Portada
Presentación
Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega
Bitácora Bifronte
RicardoVenegas
Monólogos Compartidos
Francisco Torres Córdova
Para descolonizar
la literatura colonial
Rodolfo Alonso
Dos demiurgos y
un país trágico
Ernesto Gómez-Mendoza
Grupo escolar
Félix Grande
Ingleses en 1882
Eça de Queirós
El inconveniente
de ser Cioran
Augusto Isla
Armando Morales, pintor
Vilma Fuentes
Leer
Columnas:
Señales en el camino
Marco Antonio Campos
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Cinexcusas
Luis Tovar
Galería
Alejandro Michelena
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Cabezalcubo
Jorge Moch
Directorio
Núm. anteriores
[email protected]
|
|
Jorge Moch
[email protected]
Michelle y la propaganda
Que la esposa del presidente de Estados Unidos decida aparecer en un programa de televisión no es raya en el agua. Lo hicieron Betty Ford en 1976, en El Show de Mary Tyler Moore, y posteriormente Nancy Reagan; la hoy secretaria de Estado Hillary Clinton y Barbara Bush en Sesame Sreet (Plaza Sésamo). Pero lo hicieron en programas infantiles –excepción hecha en el caso de la señora Ford– para llevar a la teleaudiencia elementales mensajes de bienestar social, por ejemplo, contra el consumo de drogas o en pos de la lectura. En cambio, la reciente aparición de Michelle Obama en la comedia para adolescentes i Carly (protagonizada por una Miranda Crossgrove a la que cada día queda más chico el rol de teenager), lleva otros tintes, porque el mensaje que Michelle lanzó a cuadro al interpretarse a sí misma –el episodio ha sido extensamente elogiado en los medios estadunidenses– fue para pedir apoyo (support, en inglés) para las familias de los soldados estadunidenses que, dijo, tanto han sacrificado por su país (en las guerras que han enderezado a lejanos países del Tercer Mundo, como Irak o Afganistán, se entiende). La palabra support en un contexto de lo civil a lo militar en Estados Unidos puede significar hoy muchas cosas, desde apoyo moral, hacer donaciones en efectivo, o hasta tomar las armas para defender honores mancillados. Pronunciarla en medio de un programa de comedia estudiantil para adolescentes en Estados Unidos es lisa y llanamente hacer apología de esos escenarios bélicos exportados por los estadunidenses a donde sea que en el mundo se necesita un villano con el cual sostener una industria armamentista demencial.
Que el régimen belicista gringo haga propaganda en medios masivos audiovisuales no es tampoco cosa en absoluto nueva, porque el medio es el mensaje y todo eso. Se cuentan por miles los títulos de series televisivas y películas en que invariablemente destacan las presuntas habilidades de su soldadesca, los Navy Seals, los boinas verdes, los Black Ops… fuera de las exageradas cualidades de James Bond y su flemática licencia británica para matar, hay en el mundo pocas muestras de tan aderezado fervor por la figura del superhéroe armamentista y asesino como las que ha estado suministrándole Hollywood al resto del orbe, desde la masacre ambulante que fue el monosilábico Rambo del monosilábico Stallone, hasta los matakamikazes de Pappy Boyington interpretado por Robert Conrad, el de las Ovejas Negras en los mares del Pacífico Sur de la setentera Baa Baa Black Sheep, pasando por el quijarudo exgobernador de California y sus variopintas sagas, donde el gringo bueno –austríaco en su caso pero naturalizado, él sí, en cien por ciento ciudadano republicano masticador de tabaco y bebedor de Coca Cola, porque es blanquito y ojiazul, y en Estados Unidos detestan el inglés machucado por el acento mexicano, pero no los balbuceos de don I’ll be back mata al chino malo, al ruso malo, al árabe malo, al narco mexicano malo, al narco colombiano malo, al vietnamita malo, al africano malo, al nazi asesino y así hasta un infinito, nauseabundo y multirracial etcétera. Siempre en la televisión y el cine estadunidenses hay un Chuck Norris pateándole la cabeza a un kingpin mexicano o un Steven Segal clavándole la rodilla al odioso villano en sus ucranianos destos. No pocas de estas lamentables declaraciones fílmicas de xenofobia han sido, desde luego, inconmensurables éxitos de taquilla y la siembra de un silente aborrecimiento a otras etnias así fácilmente vinculadas con “el terrorismo global”.
Es profundamente hipócrita, perverso y carente de la más elemental ética un mensaje de apoyo a los soldados estadunidenses que han hecho algunas de las más injustas, arbitrarias, deshumanizadas –literalmente, con el empleo de aviones, misiles y bombas no tripulados, de drones y robots teledirigidos contra blancos inermes, muchas veces civiles y desiguales guerras de los últimos tiempos. Es un acto de propaganda vil, sin más fundamento ni recurso que tratar de convencer a la juventud estadunidense, esos futuros, impresionables votantes, de que esa guerra tuvo algún fin noble más allá de robarse el petróleo y el gas ajenos.
Aunque desde luego, doña Michelle haya olvidado pedir apoyo para las familias de los cientos de miles, o millones quizá, de civiles iraquíes y afganos mutilados, asesinados, despojados, desplazados, violados y humillados por los heroicos soldados estadunidenses durante el cumplimiento de tanto deber y tanto sacrificio.
|