Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 13 de noviembre de 2011 Num: 871

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Depresión
Orlando Ortiz

Soledad de una madre
Takis Sinópoulos

Giordano Bruno en la hoguera
Máximo Simpson

Dos poetas

Ricardo Prieto, un dramaturgo inolvidable
Alejandro Michelena

Ted Hughes, animal y poeta
Anitzel Díaz

Identidad e idioma en el sur de Estados Unidos
Antonio Valle entrevista con Antonio Cortijo

Claudio Magris, académico y cronista
Raúl Olvera

Leer

Columnas:
La Casa Sosegada
Javier Sicilia

Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

Corporal
Manuel Stephens

Mentiras Transparentes
Felipe Garrido

Al Vuelo
Rogelio Guedea

La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
Núm. anteriores
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Para leer abrazados

Bárbara Bonardi


El conejito soñado. 5 historias de José,
Malika Doray,
Fondo de Cultura Económica,
México, 2011.

En una cajita blanca que llama la atención por sus exquisitas ilustraciones de simpáticos conejitos, encontramos cinco libros perfectamente adaptados para que pequeñas manos inexpertas los descubran. Hechos de cartón, con las esquinas redondeadas, estas joyas de la literatura para la primera infancia sorprenden por su capacidad de evocar sentimientos complejos con algunas palabras sencillas y dibujos minimalistas de fuerte poder expresivo. José es un “conejito soñado” porque  está en el vientre de su mamá: frente a la impaciencia de sus padres que no ven la hora de conocerlo, José queda tranquilo y decide él mismo cuándo está listo para salir a ver el mundo. Estos volúmenes deliciosos hablan con sensibilidad de los momentos mágicos que preceden un nacimiento, pero también del desajuste entre el niño ideal, fruto de las expectativas de sus progenitores, y el niño real, que desde su primer día tiene un carácter con rasgos propios. Con delicadeza se sugieren las desilusiones vividas por los padres, pero también su placer de ir descubriendo a un niño para ayudarlo a formar su personalidad. Las primeras conquistas de José enorgullecen a los pequeños lectores que se identifican con este conejito que rápidamente sabe comer solo, gatear, caminar. Sus berrinches los hacen sonreír maliciosos… En cada página se respira la emoción con la que los padres esperan a su párvulo y luego el cariño con el que siguen sus primeros pasos. Las ilustraciones de estilo depurado sobre fondo blanco permiten a los lectores concentrarse en una única acción y facilitan la comprensión.

La autora francesa Malika Doray se acoge a su experiencia laboral en el campo de la estimulación temprana para proponer libros que hablen el lenguaje de los niños y satisfagan sus necesidades: ¡una de las historias que los niños prefieren es seguramente la del día en que nacieron! Además, ofrece a los padres y educadores una herramienta para hablar de la llegada de un hermano.

Al mismo tiempo, la autora promueve una imagen de la familia moderna que sale de los cánones tradicionales. En un mundo algo onírico y extravagante, los padres de José engañan la espera con actividades inusuales: su papá le teje un gorro además de fabricarle unos cochecitos, y su mamá le construye una casa después de haberle cosido unas lindas piyamas aladas. Más allá de lo excéntrico que pueden parecer estas ocupaciones, la colaboración entre la pareja y la representación de ambos padres dedicados al cuidado de su bebé retratan de manera simbólica experiencias cada día más comunes y favorecen la evolución de las mentalidades. Si consideramos que estos libros están pensados para acompañar a los niños en sus primeros años de vida, alegra la calidad de la propuesta visual y la atención que se le da a la selección de los temas. Acercamiento al libro-objeto, educación visual, estas obras fomentan el diálogo entre pequeños y grandes lectores.


Papeles quemados, papeles vivos

Ricardo Yáñez


Poesía completa,
Alfredo R. Placencia,
(edición de Ernesto Flores),
FCE/Conaculta,
México, 2011.

Cuando murió el poeta, su superior dio órdenes de que todas sus obras se quemaran
Jesús Hermosillo Peña

... el resto de la poesía de Placencia fue quemada por aquella comisión
Luis Vázquez Correa

Es altamente emocionante, hondamente enaltecedor, contemplar casi o como in situ la magia de la escritura, la magia de la literatura, cuando –sin irrumpir sino invitadamente, dotes de anfitrión de algunos– al ritual asistimos del acendrado aprecio, el no acrítico arrobo, la cultivada veneración que un autor suscita en otro.

Del jalisciense Raúl Aceves en distante momento hemos citado este aforismo: “Qué interesante alguien haciendo algo interesante”, el cual sin voluntad mediante se nos transforma en: “Qué bello el que alguien haga algo bello.” Ambas perspectivas vienen a iluminar el trabajo del nayarita Ernesto Flores al presentar de cuerpo entero no tanto el todo como la totalidad (sus respectivas totalidades fusionadas o fundidas en una sola) la persona y la obra de Alfredo R. Placencia, buen sacerdote, progenitor amante, músico afable y errante peregrino nacido en Jalostotitlán en 1875, fallecido en Tlaquepaque en 1930, y para no pocos el mejor de nuestros líricos religiosos.

