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Ilustración de Juan Gabriel Puga
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Miedos vergonzosos
Jochy Herrera
Cada noche, en Las mil y una noches, Sherezada cambiaba un cuento por un día de vida y con ello, según Eduardo Galeano, nació el arte de narrar a partir del miedo de morir. Fue también Galeano quien dijo que el peor miedo es la cruel epidemia del presente: el miedo de vivir.
Más allá del instintivo rechazo a la muerte en pos de la supervivencia, el hombre de esta época contemporánea de alarmas, dispositivos de seguridad, satélites de localización gps y otros tantos instrumentos de “protección”, paradójica y exponencialmente teme más que nunca: al entorno y al vecino; a la guerra, al robo y a las sombras. Sobre todo, el sujeto moderno está angustiado por la incertidumbre de su bienestar; es decir, la mayoría de la humanidad ignora cómo será su mañana mientras su hoy aparenta ser una interminable pesadilla.
Los apocalípticos miedos trazados por Durero en Los cuatro jinetes, la muerte, la guerra, la enfermedad y la pobreza, siguen vivos cinco siglos después de aquellas proféticas narraciones motivadas por la colonización del “Nuevo Mundo” y el protestantismo luterano. En todo el continente, desde Colombia a México y desde Haití hasta Guatemala se respira incertidumbre; a juicio del filósofo y poeta Arturo González Cosío, México en particular atraviesa por una abominable crisis que ha durado dos décadas, sometiendo a sus ciudadanos "a la inseguridad, la miseria y el desaliento”. Justamente a unos pasos del Templo Mayor en el Centro Histórico del Distrito Federal, el Museo Palacio de la Autonomía presentó recientemente El miedo. (Monstruos, hombres lobo, Drácula, diablos...), una muestra que pretendía abordar tal emoción primaria a partir del arquetipo cultural y antropológico que a través de las civilizaciones ha representado.
El seminal trabajo de Duchenne Mecanismo de la fisionomía humana; el miedo como manifestación de las emociones en los trabajos de Darwin; el miedo a morir y el miedo a la muerte cuestionado por Bergman en El séptimo sello; los miedos de los ancestros –Quetzalcóatl y su quinto sol–; la iconografía del Unicornio, el Minotauro, Pan, las sirenas, Medusa y los centauros, y todos los miedos que la mitología y sus fuerzas sucedáneas preservaron siglo tras siglo junto a vampiros, murciélagos, licántropos, demonios, zombies, brujas y chupacabras habitantes del imaginario humano, se conjuraron en las hermosas instalaciones del Palacio de la Autonomía a fin de preguntarnos: ¿Qué es el miedo y a qué tememos?
Para algunos, el miedo es componente fundamental de la sociedad occidental, ya que ésta se origina y desarrolla dentro de la ignorancia, las guerras, las enfermedades y bajo el dominio del poderío religioso, factores influyentes en la conformación sociofilosófica del sujeto europeo y posteriormente el americano, que contribuirán a definir su ulterior identidad nacional. A partir de tal logro surgirán nuevas formas del miedo: la sumisión, la amenaza política, el chantaje, el secuestro, la inestabilidad económica y la impunidad. Y dentro de tales variedades de (des)control social aparecen además las nuevas cruzadas contra el mal: las campañas “antiterroristas” del clan Rumsfeld-Powell-Rice-Bush, la nefasta jihad binladeniana y la xenofóbica cacería contra los ciudadanos que, echados de sus países, han arribado al norte.
El sociólogo británico Thomas Hobbes fue pionero en destacar la importancia decisiva del miedo como regulador de las prácticas políticas y sociales. Empero, estas nuevas manifestaciones probablemente hubiesen rebasado sus análisis, ya que muchos de sus planteamientos estaban enfocados más hacia el sujeto individual y no hacia la colectividad. Para Hobbes, el hombre simultáneamente desea bienes ajenos a la vez que teme ser despojado de los suyos por un tercero. Y si bien tiene razón al indicar que el miedo es un producto cultural, éste debe contextualizarse, ya que tal emoción no existe en forma abstracta. Recordemos, a título de ejemplo, cuán responsable del miedo moderno es el declive en la confianza ciudadana por las instituciones políticas.
La sociología latinoamericana, por otra parte, ha explorado las concepciones sobre el miedo en este hemisferio en las letras de Rogelio Luna Zamora, Andrés Moreno Arreche y Maximiliano Korstanje, destacándose este último con el ensayo "Miedos democráticos: nuevas expresiones del temor en Latinoamérica." El autor resalta algunos modelos que facilitan la comprensión del “estado de riesgo continuo” de las sociedades capitalistas contemporáneas, tales como el quiebre sufrido por la modernidad tras el accidente de Chernobyl, que ha motivado la impotencia del sujeto actual que reemplaza “el temor por el descenso social por la necesidad de impedir que lo peor suceda”. Argumenta además Korstanje que “la imposición de riesgos sobre los consumidores los lleva a estimular ilimitadamente al mercado”, puesto que “el temor es la única necesidad que no tiene fondo y siempre se mantiene insatisfecha”.
A mi parecer, los nuevos miedos de Latinoamérica son de carne y hueso y parecieran pasar desapercibidos; llegan disfrazados en estadísticas que adolecen del anonimato, pero la realidad es que cada víctima atemorizada es un niño, una mujer o un hombre con nombre y apellido: los millones de movilizados en Colombia tras décadas de conflictos bélicos; los afectados por las matanzas urbanas en las favelas de Río de Janeiro; los feminicidios en cifras récord en la República Dominicana; los 30 mil muertos de la Guerra sucia en la Argentina y los 50 mil en el México reciente, y el miedo del inmigrante en Arizona o del haitiano que cruza el mar en pateras de la muerte.
Estos temores civilizados de la postmodernidad poco tienen que ver con mitologías y antropologías, y desafortunadamente han sembrado profundas raíces en los habitantes del territorio más allá del Río Bravo; ellos son sin duda alguna miedos vergonzosos, en el contexto martiano del término: “Cuando se es testigo de las grandes explosiones de amor de la humanidad, se siente orgullo de ser hombre, así como cuando se es testigo de sus postraciones o su furia da vergüenza serlo”.
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