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El profeta insumiso: William Blake (1757-1827)
RODOLFO ALONSO
Tras las huellas de Lowry en Oaxaca
ALBERTO REBOLLO
Los dos talleres de Nandino
Elías Nandino y Estaciones
GERARDO BUSTAMANTE BERMÚDEZ
Elías Nandino, entre poesía y bisturí
LEONARDO COMPAÑ JASSO
El poeta frente al espejo
GUADALUPE CALZADA GUTIÉRREZ
Leda Arias: búsqueda, compromiso y permanencia
INGRID SUCKAER
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Hipermicro (II Y ÚLTIMA)
Si la situación aquí descrita la semana pasada, respecto del modo y
manera en que son manejados los espacios urbanos comerciales
destinados a la exhibición cinematográfica, es inamovible y como espectadores
hemos sido sentenciados a padecer la anemia y la
escasez consistentes en la repetición de un mismo filme tres, cinco
o hasta seis veces en un mismo punto geográfico, estaría bueno que
desaparecieran los multiplex. Total, si de doce salas hay cinco dedicadas,
por ejemplo, al maguete de la frente tatuada y otras cuatro
le tocan al cerebrón antipático de Megamente, ¿por qué no volver a
la maravilla de los recintos amplios, dignos en su arquitectura y
en su vocación, logrando así, entre otros ahorros, el del montón de
copias todas juntas en un mismo lugar? Así, al menos, la tendencia
cinematográfica a lo hiper no quedaría en meros resultados micro.
El asunto es que las propias películas –es decir las aludidas y
otras que perfectamente podrían sustituirlas pues, en el fondo,
son virtualmente la misma cosa– padecen males idénticos a los que
tienen postrado, aunque no lo parezca a simple vista, al negocio de
la exhibición. La primera y más grave de dichas enfermedades es la
tremenda compulsión monetarista de ambos, película y sala de cine:
de lo que se trata, Freud diría que coprofílicamente, es de acumular
tanto dinero como sea posible. Punto. Cualquier otra consideración
pasa a un muy retirado segundo plano, incluyendo por
supuesto la calidad, la novedad, la frescura, la originalidad, la pertinencia,
la osadía, etecé.
El espíritu villamelón de Muchagente puede con facilidad hacer
que éste salte y diga que no es cierto; que, por ejemplo, Avatar fue
innovadora tanto en lo temático como en lo visual, y que hizo de la
tercera dimensión un recurso técnico ahora recurrente, como lo
puso de manifiesto, entre varias otras, Toy Story 3, y como a punto
de hacerlo está el remake de la
legendaria Tron. Pero aunque
la candidez de Muchagente dé
ternurita es preciso responderle
que, para empezar, la tecnología
3D tiene más de cincuenta
años de vieja y lo mismo se dijo
en aquel entonces, que se trataba
de una revolución en el cine.
Ya encarrerados habría también
que hacerle ver lo poco que de
fresco, novedoso, pertinente y
original tiene un discurso fílmico
más de los muchos que se generan
para justificar el status quo, que eso y
nada más es la nueva grandilocuente
megaproducción de James Cameron.
Escena de Skyline |
MEGANANO
Otro de los males compartidos por ese
cine y por las salas que se refocilan proyectándolo,
es el complejo de Gulliver:
o se es mega o no se es. Como megaproducciones
suelen ser definidas las películas
luego señaladas como “las más
taquilleras”, lo mismo la francamente
aburrida y en verdad poco apantallante
Iron Man 2 que la muy lamentable inflada
desinflante que para despedirlo se
le propinó al célebre ogro verde en Shrek
Forever After. ¿Fue usted uno más de los
que se decepcionaron con Furia de titanes,
pensando que vería algo tan bueno
narrativa y conceptualmente como la
clásica Jasón y los Argonautas, pero con
las ventajas de la tecnología contemporánea?
¿Le tocó llevar a sus hijos adolescentes,
o usted misma(o) sintió ganas de
ir a ver ese chapucería de vampiros enamorados
llamada Eclipse, que ya va en su
parte dos o tres, vaya uno a saber? Megaproducciones
todas ellas, lo mismo
que las anotadas aquí hace ocho días:
Narnia, Potter, Skyline... ¿Y en qué consiste
la naturaleza de una producción mega?
Fácil: en costar mucho y decir poco;
todo lo más, la bobada de los buenos
buenos contra los malos malos, el triunfo
del amor on the Hollywood way, claro
está, o el ensalzamiento definitivamente
obsceno del individualismo, cuando
no el culto ignaro a todo género de pastiches
gotiquizantes. Como puede ver
cualquiera, tratamientos, enfoques y
estilos narrativos nano que, para lucir
medianamente decorosos, requieren el
empleo de carretadas de dinero. Encima
de todo, y por si no se apercibió del significativo
detalle, ni uno solo de los filmes
hasta este punto mencionados es
una historia original. Puras segundas,
terceras, cuartas partes, remakes o refritos
de temas architrillados, verbigracia
una invasión extraterrestre.
Imagínese esas películas producidas
con la morralla –comparativamente hablando–
de la que suele estar provista
una película mexicana; nada raro sería
que “la gente” tampoco quisiera ir a verlas,
y entonces los móls, por lo menos
en el área donde están los cines, no le
harían su anual homenaje involuntario
a Chava Flores, cuando cantaba
aquello de “un hormiguero no tiene tanto
animal”...
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