Portada
Presentación
Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega
Al pie de la letra
Ernesto de la Peña
Tres poemas
Titos Patrikios
Lavín Cerda, Dios
y la poesía
Alejandro Anaya
Para una apología
de José Revueltas
Sonia Peña
Imágenes en la
Puerta del cielo
Ricardo Yánez entrevista
con Raúl Bañuelos
Una literatura muy nueva
Vilma Fuentes
Rafael Bernal y El complot mongol entre el olvido y el reconocimiento
Xabier F. Coronado
La lengua ñañho
y la discriminación
Araceli Colín Cabrera
Leer
Columnas:
La Casa Sosegada
Javier Sicilia
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Cinexcusas
Luis Tovar
Corporal
Manuel Stephens
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Cabezalcubo
Jorge Moch
Directorio
Núm. anteriores
[email protected]
|
|
Felipe Garrido
Demasiado tarde
Bajé en el Metro Etiopía para acompañarla. Un jardín descuidado y una casa vieja, de piedra y teja, con una gran puerta de madera oscura. Ella vestía de rojo y negro, un collar de perlas. Tenía ojos de abandono. Su beso, cuando nos despedimos, me estremeció. Sentí en la mejilla sus labios húmedos, su aliento quemante, alguna palabra que ya no pronunció. Pregunté si podía buscarla. Nos vemos en la biblioteca, contestó. Me quedé a ver si en verdad vivía allí. Abrió la reja del jardín y alguien, desde adentro, le abrió la puerta de la casa. Traía anillo de casada. Me dijo que era un viejo que siempre estaba encerrado; no le gustaba salir. Voy a seducirte el día que yo quiera, pero, te haré mucho daño, me advirtió: un día me iré y no volverás a verme. Semanas después llegó toda de negro, triste y más linda que nunca, acinturada. Intenté besarla en la boca, pero me esquivó. Ahora no hay remedio, me dijo. Ya no tiene objeto. Ya es muy tarde. |