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Panamericircos
Patoamericanos les llama el colega monero Falcón. Oportuna distracción, ha de cantar el gobierno del sexenio sangriento. La mejor de las propagandas, dirán el borracho que dice gobernar en Jalisco y el gobernador de veras, el de mueca eterna y sotana negra como su conciencia. Un estupendo regreso a las palestras, debe gorjear el cacique Vázquez Raña, vitalicio dueño a rajatabla del Comité Olímpico Mexicano o cosa que se le contagie. Pingüe negocio alaba un puñado de empresarios que se han vuelto a forrar la faltriquera con la venta de espacios publicitarios, de notas de prensa con precio, de concesiones gubernamentales para venta de alimentos chatarra, viajes turísticos y chucherías promocionales.
Panamericanos. Panamericircos. Panamericisticercosis mediática es la epidemia afortunadamente localizada en unas cuantas ciudades del estado de Jalisco, o sea Guadalajara y un par más, o tres. Y mientras al resto del estado –y de la región– los arrasaba Jova con sus rachas de ciento cincuenta y sus lluvias torrenciales; y mientras la gente en Cihuatlán o Melaque veían cómo todo lo barría el fango y la añeja corrupción que da lugar a la ineficiente infraestructura de comunicaciones o de prevención de desastres; y mientras en Mascota, allá lejos, en el Jalisco inhóspito y serrano, o en el Cerro del Cuatro, allí cerca, en el extrarradio urbano de la perla del oprobio, hay niños que se mueren de enfermedades prevenibles y arroyos de aguas negras a cielo abierto, Guadalajara, la de cara amable, la remozada, la reforestada y florida, la perfumada, brilla, cautiva como quinceañera en página de sociales, rubicunda, lozana de costras para afuera, decorada cáscara, señora pedorra vestida de oropeles y cosméticos rincones, mentirosa, hipócrita, cortesana efímera. Puta.
Es que había que poner muy alto el nombre de México, carajo, me dicen. Sí, más alto que los encabezados mundiales de balaceras y sicarios que decapitan adversarios. México mejor como sede que como ruta de tránsito. México mejor como sonriente anfitrión de turistas que como asesino de migrantes. Entonces nos echamos encima el manto negro de tu amargura, acusan. Sí, si en lugar de gastarnos veintitantos mil millones (¿de pesos?, ¿de dólares?, ¿importan las dimensiones reales del dispendio?) en una fiesta deportiva (y cultural, que no se me olvide) obviamos históricos lastres en salud, empleo, educación y seguridad pública; si en lugar de reventar esa inmarcesible fortuna en un cuetón de unos cuantos días, podía haberse destinado para aquello fundamental que es lo que explicita y justifica la permanencia del Estado: bienestar para el común denominador, para la mayoría de la gente, la que no vive en barrios elegantes ni asiste a conciertos en el Diana, ni come en restaurantes y ya difícilmente compra en la misma Guadalajara, vaya, una botella de tequila.
Los nombres que se pusieron por lo alto, en cambio y muy de acuerdo con estos demenciales, neoliberales tiempos, fueron los de algunas marcas comerciales, porque con el cuento facilón de la filantropía en patrocinio, los consorcios siempre abonan favores futuros e inmediatas concesiones fiscales con qué disfrazar una evasión impositiva lacerante, inconsecuente y cínica: varios de los espacios donde se dieron las justas deportivas –y aun aquellas actividades que se cuentan como deporte pero francamente no dejan de ser un pasatiempo gringo, como el boliche o disparar a una diana de papel con un riflecito de aire– y las culturales, populares o simplemente fiesteras derivadas de todo el circo, son enormes, sofisticados anuncios deducibles de impuestos: el estadio Omnilife; el auditorio Telmex, el centro acuático Scotiabank, el complejo gimnástico Nissan…
Una de las principales justificaciones del circo fue el presunto reposicionamiento de México y en concreto de Jalisco en el mapa turístico. Sólo que el turismo no llegó. Un nuevo puente aéreo entre Guadalajara y Las Vegas hubo de ser promocionado en 300 dólares y ni así se llenó. Los taxistas que tomaron cursos de capacitación para el trato con turistas de todo el mundo que llegarían en multitud se quedaron sentados esperando, viendo cómo misteriosos autos particulares, seguramente de algún funcionario, acarreaban a la poca gente que llegó de fuera.
¿El saldo real del episodio? Un cínico que se dice gobernador gestionando endeudar a Jalisco por cerca de un billón de pesos. Por los estragos del huracán, dice. Y es que los huracanes, como los circos, carecen de conciencia. Y no dan pan.
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