ha carecido de un concepto radical de la libertad. Los surrealistas tienen uno. Son los primeros en destruir el ideal liberal-moral-humanista de la libertad, porque están convencidos de que la libertad, que en este mundo sólo puede comprarse con los más duros sacrificios, debe ser disfrutada sin restricciones, en toda su plenitud, sin ningún tipo de cálculo programático, todo el tiempo que dure.” La frase de Benjamin me trajo la imagen del Bakunin descrito por Valle Inclán en una de las novelas de su Ruedo ibérico, mientras gritaba su caudalosa defensa de la libertad humana en el refectorio de un barco anclado frente a la milagrosa visión de Cádiz. Muchos años después de leer la novela de don Ramón María del Valle Inclán, marqués de Bradomin, autor de las Divinas palabras (y, según su esposa “de otras menos divinas”) y del mejor teatro que se escribió en lengua castellana a principios del siglo XX, recordé al personaje pintado por Antonio Gala: una loca alegre y desasosegada que recorría las calles de la tacita de plata (leáse Cadíz), regalando flores y cantando sin descanso la copla que le salía del alma: “Allá en La Habana/ tengo un amor/ es almirante y embajador/ y como me quiere tanto/ cada mañana desde La Habana/ me manda un barco con una flor.” Esa desolada y amorosa loca y la figura de oso siberiano de un Bakunin defensor de la libertad, me llevaron a la lectura del Diccionario anarquista de emergencia, escrito por mi querido amigo, el poeta colombiano Juan Manuel Roca y por Iván Darío Álvarez. Abrí al azar el diccionario y me detuve en la definición de millonarios: “Se denomina así a unas gentes tan pobres que lo único que tienen es dinero.” Leopardi les entregó una idea sobre la moda: “Es la madre de la muerte”, y el indispensable Voltaire define así al monstruo: “Todo el que persigue a un hombre porque no es de su opinión, es un monstruo.” En una línea parecida, el gran pedagogo A. S. Neil, afirma: “Cada opinión impuesta a un niño es un pecado en contra de él.” El revisitado con urgencia Carlos Marx dice de la palabra capital: “El capital es trabajo muerto que sólo se reanima vampirescamente chupando trabajo vivo.” Roca y Álvarez muestran su preocupación por los jóvenes de nuestro tiempo en la entrada sobre el cinismo: “Es en alto grado repugnante ver cómo una buena parte de la juventud, cansina y aturdida, se muestra desinteresada en la vida política y cultural del país. Esa pasividad supina no podríamos llamarla de manera distinta que cinismo.” Dos pensadores geniales, Ambrose Bierce y Borges, hablan sobre la noción del conservadurismo: Bierce piensa que un conservador es “un político enamorado de los males existentes, diferente del político liberal que desea reemplazarlos por males nuevos”. Borges confiesa: “Yo era conservador pero hoy no queda nada que conservar.”
El urgente diccionario (pienso que a Luis Hernández Navarro le va a entusiasmar) contiene biografías de seres ligados al ideal anarquista-pacifista, como Thoreau, Read, Iván Illich, Bakunin, Joe Hill, Julio Verne (Nemo es un anarquista), Rexroth, Tolstoi (el “cristiano libertario”), Kropotkin ; los Flores Magón, Chomsky, Wilde, Zapata, Proudhon, Sender, Radowitzky, Simone Weil, Onetti... Todos ellos aportaron ideas y temas para el diccionario de Roca y Álvarez. En estos momentos de indignación y de perplejidad, con la violencia, la miseria y el miedo que constituyen nuestro amargo padecer cotidiano, sólo nos queda gritar la palabra no, la más anarquista y libertaria de las palabras. Por medio de ese no damos sentido a nuestra visión del mundo y de la realidad, defendemos la libertad humana y, a pesar de nuestra debilidad, nos tornamos invulnerables y afirmamos los valores de la solidaridad y de la compasión, que es una alta forma del amor, una visión del amanecer en las montañas contemplado por un hombre que quiere romper, pacíficamente, sus cadenas. Tienen razón Roca y Álvarez: digamos: No.
[email protected]
|