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Javier Sicilia
La fuerza de la debilidad y la Caravana del Consuelo
Quizás la paradoja más bella del cristianismo sea la debilidad del amor. No sólo el misterio de la encarnación –el Dios que se vacía del poder de su divinidad para hacerse un niño arropado en la pobreza de un pesebre–, sino también la prédica y la presencia de ese niño que un día, como todos los niños, se convirtió en adulto y murió en una cruz como un delincuente. Por ello, si algo caracteriza a Jesús es su amor por los otros que es puro hueco, puro acogimiento y don, y, por lo mismo, pura debilidad. La mayoría de sus parábolas –aunque pienso fundamentalmente en la del Hijo Pródigo y en la del Buen Samaritano– y su vida –tan inestable, tan pobre, tan impotente– son una prueba del misterio del amor, no como filia ni como eros, sino como agape, como caritas, para usar la palabra latina, tan manoseada y pervertida en nuestra sociedad.
Ese amor de disminución, ese amor que se abstiene de la fuerza, que renuncia a su poder para acoger a los otros, que es pura alegría en la donación y abstención de sí mismo, es lo que de alguna forma ha caracterizado al Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, y lo que a lo largo de nueve días acompañó a sus miembros en la Caravana del Consuelo.
En medio del dolor que ha provocado la ambición desmedida de los criminales y de los hombres del poder, el Movimiento por la Paz y la Justicia salió del terror en el que la violencia nos ha sumido para ir al encuentro de las víctimas. Nada, que no sea el amor, la gratuidad infinita e impotente del amor; nada que no sea ir al encuentro de los otros sumidos en la desgracia, ha movido a esos seres. Impotentes, incapaces de ninguna fuerza, con la sola indignación del amor, los compañeros de la Caravana –que recorrieron 3 mil 400 kms de una enorme ruta de dolor y de horror– han generado una fuerza que ha cimbrado la conciencia de la nación. Al humanizar el dolor, al abrazarlo y hacerlo también suyo; al visibilizar con ello el estado de inhumanidad en el que desde hace mucho tiempo vivimos, esos hombres y mujeres que caminan y continúan caminando, volvieron a recordarnos que no hay nada que pueda justificar el desprecio. Volvieron a recordarnos también que la única revolución que necesitamos es aquella que nos permite reencontrarnos con lo humano. Al ir al encuentro de los otros sumidos en el dolor, los compañeros de la Caravana crearon una relación de esa naturaleza y con ello nos han invitado a reflexionar lo que conviene hacer entre nosotros. Lo humano, eso que la violencia –ya sea del crimen organizado o del Estado– nos ha arrancado sólo puede volver a nacer de una relación proporcional, es decir, entre seres que se miran y se aman en su pobreza y su pequeñez, siempre en una relación de servicio y de acogimiento. Contra la inhumanidad de la violencia, donde la vida se reduce a cifras y utilidad con el fin de optimizar valores, una sociedad del amor sabe buscar el bien que conviene en el encuentro con los otros. Allí, lo mejor de cada uno se entrega en un compartir cuya sustancia es el gozo de sentirnos juntos, la alegría del consuelo que rompe con la soledad y el egoísmo, y nos convierte en comunidad y en comunión.
Frente a este México de la desmesura y la violencia, la Caravana del Consuelo ha puesto de nuevo ante nosotros esa sabiduría ancestral que se basa en el redescubrimiento del amor como el más bello de todos los vínculos. Mientras en el México que vivimos, la ambición de todos los bienes ha creado un estado perpetuo de competitividad, de guerra, de injusticia y de impunidad, la Caravana del Consuelo nos ha recordado que las relaciones de amor, de acogimiento y don, es decir, las relaciones que nacen de la debilidad del amor, son las únicas que pueden permitirnos reencontrar nuestro sentido, nuestra alegría, nuestra justicia y nuestra paz. De esta inmensa debilidad, el Movimiento por la Paz y la Justicia ha sacado su fuerza, esa fuerza de la debilidad que desafía y golpea la conciencia de los poderosos y los convoca a darle a las víctimas la justicia que merecen y a la sociedad entera la paz que le han arrancado.
Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos, derruir el Costco-CM del Casino de la Selva, esclarecer los crímenes de las asesinadas de Juárez, sacar a la Minera San Xavier del Cerro de San Pedro, liberar todos los presos de la APPO y hacerle juicio político a Ulises Ruiz.
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