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Felipe Garrido
Una gaviota
Aquella vez, ¿recuerdas? Te quedaste dormido, tendido en la cama. Yo veía el mar. Verde botella, verde turquesa, verde limón. Aquí te extraño, Sebastián. Habría sido bueno que vinieras. Lo pienso y veo una gaviota tierra adentro, muy alto, sobre los platanares que crecen adormecidos en el sopor del día, tibio, húmedo y gris.
La mujer estaba en una terraza; en la mesa se veían unas hojas de papel, un cenicero, un estuche de anteojos, un libro en el que utilizaba como marcador un sobre de correo aéreo. Había escrito con un plumón azul. Su letra era grande y desigual. Alzó el rostro y miró el mar. En la playa había gente tendida en sillas de lona. Mordisqueó el plumón, pero no encontró nada más que escribir. Dobló la hoja en tres, alisando cada doblez contra la mesa. Sus manos eran hermosas. Con el mismo cuidado fue rompiendo el papel, varias veces, siempre por la mitad. Después lo alzó en las manos abiertas y dejó que la brisa se lo llevara. |