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Año nuevo
El ser humano pertenece a la Tierra y a sus ciclos, mucho
más allá de lo que estuviera dispuesto a reconocer al cabo
de siglos de civilización, pensamiento, tecnología, ciencia
y cultura, siglos que lo han vuelto tan arrogante y ambicioso
que aún hay quienes creen que el calentamiento global
es una ficción, o que talar árboles en la Amazonia no ofrece
problema porque al tirar una semilla en tierra tan fecunda
nacen al instante cien más, como si se tratara del cuento de
“Juan y los frijoles mágicos” o, el colmo, que un derrame
petrolero en el mar sirve para engordar peces
y camarones. Así, independientemente de
que las personas se rijan por el calendario
gregoriano (que modificó al juliano en 1582),
o por calendarios lunares, se percibe un cambio
de año alrededor del centro del invierno (que, en
el hemisferio norte, transcurre entre diciembre y
marzo, lo cual significa que en el hemisferio sur la
llegada del Año Nuevo ocurre en verano).
Es a ese cambio al que se conoce como Año
Nuevo. Pareciera que si la Tierra descansa durante
el invierno y se prepara para arribar a
una nueva primavera (estación de siembra,
deshielo y sol), el ser humano también
se renueva y se dispone a cambiar
cosas de sus hábitos personales, o
a conquistar metas postergadas, lo
cual se cristaliza en los afamados
“votos de Año Nuevo”, que se incumplen
hasta que la llegada de otro
año recuerda los asuntos pendientes, con la consecuente
vuelta a los votos perpetuos del Año Nuevo. En el fondo de
estas renovaciones infringidas subyace el estribillo donjuanesco:
“¿tan largo me lo fiáis?” o, lo que es lo mismo, si hay
tanta vida por delante, ¿por qué comenzar a modificar desde
ahora? Ya vendrá otro año para ofrecer más promesas:
esto ya no tiene que ver con los vínculos terráqueos, sino
con la inestabilidad humana.
Las fechas son variables: si para “casi” todo el mundo (regido
por el calendario gregoriano) el Año Nuevo “entra” el
1 de enero, para culturas como la china éste ocurre
durante la segunda luna nueva después del solsticio
de invierno (lo cual sucede el 21 de enero o febrero,
pues el solsticio ocurre el 21 de diciembre). En las
sociedades con predominio religioso de la
Iglesia ortodoxa (que sigue entendiendo
la sucesión del tiempo bajo el criterio del
calendario juliano), la fecha del Año Nuevo
es el 14 de enero. Para los judíos, la Hannukah ocurre en fecha cercana al solsticio,
en diciembre.
En Roma, los cónsules asumían
su cargo durante el undécimo
mes, que se correspondía con
enero: el año comenzaba el
1 de marzo. El año 47 AC., Julio
César mandó modificar
el viejo calendario y creó el
“juliano”. Éste sufrió nuevas
modificaciones en 44 y en 8
AC., cuando Marco Antonio y
Augusto se encontraban en el
poder, respectivamente. El papa Gregorio XIII hizo nuevas
adecuaciones al calendario juliano en el siglo XVI y, desde
entonces, es el empleado en muchas partes del mundo. El
calendario gregoriano fijó el 1 de enero como el primer día
del año: estrictamente, debería considerarse que se trata
del juliano con importantes modificaciones gregorianas.
Algunos entusiastas juran que el 1 de enero coincide
con el día de la circuncisión de Jesús, de acuerdo con Lucas 2, 21: “Cumplidos los ocho días para circuncidar al niño,
le pusieron por nombre Jesús, el cual le había sido puesto
por el Ángel antes de que fuese concebido”: no discutiré los
dislates de las cronologías eclesiásticas, arremetidas en
secuencias calendáricas con mucho sentido simbólico, pero
con escasísima evidencia de la Historia.)
En algunos lugares de México se acostumbra quemar al
Viejo en la media noche de Año Nuevo: se trata de un monigote
relleno de paja y forrado con trapos que no desmienten
al personaje, cuyo fin es el de simbolizar el año que
termina. En Veracruz, el Viejo se coloca al frente de la casa
con un recipiente para recabar limosna, que será empleada
para comprar cohetes y golosinas. También se pasea por las
calles acompañado de una comparsa compuesta por una
viuda embarazada (que dará a luz al Año Nuevo) y un pequeño
grupo musical (conformado con latas, cencerros y
tapaderas metálicas) que va cantando coplas como las siguientes
(según lo registran Romeo Cruz Velázquez y Ariel
García Martínez en Fiestas populares en Veracruz, publicado
por el IVEC en 1998): “Una limosna para este pobre Viejo/ que
ha dejado hijos,/ que ha dejado hijos,/ para el Año Nuevo.//
A don Ferruco/ lo llevan a enterrar,/ porque los villistas/ lo
quieren matar.// Ya se va el Viejo/ muriéndose de risa/ porque
esta noche/ lo vuelven ceniza”
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