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El último cierre III
Febronio Zatarain
Monólogos compartidos
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El legado chino
Leandro Arellano
Nocturno de Mérida
con iluminaciones
de Rita Guerrero
Antonio Valle
El miedo como instrumento de presión
Xabier F. Coronado
El olor del miedo
Gerardo Cárdenas
Miedos vergonzosos
Jochy Herrera
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Nocturno de Mérida con
iluminaciones de Rita Guerrero
Antonio Valle
A María Valle de Stol
Me gustaría que esta crónica también fuera irradiada con el epígrafe: “La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla.” Gabriel García Márquez escogió esta idea para su autobiografía Vivir para contarla. Después de avanzar unas páginas en ese libro, que de alguna forma es un libro de viajes y de música, levanto los ojos para ver cómo termina el altiplano y cómo se abre el Golfo de México. Cuando el avión deja de planear sobre unas aguas color turquesa, recuerdo el título de la novela Península, península, de Hernán Lara Zavala. Vuelo hacia el congreso de Literatura, baile y música que Sarita Poot y el ayuntamiento de Mérida organizan. Abajo, los senderos de un diamante de beisbol vibran en la ciudad blanca. Pienso en las matemáticas y en su épica sublimada espejeando en los sacbés (senderos blancos) dibujados en un diamante donde se juega a la pelota caliente. Antonio Cortijo, con su vivo tono madrileño, nos da la bienvenida. Dice que estos encuentros se nutren con el prestigio de la formación académica de alto nivel y con la creatividad de narradores y poetas. Como es 31 de marzo celebramos el nacimiento de Haydn y el de Octavio Paz. No puede haber mejor fecha para iniciar una reunión de música y literatura. En las salas del Olimpo se escuchan los solistas, los coros, las exclamaciones de asombro que provocan los ensayos. Se habla de poesía, se proyectan transparencias, suenan percusiones, cuerdas, alientos, palmas... En su biografía, García Márquez dice que la música es como un surtidor de las otras artes. Exacto, no existe un tema, por más trágico o dramático; por más lúdico o sagrado que la música no toque intensamente. Los distintos géneros de la música culta se miran y se toman distancia, se mezclan y reflejan con distintos palos de la música popular de la península de Yucatán, del país, del continente, del planeta.
Persuasión celeste en la noche inaugural: sacbé a la primera base
Un cartel anuncia un homenaje para Rita Guerrero. No hace mucho la mítica cantante de Santa Sabina también dirigía un coro que hacia estremecer los patios del Claustro de Sor Juana. Por esos días un periodista, rígido y sin convicción, apareció en la tele lamentando su partida. Si era imposible creer el desconsuelo del periodista, más difícil era aceptar que Rita hubiera muerto. Pero en el Olimpo unos jóvenes actores se obstinan en confirmar el duelo colectivo y personal por la cantante. Nunca imaginé que esa noche lloraría un poco mientras veía en una entrevista cómo Rita se desvanecía, ya casi sin su inolvidable cabellera, y con el rostro violentado por el cáncer y la quimioterapia; aunque todavía sobrevivían algunas luces en sus ojos de premio jalisciense. Otra oscura coincidencia con el tema que nos ha reunido aquí; la preciosa cantante estudió en la facultad de filosofía y letras de la UNAM. Más tarde, para olvidarme de Rita, me tiro en la banca de un jardín a ver la noche. Contemplo el cielo que los mayas exploraban con su curiosidad infinita. Intentaré descubrir algún sendero celeste que me transporte de esta Mérida, la antigua T’Hó, hacia la galaxia más lejana de la Vía Láctea. Deseo hacerme una espiral en las retinas para dejarme hechizar con eso que los pitagóricos llaman música de las esferas, con eso que los arqueólogos definen con el paradójico nombre de arqueo astronomía. Trato de explicarme cómo, con esas estructuras maleables e invisibles –innumerables generaciones de matemáticos, astrónomos, arquitectos, historiadores, poetas, albañiles y contadores de las eras– los antiguos mayas llevaron a un nivel superior el arte de conocer el tiempo. Me pregunto cómo sería la música con la que esos mayas clásicos registraban sus júbilos y tristezas. Me estremece pensar que cuando los hindúes transmitieron el concepto de “cero” a los sabios griegos –en la música “eso” equivale al silencio– los mayas clásicos habían desaparecido de esta península. Alfonso Figueroa, el otro legendario fundador de Santa Sabina, hace años me explicó que para él hacer música era como esculpir el silencio. En