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Bazar de asombros
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Depresión
Orlando Ortiz
Soledad de una madre
Takis Sinópoulos
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Máximo Simpson
Dos poetas
Ricardo Prieto, un dramaturgo inolvidable
Alejandro Michelena
Ted Hughes, animal y poeta
Anitzel Díaz
Identidad e idioma en el sur de Estados Unidos
Antonio Valle entrevista con Antonio Cortijo
Claudio Magris, académico y cronista
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El pan nuestro de cada día
Parado en la sección de frutas del supermercado me conmueven los mangos agonizando en las góndolas. Mangos que han venido desde mi país, que fueron cortados por una mano ciertamente humilde, luego seleccionados por otra, una más los hizo subir a un barco, y por fin ahí están, en un supermercado de Nueva Zelanda, a miles de kilómetros de distancia, frente a mí, listos para que los meta en la cesta. Pero como su precio es alto, son pocos los que pueden comprarlos, y los mangos se pudren antes de cumplir su cometido final. Los veo como el que se despide de algo muy suyo y, al darme la media vuelta, no puedo evitar hacer un esfuerzo y comprar dos, tres, cuatro. Vienen de mi país, además. Y aunque voy contra el rígido presupuesto de mi mujer, esta vez no me importa porque siento que al estirar mi mano derecha aprieto la de aquel hombre que cortó estos mangos allá del otro lado del mar. Salgo conmovido del supermercado, orgulloso de haber realizado un acto heroico, pero también lamentando no poderle gritar a todos que salven a ese aguacate que se pudre, o a esas lechugas de hojas paliduchas, o a esas uvas marchitándose en cualquier rincón, también, de nuestras vidas. |