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QUEMAR A DIOS
SONIA PEÑA
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Job. La novela de un hombre sencillo,
Joseph Roth,
Traducción y presentación de José María Pérez Gay,
Cal y Arena,
México, 2010.
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Esta novela se publicó por primera en 1930. Su
autor nació en Brody, Galitzia, provincia del imperio
austrohúngaro, hoy Ucrania, un 29 de septiembre
de 1894 y murió en París en 1939. “Se dice que
un judío sólo es capaz de vivir con Dios o contra
Dios, pero es incapaz de vivir sin Dios”, escribe el
traductor en la presentación del libro, y el personaje
de Roth pasa por cada una de estas etapas. La
historia se ubica en Zuchnov, un pueblo en la frontera
entre Rusia y Polonia, a principios del siglo
XX. Mendel Singer se llama el protagonista, y es un
maestro de Sagradas Escrituras que vive junto a
su mujer y sus tres hijos una vida modesta y llena
de privaciones. Los Singer comienzan su peregrinaje
de dolor cuando reciben en su seno al cuarto
hijo, un niño epiléptico al que llaman Menuchim.
No podía caer mayor infortunio sobre la familia:
Jonás, el hijo mayor, se emborracha con los cosacos
y se mezcla con mujerzuelas; Schemarjah, el segundo,
se convierte en un desertor; Miriam, la hija
mujer, es prostituta y el menor un idiota del que
todo el pueblo se ríe.
Mendel es un hombre justo que no reclama
nada ni se subleva ante el destino. Vive sus infortunios
como si fueran castigos por alguna falta.
Una carta desde Estados Unidos le cambia la vida
a la familia al enterarse de que el hijo desertor se
encuentra en Nueva York: la tierra que mana leche
y miel. Ahora los manda llamar para que también
gocen de las delicias de la Tierra Prometida. Sin
embargo, se ven en la disyuntiva de elegir entre
Miriam o Menuchim. Finalmente se deciden por la
hija y dejan al enfermo al cuidado de unos vecinos.
En América, los Singer pasan de ser unos
pobres campesinos a ser unos pobres citadinos;
la sordidez del barrio judío, el desconocimiento
del idioma y de la cultura aumentan los infortunios
de la familia. Al estallar la primera guerra
mundial, su hijo Schemarjah es reclutado como
ciudadano estadunidense, dejando a Mendel al
frente del hogar. La desgracia recae sobre los
Singer como un efecto dominó: Schemarjah muere
en batalla y, al enterarse, su madre cae fulminada
por el dolor, Miriam enloquece y es internada en
un manicomio. La guerra, la locura y la muerte
arruinan a la familia y, como en el texto bíblico, los
amigos se hacen presentes. Inicia entonces el reclamo
de Mendel hacia Dios y el parlamento con los
amigos. Pero antes de que ellos llegaran, Mendel,
solo e impotente, se subleva contra Yahvé: enciende
una hoguera e intenta echar al fuego la vestimenta
del ritual de oración junto al libro sagrado
que lo ha acompañado durante cincuenta años,
pero no puede, algo le paraliza el brazo. Ante la
pregunta de los amigos acerca de qué pretendía
hacer con semejante hoguera la respuesta es
tajante: “Quiero quemar a Dios.”
Las súplicas de los amigos de nada sirven
porque ven la desgracia desde afuera, por más
que quieran entenderlo no pueden, porque
simplemente no han pasado por lo que está
pasando él. Los días que siguen son de absoluta
sequedad espiritual. Mendel Singer ya no rezaba
“y le dolía no rezar. Le dolía también su ira y
la impotencia de su ira”. Pero en plena noche
oscura tendrá lugar un prodigio que lo llevará
otra vez a los brazos de su Dios.
El mito que recrea Joseph Roth en la figura de
Mendel Singer es un ríspido itinerario que va
desde el sufrimiento y la rebeldía hasta la reconciliación
final. Esta es la historia de un hombre
rebelde, es la historia de una agonía (en el sentido
unamuniano del término), y es la historia de
un milagro; pero ante todo, es la historia de
cada uno de nosotros: los que alguna vez hemos
deseado con todas las fuerzas “quemar a Dios”
y –al igual que Mendel– nos hemos paralizado en
el intento. El libro de Joseph Roth es una lección de
vida, un espejo empañado por las lágrimas y un
cántico de fe.