ese instante escucho una especie de silbido sideral. Es el aleteo de un murciélago. Pasa trazando dibujos y notas trashumantes sobre un pentagrama imaginario. Para los chinos el murciélago es un símbolo de felicidad. Esos extraordinarios animalitos, de oído exquisito, colocados en forma de quincunce –emblema predilecto de Mesoamérica– representan a las cinco dichas: riqueza, longevidad, tranquilidad, salud y buena muerte. Me quedo cavilando sobre ese tema claroscuro, ese sacbé que comercia con la existencia y que me invita a recordar a Rita cantando “Estando aquí no estoy”: “No te puedo tocar/ soy fácilmente decepcionable/ soy aire y polvo/ me podría escapar y no sentir más tus sueños.” Antes de que la última metáfora se vuelva incuestionable, decido escucharla cantando “Espejo”: “Sé que tú y yo/ somos dos voces unidas por la noche.” Después me quedo oyendo a unos grillos. Fue Octavio Paz quien habló de la relación que existe entre el sonido de las alas eritreas de esos seres pequeñitos con la sinfonía que produce el universo. Esta noche, antes de dormirme, voy a buscar para Emilia, la pequeña hija de mi amigo Antonio Diego, un grillo de bejuco, perfecto y fresco que confecciona un artesano en la plaza central de Mérida. Luego me dejo fluir en la marea azul de la magnífica ciudad.
Segunda noche en la ciudad blanca; sacbé para revolcarse con el tiempo
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En un autobús lleno de entusiastas doctores y maestros en literatura, filología, lingüística –y no sé cuántas otras ciencias y vainas del lenguaje–, enciendo mi grabadora para registrar la voz de Hernán Lara. Me habla de un relato que sucede antes de que los Beatles comiencen a sonar en las estaciones mexicanas de radio. En esa historia de amor, el poder evocador de Elvis (el Rey criollo) y el arte narrativo de Hernán, logran hacer que dé un vuelco el presente. Esta noche del siglo XXI, cuando llegamos a una ex hacienda de henequén, psicológicamente yo camino en una Ciudad de México en los albores de los sesenta. De alguna forma me las ingenio para salir del relato de Hernán y volver a Mérida. Preciso hacer otras entrevistas que me servirán para escribir esta crónica y para hablar de uc-Mexicanistas, el sensacional grupo de académicos-artistas que coordina Sarita Poot para promover la lengua española y la literatura mexicana en Estados Unidos. Conversamos sobre la importancia de difundir experiencias literarias en un español culto en la Unión Americana, sobre todo por la difícil situación migratoria y social. Hablamos de las mezclas entre el análisis de la literatura y la creación literaria, de las experiencias culturales en los distintos espacios geográficos, hasta que alguien dice, como cuando sorprendieron a Gerard de Nerval instalado en una escena de máxima felicidad: “¡Al coche señores!” Me cuesta trabajo conciliar el sueño. Como amanecerá muy pronto, salgo a dar una vueltecita por ahí para ver la mutación de algunas ventanas, muros, herrerías y umbrales; es decir, de algunas encrucijadas de tiempo: palimpsestos de piedra soñados en Extremadura y de piedras cinceladas en la antigua T’Hó. Recuerdo ir por el Paseo Montejo, dar una vuelta en redondo por la paradigmática figura de Gonzalo Guerrero, el español náufrago del siglo XVI que tanto amó a los mayas; recuerdo abrir un manuscrito que me estremece con su poesía arcaica. Es una edición del Chilam Balam publicada por la UNAM en 1973. En su prólogo, el maestro Antonio Mediz Bolio dice que este manuscrito-códice proviene directamente de “antiguos cantos o relaciones poemáticas que de padres a hijos fueron bajando”; dice que sus páginas contienen “fragmentos que muchos han tomado, a primera vista, por simples colecciones de acertijos; pero que en realidad no son sino fórmulas simbólicas de iniciación.” El siguiente verso pertenece al capítulo VI titulado Libro de los espíritus: “Siete veces se alumbraron las siete medidas de la noche, siete veces infinitas.” Desde luego esta fina balada maya me recuerda la poesía de Borges y, evidentemente, su libro Siete noches. El verso hace referencia a la cifra total de los tonos musicales que simbólicamente indican el sentido de un cambio después de un ciclo completo de espacio y tiempo. Tal vez, como a mí, el verso maya le sirva a algunos de los atormentados fans de Rita, para hacerle un guiño a la siete veces cantante infinita: “Estando aquí no estoy… Estoy en tu razón.” Es una fortuna escucharla en ese sacbé sabroso y ondulante en el que Santa Sabina se empalma con el viejo Kool&The Gang y con James Brown.
