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Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega
Bitácora Bifronte
RicardoVenegas
Monólogos Compartidos
Francisco Torres Córdova
Para descolonizar
la literatura colonial
Rodolfo Alonso
Dos demiurgos y
un país trágico
Ernesto Gómez-Mendoza
Grupo escolar
Félix Grande
Ingleses en 1882
Eça de Queirós
El inconveniente
de ser Cioran
Augusto Isla
Armando Morales, pintor
Vilma Fuentes
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Columnas:
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Felipe Garrido
Ventisca
La pieza terminó con un redoble y los de la mesa grande se rieron por algo que dijeron sobre la pareja. El viejo descansó el saxofón en el vientre; el niño pasó el sombrero. Una mujer de jeans ajustados y chamarra corta se puso de pie y alzó el brazo contra un cielo sin tacha. Calzaba botas de tacón alto, y el billete quedó a una altura que doblaba la del niño.
–Si lo alcanzas te lo llevas –le dijo con la boca como de sangre.
El niño no comprendía, pero el gesto lo invitaba y saltó dos o tres veces, hasta que cayó en el polvo y en las carcajadas del grupo.
El viejo volvió a alzar el instrumento.
Resopló de tal manera que en la tarde sin nubes se alzaron rachas. El techo del mercado comenzó a crujir. Un vendaval echó a rodar frutas, chicharrones, manteles, vasos... Cegados por el polvo, los de la mesa grande se encogieron para protegerse. Los músicos se marcharon. El abuelo tocaba; el niño llevaba el ritmo de sus pasos, con el billete en la mano. |