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Marco Antonio Campos
Migraciones, de Tomás Segovia
A María Luisa Capella
En las ediciones de la Secretaría de Cultura del gobierno de Michoacán, se publicó en octubre de 2011 Migraciones, una bella antología de Tomás Segovia que preparó José María Espinasa como parte del homenaje del Encuentro de Poetas del Mundo Latino al poeta hispanomexicano.
Ya sea seleccionada por mano del autor o por mano ajena, una antología, quién no lo sabe, es una manera de proponer otro libro. Sin embargo, para llegar a buen puerto, el antólogo debe tener al menos dos virtudes: gusto para elegir y habilidad para que la combinación de poemas tenga una viva unidad. En este libro José María Espinasa se inclinó por hacer una selección diferente, y salió airoso: escogió poemas extensos y otros que lo son menos e incluyó aun partes de poemas-libros que a Segovia le parecían imposibles de fragmentar como Anagnórisis y Cantata a solas. Si se ve bien, ambos títulos definen en buena medida la tarea como poeta de Segovia, o quizá la tarea de todo verdadero poeta: la poesía que al escribirla le hace reconocer al autor cosas que ignoraba de sí mismo y la poesía como una pieza musical cantada a solas.
La lírica de Tomás Segovia está hecha del verano de tardes soleadas, de los pájaros migratorios que viajan como si con ellos cantara el propio poeta, de los detallados recorridos por el cuerpo de la mujer y del asombro iluminado ante los hechos diarios. “Nada terrestre me es ajeno”, escribió. De los poemas extensos, quizá “Anagnórisis” es en buena medida y por varios pasajes su gran pieza de amor y “Migraciones” lo es de su condición de pájaro migratorio con la mirada abierta a paisajes y a ciudades de Occidente. En la respiración honda del aire y en el apego a la tierra, en la sed de realidad y en el vivir en el “pasmo de los cinco sentidos”, me lleva a asociarlo con dos contemporáneos suyos, quienes tienen con él un aire de familia: Claudio Rodríguez, quizá el gran poeta español de la segunda mitad del siglo XX, y Gatien Lapointe, sobre todo en su Oda al San Lorenzo, libro que ayudó a darle identidad a los quebequenses.
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¿Hispanomexicano, como dijimos al principio? Es un decir. Como escribió muy bien José Emilio Pacheco en un ensayo reciente, el lugar de Segovia fue el no-lugar. Y Pacheco resumió: ”’Hijo del siglo’, producto de la guerra, el exilio, el nuevo país, el regreso a la tierra natal, la errancia eterna y el nomadismo como estilo de vida, la obra de Segovia encontró su arraigo en el desarraigo, su pertenencia en la no-pertenencia”. En su vida retirada Segovia no tuvo el anhelo de la vana riqueza ni del poder que degrada. Él sabía, como Albert Camus, que “una vida dirigida a hacer dinero es una muerte”.
Exaltadamente líricos, los poemas extensos tienen numerosos instantes admirables, de eso que Víctor Manuel Mendiola llama “una multitud de astillas de poesía en segundos”, pero no siempre es dable –no es la intención del autor– seguir la secuencia. Segovia puede partir al principio de algo muy concreto, como un verano, un domingo gris, los pájaros migratorios o la lluvia menuda, y utilizarlos como elementos que van repitiéndose en el poema, y entre enumeraciones y digresiones, crear aquí y allá apuntes paisajísticos, pequeñas historias autobiográficas y reflexiones sobre el qué hacemos aquí y quiénes somos, qué es la poesía y qué es ser poeta, hasta llegar al punto final que se oye como una despedida o el principio de un nuevo camino. Por alguna vía, José María Espinasa logró, al armar el libro, que fuera una suerte de itinerario del autor que va desde el esplendor de la juventud hasta la vejez y lo que el poeta mismo llama su sobrevivencia. Al final del libro, nos quedamos con la impresión de que Segovia vivió en un deslumbramiento continuo, y que, como él quería, dejó para siempre su “sitio marcado” aquí en la tierra.
Tomás Segovia murió hace poco más de dos meses, el 7 de noviembre del 2011, entre el aplauso general por su obra y el cariño de la gente. Imagino, me doy por imaginar que tal vez en el momento exacto del tránsito, pudo haber repetido esta línea suya que nos deja en suspenso y nos adentra a la noche del misterio: “Y aquí cruzo con pasos que sé que no son éstos”
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