Crónica de la tercera noche; sacbé para volar
Las noches en Mérida suelen ser cálidas y risueñas. Pero hoy el ambiente es más intenso porque el Ballet Nacional de Cuba se dispone a desafiar la ley de gravedad. Sobre invisibles pero poderosas estructuras musicales, una multitud mira con asombro cómo los cuerpos comienzan a flotar, cómo las mejor dotadas, famosas y clásicas bailarinas del Caribe giran perfectas. La catedral de Mérida –que cronológicamente también lo es de la América continental– sirve de escenario para que frente a su plaza esplenda El lago de los cisnes, la más afamada historia de amor jamás creada por Tchaikovsky. El flujo humano que se desliza bajo los portales y se mueve entre las calles, termina frente a la catedral guardando un silencio considerado. Así permanecemos extasiados hasta que nos rendimos aplaudiendo a los artistas. La obra escenificada bajo el cielo constelado de Mérida ha terminado. Las familias, los enamorados –y algunos solitarios como yo– nos perdemos entre las calles con las imágenes de las bailarinas yendo y viniendo entre las notas musicales que siguen seduciendo a la memoria.
Así termina el congreso. A la convocatoria de Sarita respondió gente inteligente y culta pero sencilla. Ligados por la música nos hemos contado un sinfín de historias. Soñamos despiertos con fados y con sambas, se habló de son jarocho y montuno, de la trova yucateca y la cubana, de arreglos sacros y profanos, de música culta y popular, de música para reír o para dejar que nos lleven las saudades; se habló de los sonidos que nos curan, música para hacer el amor y ver cine, para bailar y tener amigos, bodas, odiseas, despedidas, niños.
Avanzo en Vivir para contarla. Las redes sociales se saturan con declaraciones de amor por Mérida y por Sarita Poot. Me uno a la gran fiesta saludando a Roger Metri, poeta y anfitrión.
Sendero azul sobre turquesas para llegar a casa
Abordo una avis plateada. No duermo, no estoy despierto, leo poemas del Yanalté o Libro de libros de Chilam Balam.
“Hijos, id a traerme aquí la tapa de la entrada del cielo y su escalera, de nueve escalones, todos de miel.”
Despegamos. Digo: abajo, en el diamante, dos novenas juegan nueve entradas, mientras Bolon Tiku, la diosa nueve, la de la luna plena, iluminará las nueve puertas de la percepción. Pero la mejor respuesta a la adivinanza del vidente es ésta: El pan real. Tiene razón Barthes: saber y sabor poseen la misma raíz etimológica.
Durante el vuelo se sienten algunas turbulencias. Se estremece el caballero que lleva puesto un sombrerito de águila. Como dice Medíz Bolio, ya no sé si lo que propone el poeta del Yanalté es una adivinanza sagrada o de plano es una entrada a la gastronomía sensual de Yucatán.
–Hijo, ve a coger una mujer de Jalisco, que tenga arremolinados los cabellos, muy bonita y doncella. Yo le quitaré su falda y su vestido. Estaré muy contento de verla. Su olor será de tierra y un remolino será su cabeza.
–Esta es la mazorca tierna del maíz –contesta el discípulo del vidente.
Abajo respira un fondo de turquesas líquidas. “Llévame señor de alma abismal. Dame la luz de agua.” Dice la evocada Rita. Al final del tercer sendero, el avis entra barriéndose con sus gomas de hule. Llego a home. Despierto dentro de un sueño.
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