Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 30 de octubre de 2011 Num: 869

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

El último cierre III
Febronio Zatarain

Monólogos compartidos
Francisco Torres Córdova

Desierto, diversidad
y poesía

Ricardo Yáñez entrevista
con Claudia Luna

El legado chino
Leandro Arellano

Nocturno de Mérida
con iluminaciones
de Rita Guerrero

Antonio Valle

El miedo como instrumento de presión
Xabier F. Coronado

El olor del miedo
Gerardo Cárdenas

Miedos vergonzosos
Jochy Herrera

Leer

Columnas:
Señales en el camino
Marco Antonio Campos

Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

Corporal
Manuel Stephens

Mentiras Transparentes
Felipe Garrido

Al Vuelo
Rogelio Guedea

La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
Núm. anteriores
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Desierto, diversidad y poesía

entrevista con Claudia Luna

Ricardo Yáñez

Claudia Luna (Monclova, 1969), licenciada en comunicación y maestra en Historia de la Sociedad Contemporánea, es autora, entre otros libros, de Ruido de hormigas (2005), La piel de la luz (2010) y la antología personal Carne para las flores (2011). Obtuvo la Presea Manuel Acuña en 2008 y es jefa de Divulgación Científica en el Museo del Desierto.

Foto: Vanguardia

–¿Hay diferencia entre las posibilidades de formación que tuviste y las que tienen hoy los jóvenes en tu comunidad?

–La intermitencia de cursos con escritores ha sido factor tanto en mi formación, hace más de quince años, como en la de escritores actuales. El primer taller que tomé fue auspiciado por el Museo Biblioteca Pape de Monclova, cuyo coordinador de cultura, Javier Treviño, daba mucha importancia a la sistematización de talleres, no sólo de poesía: de periodismo cultural, de cuento… Pero en general a nivel gubernamental no existe un sistema que permita la formación constante; depende de iniciativas y preferencias individuales, mucho impulsado por los propios poetas, como Julián Herbert cuando estuvo en Literatura del Instituto Coahuilense de Cultura (Icocult). En mi caso, además me nutrí mucho de la conversación con otros escritores, que creamos talleres muy divertidos, algunos entre amigos y bien caseros, como La cocina de Lestat.

–¿Qué posibilidades editoriales hay en la localidad?

–No muchas. Existen esfuerzos, del gobierno del Estado y de la Universidad Autónoma de Coahuila, pero publicar allí no da mucha distribución; no han pensado en armar la cadena completa. Creo que hay muchas oportunidades de mejorar los esfuerzos para publicar a los escritores, pues todavía existen actitudes de, por ejemplo, mantener encerrados los libros o no distribuirlos si hay desacuerdos entre funcionarios culturales. Se vive un estado muy mediado por caracteres y estados de ánimo.

–Los talleres...

–Mi primer taller de poesía fue con Julián Herbert. Tuve la fortuna, en Saltillo, de formarme en talleres fundamentales, auspiciados por el Icocult, con poetas de la talla de Alberto Blanco y David Huerta, entre otros. En la Feria del libro en Saltillo de este año se han instaurado talleres, pero sólo durante la feria: uno a cargo de Ernesto Lumbreras, el otro lo daré yo. Y también ahora en Monclova hay talleres de literatura; de nuevo el Museo Pape es una de esas opciones. Creo que el escritor más activo allá es Antonio Sonora, que actualmente coordina un taller. Los talleres permiten entrar en diálogo con otras estéticas, otras voces, más ahora con el estado de cosas que vive nuestro país, donde la libertad expresiva se está viendo coartada por los propios autores... Si hacemos una comunidad, si rompemos el trabajo de los solos, incluso estos talleres son bastiones que te permiten caminar arropado por la solidaridad.

–¿Qué poetas saltillenses destacarías?

–Hablaré de quienes hacen poesía en Coahuila, no necesariamente nativos de este lugar. Están Marco Antonio Jiménez, que vive en Torreón, un gran poeta, para mí el poeta zen del norte del país; Julián Herbert, con su voz desobediente y fresca; Víctor Palomo, un poeta underground que es como el caballero desterrado que habla con poderosos emblemas; está la exquisitez y refinamiento de Miguel Gaona y Claudia Berrueto, que hace nacer de nuevo, con un brillo sutil y asombroso, cada tema que toca; Carmen Ávila, quien desde el silencio trabaja y produce obra de alta factura. Y está entrando con muchísima potencia Eduardo Ribé, un fabuloso chico irreverente.

–Algunos títulos de libros, de poemas...

–Arena de hábito lunar, de Marco Antonio Jiménez, sobre todo el poema “El vigía”, me marcó poderosamente. El nombre de esta casa, de Julián Herbert y Cartas de amor a la señorita Frankenstein, de Víctor Palomo. También los poemas en prosa de Julio Torri, por citar algunos.

–¿Podría hablarse de una corriente expresiva, estilística?

–Lo interesante aquí es la diversidad de voces, de estilos. Pareciera que cada uno busca la manera de escribir de una forma muy distinta al otro. Es un arriesgue decir esto, pero es una visión muy personal.

–Trabajar en el Museo del Desierto ¿ha influido en tu escritura?

–Absolutamente. Trabajar con la naturaleza, con mis compañeros… No sólo lo literario ha marcado lo que escribo; mucho de lo que leo de investigación biológica e histórica ha hecho que enfile o afine mis versos respecto de una visión natural abarcadora. Trabajar en el museo desde que era sólo un proyecto me ha hecho amar el desierto y sus contradicciones, estar en contacto directo con la realidad natural, muchas veces herida, que hay en esta zona del país, y por supuesto: abrevo en la belleza de esta arquitectura.

–Becas, premios, ediciones independientes...

–Hay una beca anual de poesía, sin compromiso de publicar el resultado; eso depende de un consejo editorial. Me refiero a los libros del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes. Está el premio convocado en Torreón en honor de Enriqueta Ochoa. En Saltillo existía la presea Manuel Acuña. Su última emisión fue en 2008. Simplemente desapareció. Hay editoriales frescas e independientes, una de ellas Atemporia, y otra, que vi nacer junto con Alejandro Arizpe Narro, su director, Elementocero Ediciones, de corte literario con fuerte sello ambientalista y social.

–¿Sitios para las lecturas de poesía?

–Los tradicionales, casas de la cultura y espacios del Icocult, y los emergentes, donde me limitaré a Saltillo, que es donde vivo: el Ágoras, la Casa Tiyahui, los bares Cerdo de Babel y Dublín... De cierto modo las instituciones culturales están siendo dejadas a un lado debido a una actitud alejada del diálogo con la diversidad de escritores. En estos espacios independientes es donde se genera el mayor y más atrevido movimiento que hay en la ciudad. Incluso está, desde hace tres años, el Festival de Arte Arriesgado, que se hace en estos lugares y en áreas públicas, con poesía, música y otras disciplinas artísticas y artesanales.