Portada
Presentación
Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega
El último cierre III
Febronio Zatarain
Monólogos compartidos
Francisco Torres Córdova
Desierto, diversidad
y poesía
Ricardo Yáñez entrevista
con Claudia Luna
El legado chino
Leandro Arellano
Nocturno de Mérida
con iluminaciones
de Rita Guerrero
Antonio Valle
El miedo como instrumento de presión
Xabier F. Coronado
El olor del miedo
Gerardo Cárdenas
Miedos vergonzosos
Jochy Herrera
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Columnas:
Señales en el camino
Marco Antonio Campos
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Cinexcusas
Luis Tovar
Corporal
Manuel Stephens
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
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Felipe Garrido
Salvador
Allá en la sierra teníamos un juego que jugábamos a escondidas: tendríamos diez, once años. Los muchachos se subían a una de las plataformas cuando el tren ya iba a arrancar. La locomotora pitaba, echaba un humo blanco, empezaba a bufar y luego se oía un estrépito de fierros y el tren se sacudía como si no fuera a poder irse nunca, pero entonces comenzaban a girar las ruedas, y aquello iba tomando su ritmo, empezaba a correr... Ganaba el que saltara al último, y a ése lo teníamos que besar. Se esperaban lo más que podían, pero tenían que saltar antes de que el tren llegara al puente, porque después ya no se podía... Y una vez, uno que se llamaba Salvador se esperó tanto que se fue en el tren, más allá del puente, y nunca lo volvimos a ver. Unos dicen que se hizo bandido. Otros que encontró una mina. Yo lo que sé es que luego que aquel Salvador se fue, el caserío se puso triste y las noches se hicieron más largas y frías y yo lo empecé a soñar. |