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Marco Antonio Campos
Cuentos de la Revolución
Ahora en noviembre, cuando se cumplen cien años del ascenso de Madero a la Presidencia y de la promulgación del Plan de Ayala, valdría la pena recobrar y revisar los Cuentos de la Revolución (Biblioteca Universitaria del Libro, UNAM), la más rigurosa y propositiva antología sobre el tema, seleccionada y prologada por el profesor universitario y crítico mexicano-estadunidense Luis Leal (1907-2010). En el prólogo Luis Leal da la impresión de haber leído todo sobre la narrativa de la Revolución.
Altísimo de estatura, caballeroso, informadísimo en los temas en los que ahondaba, Luis Leal, nacido en Linares, Nuevo León, vivió desde los veinte años en Estados Unidos y desde entonces residió en el vecino país sin olvidar nunca el jardín mexicano. Con John S. Brushwood (1920-2007) y Seymour Menton (N.1927), perteneció a la vieja guardia de mexicanistas en aquel país y decenas de miles de lectores de literatura chicana, mexicana y latinoamericana en EU y América Latina se deben en mucho a ellos y a los discípulos que continuaron su tarea.
Se ha escrito numerosas veces –estaríamos de acuerdo– que se aprende más de la Revolución en su novela, en sus cuentos y en sus crónicas que en su historia. Ahondar en la narrativa de la Revolución es llenarse de imágenes de marchas extenuantes de los batallones por caminos polvosos del agreste Norte, de batallas terribles, de soldaderas en “colorida línea” caminando al lado de sus hombres, de las fugas desastrosas de los vencidos, de las emboscadas que diezman a ejércitos y guerrilleros, de voladuras de ferrocarril, de fusilamientos múltiples que se vuelven una desalentadora rutina, de haciendas, ciudades y pueblos tomados a saco, de campamentos encerrados y sórdidos, de los cambios de chaqueta de quienes hoy están en una facción y mañana en otra…
Si uno ve en documentales y en fotografías de la época cómo vivía el pueblo entonces y confirma las desigualdades despiadadas, la desgarradora experiencia de la miseria y la cotidianería de la crueldad de muchos hacendados, no puede sino entender y justificar la rebelión armada.
En la narrativa de la Revolución, como por ejemplo en esta antología, se confirma que si bien miles iban por ir a la bola, si el delincuente llega a confundirse con el revolucionario, hay también muchos hombres de estatura moral que aspiran a “una vida mejor que perros”. Una paradoja dolorosa: en la narrativa de la Revolución la gran mayoría terminan o muertos o lisiados, o en el despeñadero moral, o dramática y tristemente decepcionados al grado de emprender el regreso a casa a buscar la tranquilidad perdida.
Hay en la antología de Luis Leal veintidós textos de veintidós autores. Empieza con “El apóstol”, de Ricardo Flores Magón, y termina con “El Llano en llamas”, de Juan Rulfo. La mayoría son cuentos o se leen como cuentos. Es decir, en ocasiones Luis Leal terminó decidiéndose por crónicas o episodios o anécdotas o estampas que podían leerse dentro del género que antologó. Cerca a menudo del periodismo, observa Luis Leal, el estilo del cuento de la Revolución es “nervioso, entrecortado” y en algunas ocasiones los ritmos narrativos llevan el ritmo de la lucha armada: el tableteo de las ametralladoras, el trote de los caballos, el repiqueteo del telégrafo… Entre los textos seleccionados destacaríamos “La fiesta de las balas”, de Martín Luis Guzmán, un concierto macabro de la muerte realizado con tres pistolas por Rodolfo Fierro llevándose él solo cerca de trescientos federales a los que [se] aplicó “la ley fuga”; “Oro, caballo y hombre”, cuento perfecto de Rafael F. Muñoz, en el que describe la muerte, a causa de la avaricia, del mismo Rodolfo Fierro; “Como un blasón”, de José Rubén Romero, mascarada que un grupo de revolucionarios realiza en la plaza central de un pueblo michoacano (Ario) y que termina en su contra en una balacera atroz, y “Leña verde”, de Mauricio Magdaleno, breve recuento de la tragedia del indio Maclovio, que prefigura una parte de la narrativa de Juan Rulfo.
Hace treinta y cinco años, al publicar la antología, Luis Leal advertía que el cuento sobre la Revolución mexicana se había estudiado escasamente; sigue siendo así; Fernando Tola, experto en el tema de la Revolución, afirma que ha habido intentos, pero han sido prolijos y desordenados. Para Luis Leal –concluiríamos– la mayor contribución del cuento de la Revolución en nuestras letras es una y definitiva: haber iniciado el renacimiento del cuento moderno mexicano.
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