Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 13 de noviembre de 2011 Num: 871

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Depresión
Orlando Ortiz

Soledad de una madre
Takis Sinópoulos

Giordano Bruno en la hoguera
Máximo Simpson

Dos poetas

Ricardo Prieto, un dramaturgo inolvidable
Alejandro Michelena

Ted Hughes, animal y poeta
Anitzel Díaz

Identidad e idioma en el sur de Estados Unidos
Antonio Valle entrevista con Antonio Cortijo

Claudio Magris, académico y cronista
Raúl Olvera

Leer

Columnas:
La Casa Sosegada
Javier Sicilia

Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

Corporal
Manuel Stephens

Mentiras Transparentes
Felipe Garrido

Al Vuelo
Rogelio Guedea

La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
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Ted Hughes,
animal y poeta

Anitzel Díaz

Quizás cuando nos encontramos deseando todo, es porque estamos peligrosamente cerca de no desear nada
Sylvia Plath

“En la cama él huele a carnicero”, así se expresaba Assia Weevil de su amante Ted Hughes. No hay imagen más grotesca que un hombre viniendo a la cama con olor a sangre, a sudor, pero Weevil se refería más al carácter de Hughes; a esa insaciable lujuria, a su constante necesidad de atención. De talento innegable, poeta maldito y magnífico, se vio siempre opacado por la novela que fue su vida y sobre todo por la obra de su esposa Sylvia Plath.

De Plath se ha escrito mucho. Símbolo inequívoco del feminismo, es importante porque tuvo la valentía de expresar sus sentimientos con una sinceridad estremecedora. En su diario escribe (17/VII/57): “Escribiré hasta que empiece a escribir sobre mi yo verdadero.” Fue víctima de un mundo machista; de un marido que la abandonó; de la locura; del perfeccionismo obsesivo con el que vivió. Como Medea también su figura provoca cierto grado de temor y compasión. Trató de compaginar su pasión por las letras con sus deberes de esposa y madre; se perdió en el intento. Le costaba levantar el alma y seguir respirando. Le costaba ser perfecta en todo. Fueron muchas las señales sobre la profundidad de su lucha. “Soy muda y oscura. Soy una semilla a punto de estallar. / La oscuridad es mi parte muerta, y está resentida: / no quiere ser más, ni diferente”, escribe en su poema “Tres mujeres” (1962). Su trabajo siempre fue infinitamente triste; construye imágenes llenas de color que no llenan la sensación de vacío.


Ted Hughes con Assia Wevill
y Shura

Su vida privada se vino abajo cuando conoció a la pareja Weevil y su esposo Ted se hace amante de Assia. No es que Assia fuera la primera amante de Ted; es que Ted dejó a Sylvia por ella. Dos años después Plath se quita la vida. A los treinta años, el 11 de febrero de 1936, Sylvia les deja un vaso de leche a sus hijos, sella la puerta del cuarto, abre la llave de gas y mete la cabeza en el horno. Toma todas las precauciones para que el escape de gas no dañe a sus hijos y termina así con su existencia. “Morir es un arte.”

En cambio, a Assia Weevil nunca la hubiéramos conocido si no es por haber sido la otra en este triángulo. A Weevil le pasa lo mismo que a Plath; se vuelve loca de celos. Hughes tiene otras dos relaciones y exige a su amante y madre de su hija Shura un estricto código de conducta dentro del hogar: tenía que jugar con Frieda y Nicholas, fruto de su matrimonio con Plath, al menos una vez al día. También debía enseñarles alemán dos o tres horas a la semana. Cocinar una nueva receta cada semana e introducir a Frieda en el arte culinario. Además, Assia debía levantarse a las ocho de la mañana y no podía andar en bata por la casa. Tenía prohibido tomar una siesta por la tarde. Debía mejorar su comportamiento y más que nada mostrarse agradable con los amigos de Hughes.

Además de una belleza salvaje y una vida azarosa (sobreviviente de la Alemania nazi ya que tenía raíces judías) e interesante (tuvo varios maridos), Weevil no tuvo el talento de Plath o Hughes y finalmente la vida a la que éste la sometía y el recuerdo de Plath (“Sylvia está creciendo en Ted, enorme y espléndidamente. Yo me encojo día a día, mordisqueada por ambos. Me comen”), la arrastran hacia el abismo y se suicida llevándose con ella a su pequeña hija Shura.


Sylvia Plath, Ted Hughes y su hija Frieda

La muerte de Ted Hughes ocurre en 1998 y se presenta sin gran aspaviento. Hughes fue un gran poeta creando imágenes, como decía Rilke, “capaces de eternidad”. Sus poemas ponen en evidencia una personalidad recia que reconoce precozmente todas las verdades destructivas del hombre. Dejando a un lado su vida personal, Hughes es una figura preponderante de la poesía inglesa del siglo XX. “El poder de la poesía es hacer que las cosas ocurran como uno quiere que ocurran” apunta Hughes. El poeta escribe desde y con la imaginación. Su escritura es fundamentalmente vitalista: con su fascinación por los impulsos primordiales de la naturaleza y el mundo animal, crea una poesía de extraordinaria complejidad y riqueza verbal. Hoy más que nunca la grandeza de sus textos tañen con brutal actualidad. “La sangre es el vientre de la lógica.” Su centro está en el corazón; hace de los versos principio de vida, una forma de ternura y esperanza: “Cómo empezó a jugar el agua”: “Agua quería vivir/ fue al sol y volvió llorando/ Agua quería vivir/ fue a los árboles la quemaron volvió llorando/ La pudrieron volvió llorando/ Agua quería vivir/ fue a las flores la pisaron volvió llorando/ Quería vivir/ fue al vientre encontró sangre/ volvió llorando/ fue al vientre encontró cuchillo/ volvió llorando/ fue al vientre encontró gusano y podredumbre/ volvió llorando quería morir// Fue al tiempo fue por la puerta de piedra/ volvió llorando/ fue por todo el espacio buscando nada/ volvió llorando quería morir// Hasta que no le quedó lloro/ Yacía en el fondo de todas las cosas/ completamente agotada completamente claro todo.” Antología poética, Ted Hughes, Plaza & Janés Editores, 1971. Versión de Jesús Pardo.)