Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 2 de enero de 2011 Num: 826

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

El profeta insumiso: William Blake (1757-1827)
RODOLFO ALONSO

Tras las huellas de Lowry en Oaxaca
ALBERTO REBOLLO

Los dos talleres de Nandino

Elías Nandino y Estaciones
GERARDO BUSTAMANTE BERMÚDEZ

Elías Nandino, entre poesía y bisturí
LEONARDO COMPAÑ JASSO

El poeta frente al espejo
GUADALUPE CALZADA GUTIÉRREZ

Leda Arias: búsqueda, compromiso y permanencia
INGRID SUCKAER

Leer

Columnas:
Jornada de Poesía
JUAN DOMINGO ARGUELLES

Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

Artes Visuales
GERMAINE GÓMEZ HARO

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
Núm. anteriores
[email protected]

 

Enrique López Aguilar
[email protected]

Año nuevo

El ser humano pertenece a la Tierra y a sus ciclos, mucho más allá de lo que estuviera dispuesto a reconocer al cabo de siglos de civilización, pensamiento, tecnología, ciencia y cultura, siglos que lo han vuelto tan arrogante y ambicioso que aún hay quienes creen que el calentamiento global es una ficción, o que talar árboles en la Amazonia no ofrece problema porque al tirar una semilla en tierra tan fecunda nacen al instante cien más, como si se tratara del cuento de “Juan y los frijoles mágicos” o, el colmo, que un derrame petrolero en el mar sirve para engordar peces y camarones. Así, independientemente de que las personas se rijan por el calendario gregoriano (que modificó al juliano en 1582), o por calendarios lunares, se percibe un cambio de año alrededor del centro del invierno (que, en el hemisferio norte, transcurre entre diciembre y marzo, lo cual significa que en el hemisferio sur la llegada del Año Nuevo ocurre en verano).

Es a ese cambio al que se conoce como Año Nuevo. Pareciera que si la Tierra descansa durante el invierno y se prepara para arribar a una nueva primavera (estación de siembra, deshielo y sol), el ser humano también se renueva y se dispone a cambiar cosas de sus hábitos personales, o a conquistar metas postergadas, lo cual se cristaliza en los afamados “votos de Año Nuevo”, que se incumplen hasta que la llegada de otro año recuerda los asuntos pendientes, con la consecuente vuelta a los votos perpetuos del Año Nuevo. En el fondo de estas renovaciones infringidas subyace el estribillo donjuanesco: “¿tan largo me lo fiáis?” o, lo que es lo mismo, si hay tanta vida por delante, ¿por qué comenzar a modificar desde ahora? Ya vendrá otro año para ofrecer más promesas: esto ya no tiene que ver con los vínculos terráqueos, sino con la inestabilidad humana.

Las fechas son variables: si para “casi” todo el mundo (regido por el calendario gregoriano) el Año Nuevo “entra” el 1 de enero, para culturas como la china éste ocurre durante la segunda luna nueva después del solsticio de invierno (lo cual sucede el 21 de enero o febrero, pues el solsticio ocurre el 21 de diciembre). En las sociedades con predominio religioso de la Iglesia ortodoxa (que sigue entendiendo la sucesión del tiempo bajo el criterio del calendario juliano), la fecha del Año Nuevo es el 14 de enero. Para los judíos, la Hannukah ocurre en fecha cercana al solsticio, en diciembre.

En Roma, los cónsules asumían su cargo durante el undécimo mes, que se correspondía con enero: el año comenzaba el 1 de marzo. El año 47 AC., Julio César mandó modificar el viejo calendario y creó el “juliano”. Éste sufrió nuevas modificaciones en 44 y en 8 AC., cuando Marco Antonio y Augusto se encontraban en el poder, respectivamente. El papa Gregorio XIII hizo nuevas adecuaciones al calendario juliano en el siglo XVI y, desde entonces, es el empleado en muchas partes del mundo. El calendario gregoriano fijó el 1 de enero como el primer día del año: estrictamente, debería considerarse que se trata del juliano con importantes modificaciones gregorianas.

Algunos entusiastas juran que el 1 de enero coincide con el día de la circuncisión de Jesús, de acuerdo con Lucas 2, 21: “Cumplidos los ocho días para circuncidar al niño, le pusieron por nombre Jesús, el cual le había sido puesto por el Ángel antes de que fuese concebido”: no discutiré los dislates de las cronologías eclesiásticas, arremetidas en secuencias calendáricas con mucho sentido simbólico, pero con escasísima evidencia de la Historia.)

En algunos lugares de México se acostumbra quemar al Viejo en la media noche de Año Nuevo: se trata de un monigote relleno de paja y forrado con trapos que no desmienten al personaje, cuyo fin es el de simbolizar el año que termina. En Veracruz, el Viejo se coloca al frente de la casa con un recipiente para recabar limosna, que será empleada para comprar cohetes y golosinas. También se pasea por las calles acompañado de una comparsa compuesta por una viuda embarazada (que dará a luz al Año Nuevo) y un pequeño grupo musical (conformado con latas, cencerros y tapaderas metálicas) que va cantando coplas como las siguientes (según lo registran Romeo Cruz Velázquez y Ariel García Martínez en Fiestas populares en Veracruz, publicado por el IVEC en 1998): “Una limosna para este pobre Viejo/ que ha dejado hijos,/ que ha dejado hijos,/ para el Año Nuevo.// A don Ferruco/ lo llevan a enterrar,/ porque los villistas/ lo quieren matar.// Ya se va el Viejo/ muriéndose de risa/ porque esta noche/ lo vuelven ceniza”