Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 30 de octubre de 2011 Num: 869

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

El último cierre III
Febronio Zatarain

Monólogos compartidos
Francisco Torres Córdova

Desierto, diversidad
y poesía

Ricardo Yáñez entrevista
con Claudia Luna

El legado chino
Leandro Arellano

Nocturno de Mérida
con iluminaciones
de Rita Guerrero

Antonio Valle

El miedo como instrumento de presión
Xabier F. Coronado

El olor del miedo
Gerardo Cárdenas

Miedos vergonzosos
Jochy Herrera

Leer

Columnas:
Señales en el camino
Marco Antonio Campos

Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

Corporal
Manuel Stephens

Mentiras Transparentes
Felipe Garrido

Al Vuelo
Rogelio Guedea

La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
Núm. anteriores
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Manuel Stephens

Benito González

Tres personajes en el escenario desaforado se balancean, con las piernas abiertas, de un pie al otro. La mirada al público. El pulso del movimiento cambia constantemente; es individual pero en ocasiones se unifica. La música, una enigmática prolongación de sonidos, crea un efecto hipnótico. No hay expresión en el rostro de los personajes. Continúan. Se trasladan brevemente hacia el proscenio, se detienen. Desde la esquina giran hacia la diagonal posterior más lejana del foro y comienza una lenta locomoción. Se detienen. Entra voz en off de María Félix:  “¡Lo debían de fusilar dos veces, una por plagiario y otra por cantar tan feo!” Un estruendo y los personajes se desploman.

Este es el comienzo de A prueba de balas, coreografía de Benito González. Tras una lenta incorporación de los personajes, la música reinicia la atmósfera de misterio y se suma otro personaje. Eligen un nuevo frente adonde dirigirse, viene el crescendo musical, el estruendo y el desplome. A esta única acción de trasladarse lentamente a diversos puntos y caer, que se repetirá hasta el final, se irán agregando personajes hasta llegar a sesenta y cinco. Al irse poblando cada vez más el foro, el desconcierto del público aumenta y ríe por la expectativa no cumplida de que se interrumpa la repetición y suceda otra cosa. Los personajes son identificables por el vestuario que, en algunos, son disfraces y esto acentúa la incertidumbre y la hilaridad. Finalmente, los personajes hacinados en el escenario se colocan de frente al público e inicia una serie de disparos de luz alternados con oscuros instantáneos. La música se intensifica. El público espera, ahora sí, una caída final. Se produce un black out, se extingue la música. No hay visibilidad, no hay sonido. Nada.

A prueba de balas es una obra basada en una síntesis monumental. González reduce todos los elementos que la conforman al mínimo. El movimiento recurre a la mera locomoción, el cambio de peso de una pierna a otra y al principio básico de las expresiones dancísticas occidentales del siglo XX: caída y recuperación. La utilización del espacio está dada sólo por líneas rectas y por el recargamiento que acorta la distancia entre los intérpretes. El trabajo de creación de personaje se limita al vestuario individual y al abigarramiento de la compañía. González selecciona y reúne dispositivos que se cargan de sentido mediante la repetición y el aumento de la intensidad.

Los recursos utilizados por González apelan a unidades mínimas e independientes de sentido; éstas se equiparan unas con otras por su carácter fundamental, y se determinan entre ellas al ocurrir simultáneamente. De esta manera, el caminar de los personajes y su desplome, acompañados del sonido que únicamente alude a una agresión con arma de fuego –misma que ha sido anticipada al inicio de la obra con el texto de la Félix sobre el fusilamiento–, logran una acción coordinada que el espectador puede leer, en un primer momento, como un asesinato. Sin embargo, el que los personajes se reincorporen del suelo y la repetición de una misma acción con mayor cantidad de intérpretes, modifican el sentido de lo que acontece y la puesta es llevada al ámbito del absurdo.

La repetición desestabiliza en el espectador su necesidad de dar un significado a lo que sucede en el escenario, sin que ésta se elimine. En todas las ocasiones el espectador experimentará la disyuntiva, angustiante y lúdica, entre la confirmación o negación de las expectativas creadas que se reducen a ¿caerán o no caerán? La ausencia de ratificación al final de la obra en cualquiera de los dos sentidos contiene y aumenta la sensación de incertidumbre en el espectador, quien asume así el cierre final de la obra.

A prueba de balas es una obra sin parangón en la danza mexicana. Difícilmente puede catalogarse positivamente como una coreografía en un sentido canónico. Ésta podría describirse mejor como una “acción coreográfica”, lo cual no demerita de ninguna manera sus alcances en el ámbito dancístico. Hay que subrayar que todos los elementos implicados en la obra son ingredientes básicos de la composición coreográfica. El extremo nivel de síntesis que logra Benito González es el resultado de una larga carrera como bailarín y coreógrafo que, sin abandonar lineamientos dancísticos tradicionales, filtra su concepción y creación dancísticas a través de la influencia de diversas expresiones derivadas a partir del arte pop, como la plástica, el cine, la fotografía, el video, la moda y la música.

El recurso de dejar “parados” a los bailarines, tomará forma contundente en el solo Malpaso. El personaje desarrollará una frase base de movimiento en cada escena, con diferentes ritmos y dinámicas. Cada una representará una “edad” de su vida hasta llegar casi al momento de la muerte, abordándolas en orden cronológico. El conflicto está dado por la variación en el final de las escenas, cuando el personaje experimenta la irrupción de una otredad en su estática estancia, y por la incapacidad de ir hacia las botas que funcionan como un símbolo de un desplazamiento-transformación que no se cumple. La obra, como toda su producción, concentra una profunda ironía y hace uso del humor negro.

En la obra coreográfica de Benito González se identifica un impulso siempre presente: el uso del humor negro, que se manifiesta en la franca burla y el pastiche, como en Dilo en las montañas, protagonizada por tres monaguillos, en la que se hace una burla de la religiosidad del mall.

La producción transita por la creación de obras con una dramaturgia mínima con base en una cotidianeidad que se desdobla y produce la alienación de los personajes; y llegan hasta la representación de lo ominoso de la condición humana.