UN PÍCARO LATINOAMERICANO EN PARÍS
ALEJANDRO MICHELENA
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Marginautas,
Adolfo Guidali Etcheverry,
Ediciones de la Universidad Veracruzana,
México, 2010.
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Las aventuras y desventuras de personajes con
talante picaresco provenientes de países americanos
y sobreviviendo en ciudades europeas,
han dado asunto a más de un narrador de nuestro
continente. Desde los más sofisticados del
argentino Julio Cortázar –en Rayuela y El libro de
Manuel– con su perfil intelectualizado, a los más
carnales del peruano Alfredo Bryce Echenique;
sin olvidar los del chileno-mexicano Roberto Bolaño,
en particular los héroes de su novela culminante Los detectives salvajes, deambulando por una
Europa postmoderna y desangelada.
En esta línea, que tiene su tradición y hasta su
propia retórica, podemos ubicar a Marginautas,
novela del uruguayo Adolfo Guidali Etcheverry,
publicada este año por la Universidad Veracruzana
campus de Xalapa. Su personaje central, Rulito,
que un buen día salta de Montevideo a Madrid
y que luego de un pasaje fugaz por Barcelona
termina malviviendo en París, tiene un elemento
de originalidad que lo desmarca de sus antecesores:
no es artista ni intelectual y carece de
base cultural; en sentido estricto: es un marginal,
un lumpen, como solía decirse en los años setenta
abusando de la categoría marxista.
Un rasgo interesante del relato es el contraste
que se establece entre Rulito y aquellos con quienes
alterna en su vagar, correspondientes todos
al prototipo del latinoamericano con veleidades
literarias, con un barniz de cultura y políticamente
anárquico. El contrapunto, los malentendidos,
los disimulos del pícaro uruguayo, le dan a esta
novela un sabor especial, donde las propias situaciones
llevan implícita mucha y buena ironía, y
un humor con sentido crítico que también forma
parte de nuestras mejores tradiciones literarias,
desde el lejanísimo El periquillo sarniento, de
Fernández de Lizardi.
Guidali vive en París hace un buen tiempo,
trabajando como periodista en France Presse.
Estuvo varios años residiendo en Madrid, en los
noventa. Publicó en Montevideo su primera novela
–Alfonso: una cuestión reflexiva (MZ editor, 1984)-
con cierta repercusión. Un poco antes dio a conocer
sus primeros cuentos en la revista El Caracol
Marino, de Xalapa, y más tarde publicó relatos en
diversas antologías de América Latina y Europa.
Marginautas sale a luz tras un largo silencio. Su
buena estructuración, la pericia para crear climas
y para darle ritmo a la historia, la peculiar respiración
de un estilo muy personal, evidencian un
intenso trabajo entre aquella primera novela y
cuentos, y esta obra de madurez. Algo que permite
adivinar manuscritos que no vieron la luz (de
pronto novelas interesantes que quedaron inéditas).
Vale recordar que Guidali fue durante un
tiempo guionista de programas de televisión en
España y que tiene larga experiencia como periodista,
lo cual debió auxiliarlo a la hora de estructurar
esta novela.
El relato posee además una cualidad esencial
para el caso: es entretenido y atrapa; no decae ni
pierde ritmo, a pesar de algunos pasajes demasiado
reflexivos. La historia se construye alrededor
de Rulito, personaje rico y consistente, pleno de
matices, a quien rodean en su peripecia muchos
otros que ofician de coro en la tragicomedia de su
vida. Un elemento más de interés lo da el bosquejo
que realiza el autor, pintando en pocos trazos
los perfiles de la bohemia latinoamericana más
reciente en ciudades como Madrid, Barcelona y
París.
UN ARQUEÓLOGO DEL ESPACIO
EMILIANO BECERRIL
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México, arquitectura del siglo XVI,
Juan Benito Artigas,
Taurus, UNAM, Embajada de España y AECID,
México, 2010.
