Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 13 de noviembre de 2011 Num: 871

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Depresión
Orlando Ortiz

Soledad de una madre
Takis Sinópoulos

Giordano Bruno en la hoguera
Máximo Simpson

Dos poetas

Ricardo Prieto, un dramaturgo inolvidable
Alejandro Michelena

Ted Hughes, animal y poeta
Anitzel Díaz

Identidad e idioma en el sur de Estados Unidos
Antonio Valle entrevista con Antonio Cortijo

Claudio Magris, académico y cronista
Raúl Olvera

Leer

Columnas:
La Casa Sosegada
Javier Sicilia

Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

Corporal
Manuel Stephens

Mentiras Transparentes
Felipe Garrido

Al Vuelo
Rogelio Guedea

La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
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Miguel Ángel Quemain
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Dramaturgia y filosofía, el orden clásico

Kant en alta mar, puesta en escena con dramaturgia y dirección de David Hevia a partir de un texto de Thomas Bernhardt (resultado de la maestría, ya clásica, del escritor austríaco), es una reflexión escénica sobre las parodias posibles del pensamiento filosófico que, en la tradición alemana, tiene una presencia permanente colocando sobre el escenario a los grandes motores de las ideas que van desde Goethe, Hegel y Hölderlin, hasta sus hijos más avezados, como Peter Weiss, Sloterdijk y Jelinek (claro, sin pensar que tras bambalinas estará siempre la gaya queja de Nietzche). Esa ha sido una de las grandes tareas en las que se han empeñado instituciones del teatro alemán como Botho Strauss y Heiner Müller.

Hevia reconoce con sabiduría que las grandes empresas del pensamiento, las filosóficas, requieren más de una carta de navegación que de un mapa que auxilie en los tránsitos de tierra firme. Así transcurre esta travesía extraordinariamente cómica y reconciliadora con las tareas más penosas de la vida: atender la atención sobre Friedrich, la guacamaya portadora del nombre indispensable de muchos grandes monarcas del imperio austrohúngaro y, al mismo tiempo, la representación del mundo exótico que promete la movilidad en un entorno tan fijo y constante como el germánico, que construye sus seguridades sobre las certidumbres que producen los hábitos. El juego: Kant está donde esta Köninsberg y Köninsberg está donde está Kant, es la relativización de ese orden tranquilizador y absoluto.

Durante toda la obra , Miguel Cooper, en la representación deslumbrante de Kant, se mantiene en vilo con un poderío y una energía que sostiene un cuerpo muy, muy delgado con una capacidad expresiva que coloca en la voz un tono exasperantemente obsesivo. En admirable contrapunto, Elia Domenzain encarna al personaje La Millonaria, el reverso de un pensamiento kantiano empeñado en “hacer prevalecer el mundo de las ideas ante una humanidad que navega a toda máquina, exactamente en dirección opuesta”, como escribe Hevia en el programa de mano. Es en la segunda parte donde la voz y la energía actoral de esta actriz irrumpen, dotando de un definitivo carácter orquestal al conjunto de voces que el director hace aparecer como si se tratara de una sonata espectral.

La puesta en escena se completa con la visión plástica de Cecilia Márquez, que no sólo viste el espacio en el Teatro de La Paz que ilumina sutilmente Pedro de Tavira, sino que viste esos cuerpos incansables de un poder sostenido hasta su llegada al puerto de Nueva York, mientras reciben las ovaciones de quienes estamos en el muelle en espera de esa tripulación anacrónica, como bien define Hevia ese giro genérico que le permite al dramaturgo eludir la obsolescencia del realismo y navegar en las aguas de la comedia, la farsa y, por momentos, en el padecimiento fatal de un sentido trágico de la vida que amenaza, por ejemplo, con oscurecer la visión del visionario Kant, quien podrá operarse en NY la fatalidad ocular que modula su mundo.

El chubasco de Garcini

En el sur de la ciudad navega otra nave, pero no llega a puerto como la de Hevia. Se trata de un navío donde hay varios capitanes, brújulas que apuntan hacia varias direcciones y que se pelean la localización del norte. Es La tempestad, de William Shakespeare, reconocible a pesar de la criatura deforme en que la convirtió el director Salvador Garcini, quien montó una especie de híbrido modelado por la “estética” televisiva que propone a un López Tarso mas cerca de Noé, el del Arca, y una especie de Isla del Amor (en el tono del Peter Pan de Lolita Cortés) donde una pareja modelo de belleza en lucha contra la adversidad que se opone a su amor, recita parlamentos parecidos a los que tienen la autoría de Shakespeare.

En este montaje queda poco del Salvador Garcini que escenificó La sonata de los espectros y que dialogaba con Strindberg, el de los ochenta y principios de los noventa (sus hallazgos de hoy son intermitentes), ese joven lúcido y arriesgado que todavía no “perseguía la chuleta”, como suelen argumentar tan emotivamente algunos creadores que han tenido que ganarse la vida como no esperaban hacerlo y que encuentra en la universidad televisiva un elenco que memoriza su lectura con la torpeza del que enfrenta por primera vez un texto difícil por lo exigente de su estructura rítmica.

No deja de ser sintomático el hábito del público educado en la escuela de la facilidad del aplauso televisivo: el respetable aplaude en cuanto entran sus actores de culto: López Tarso, Lorena del Castillo, Rafael Inclán, Osvaldo de León... y con esto no quiero decir que no haya un mínimo de calidad actoral y una maestría representada en actores de enorme experiencia como Felio Eliel y Abraham Stavans, por mencionar a los sobresalientes.

La cartelera teatral que formará parte de nuestro patrimonio artístico la producen las estructuras académicas, universitarias (en el caso de Ciudad de México la UNAM y la UAM), la Compañía Nacional de Teatro (la solvencia intelectual de Luis de Tavira lo hace posible) y algunas compañías independientes como por ejemplo El milagro, equipado con una estructura editorial que constituye un extraordinario argumento de investigación y creación del que se alimenta su trabajo y la misma idea de lo escénico y lo literario. Las producciones realizadas en ese orden hacen de los fracasos y los hallazgos un orden permanentemente aleccionador y vital.