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La arquitectura es, por nombrarla de alguna manera,
la piel donde se inscribe la historia de la cultura
del espacio. Si la entendemos así, podríamos
entonces remitirnos a Paul Valéry, quien dice que
la piel es lo más profundo, y de ahí decir que la
arquitectura, donde quiera que se piense, contiene
el reflejo de mentalidades y creencias de todas
las épocas, y que en ella se pueden percibir discursos
del poder, contrastes, sincretismos, entendimientos
estéticos y, finalmente, para no darle
tantas vueltas, la historia de las civilizaciones. Por
supuesto, ésta no es una observación nueva, sin
embargo, aun así, muchas veces se trata de una
visión menospreciada. Y es que en México –para
no irnos tan lejos– existe una enorme cantidad de
inmuebles históricos que poco a poco son carcomidos
por el tiempo y por el desconocimiento.
La innumerable cantidad de construcciones que
desde siglos atrás nos han acompañado, los
“documentos” monumentales que nos brindan
un puente privilegiado hacia el pasado, y que son
fundamentales para entendernos, naufragan triste
y paulatinamente con el correr de los años. Ya
sea porque para algunos estas construcciones no
son realmente prioritarias o porque no se tiene el
dinero (ni el ímpetu) necesario para rescatarlas,
se pierden en el interior del país, en alguna ciudad
o en algún municipio –también perdido–; o lo que
quizás es peor, se “renuevan” improvisadamente,
perdiendo de tajo su vínculo con el pasado. De ahí
que la labor de la restauración arquitectónica siempre
haya sido, además de clave, complicada: ésta
tiene que luchar contra la displicencia política,
económica y cultural, y contra la falta de recursos
y la ignorancia. Además, por supuesto, enfrentándose
a las nebulosidades del tiempo, debe ser
aguda y generar conocimiento a contra reloj. Por
eso, la faena de quienes se dedican a ello es de un
valor incalculable que, sin exagerar, raya en lo
heroico. Juan Benito Artigas es uno de ellos. Nacido
en España, en 1934, pero exiliado en México
desde los doce años de edad, Artigas ha generado
un pensamiento crucial para la investigación
académica (hasta la fecha es autor de más de treinta
títulos), así como una vitalidad enérgica y práctica
respecto a la restauración. Además de haber
estado involucrado en un sinfín de proyectos de
restauración muralística (entre los que destacan
el descubrimiento de los murales del convento del
siglo XVI de Malinalco) y de inmuebles, fue uno de
los fundadores de la ya emblemática, aunque
ahora descontinuada, revista Cuadernos de
Arquitectura Virreinal. Acuñó, además, la teoría
de la “Desmaterialización de la estructura”
respecto al barroco iberoamericano, y redefinió
la concepción de las muy características Capillas
Abiertas Aisladas. Por todo ello, y más, México,
arquitectura del siglo XVI, libro recién editado por
Taurus (en colaboración con la UNAM, la embajada
española y la AECID) es un regocijo para cualquier
curioso o amante de la historia y de la arquitectura;
en él se pueden apreciar 464 obras arquitectónicas
–cada una con una aproximación particular
a la “arquitectura mestiza” de nuestro país– y,
felizmente, una cartografía del legado de Artigas,
que aún sigue en construcción.
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Letras sin tiempo,
varios autores,
Editorial Letras sin Tiempo,
México, 2010.
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A esta redacción llegaron diez plaquettes, agrupadas por
formato y por la ingeniosa economía de los recursos en
ellas invertidos, en las cuales se ofrece a los lectores una
serie de mínimas selecciones, preponderantemente poéticas,
de los siguientes autores citados en orden alfabético:
Juan Carreón, Constantino Cavafis, Sor Juana Inés de la
Cruz, Hugo Gutiérrez Vega, Omar Khayyam, Ramón López
Velarde, Manuel José Othón, Francisco de Quevedo y Villegas,
Guadalupe Segovia y Walt Whitman. La heterodoxia
antologadora responde al doble propósito de compartir
tanto las afinidades, como el trabajo mismo de quienes
han elaborado esta colección literaria.
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