Ofrecemos a muy escuetos trazos un apenas si apunte sobre la primera parte, 150 páginas en prosa introductoria, del esperado, necesarísimo volumen.

En un tono que recuerda a García Márquez, Luis Sandoval Godoy ha dicho, si bien en oposición al aserto, que algunas versiones, en particular la de Samuel Gómez Luna, bisnieto de Alfredo r. Placencia, consideran que “él traía en su naturaleza una inclinación al amor humano que había de realizarse en el deslumbrante encuentro con Josefina Cortés”. Muy atractivo inicio de novela, pienso. Y creo que lo pienso porque en cierto modo, en cierto quizá aldeano, quizá rústico modo, la vida del creador de “Ciego Dios” y “El Cristo de Temaca” –sus poemas acaso más conocidos– es en efecto novelesca, modesta pero profundamente novelesca.

Mas en cuanto a frases afortunadas –la de arriba en efecto me lo parece– puede uno llegar a imaginar, cuestión de acercarse a la edición a cargo de Ernesto Flores, que quienquiera que se refiera al perpetuo exiliado (veinte destinos religiosos en treinta años) las soltará espontánemente. En el prólogo, prácticamente un libro por sí mismo, felices brotan de boca de los entrevistados por el maestro Flores para la serie periodística (suplemento cultural del diario tapatío El Informador por los setenta) que abre el tomo de 648 páginas y recuerda –dicho sea en homenaje– al reportero Jerry Thompson de El ciudadano Kane.

Escuchemos al canónigo J. de Jesús Vidaurri: “...pude darme cuenta de que llevaba en el fondo de su alma penas muy profundas, pudiera llamarle un desilusionado. Jamás externó la más mínima de sus penas. En lo poco que he leído de él, siempre he tenido la impresión de que estaba triste”. A Luis Vázquez Correa, editor a finales de los cincuenta de las Poesías (Casa de la Cultura Jalisciense) de don Alfredo: “Cuando lo conocí, ya debía tener alrededor de cuarenta y cinco años tal vez. Y ya se notaba como viejecito. Él siempre caminaba con la cabeza inclinada hacia un hombro [una foto con sus compañeros del grupo del seminario también así lo muestra]. Y desde que lo conocí, durante muchos años le vi un manfarlán [macfarlán o macferlán: abrigo de hombre, sin mangas y con esclavina] y siempre el mismo, nunca tuvo para comprarse otro.”

El también poeta Flores aporta la descripción de otra fotografía de quien osó firmar El libro de Dios, su volumen más difundido: “El bozo redondeado y el pelo gris contrastan con el aspecto general de juventud. La boca gruesa acentúa la redondez de la líneas. El rostro en óvalo se inclina ligeramente hacia la derecha, como dejándose llevar por el peso de una idea. El rostro no registra ningún destello en esos ojos apagados, de una tristeza incomparable, que no han perdido totalmente la firmeza, la confianza, la ilusión... Luego, ninguna otra línea se salva de la indiferencia en que él cayó. [...] Nada parece interesarle ya, de su rededor, al hombre del retrato. Los ojos parecen ya no ver, carecen de fijeza. En esta imagen ya no es evidente la ternura [la lucha, la grandeza]. En cambio, sí, los vestigios de un aislamiento prolongado, [cursivas mías:] lo mortecino de quien recibió el doble de los golpes necesarios para acabarlo.”

Y, sin embargo, el padre Placencia era cantador, tocaba el sax soprano (versos hay al respecto) y la guitarra; con sus hermanos (muertos los dos el mismo abril de 1918: el soldado Higinio de bala el día 14, en “las montañas de Jerez”, Zacatecas, y el 20 –de muerte natural– Cristina, sor Eulalia, en Chilapa, Guerrero) conformaba una especie de pequeña orquesta. Y no pocos lo recuerdan amable, simpático, alegre, divertido, arrojado incluso (no retraído, vaya: si hasta a dar de cachazos llegó).

Agustín Yáñez deja la siguiente constancia: “Fue amigo de las nuevas generaciones. Rebelde él mismo y siempre, supo de todas las rebeldías, hasta en la muerte. Esta fue la tragedia de su vida”, palabras que casi sin arreglo alguno pudiéramos acomodar luego de la frase de Sandoval Godoy. Y en otro lado: “No se dejaba mandar.”

Más líricamente, el novelista que fuera gobernador de Jalisco y secretario de Educación Pública precisa la unicidad expresiva de este “poeta con relámpago” en cuyo tono directo “de confianza mexicanísima, aldeana, nervuda” las “expresiones familiares tienen [...] sentido nuevo: son como agua que se bebe en vasijas de olor”.

Por cierto que Sandoval Godoy en su Alfredo Placencia, dolor que canta (La Casa del Mago, 2009, año por lo demás del deceso de Jaime Cortés, hijo y ahijado del sacerdote y de la en verdad noble y leal Josefina), hace un reconocimiento al investigador José Concepción Martín, que le facilitó material documental, y naturalmente asimismo a Flores, de quien complacido anuncia el libro que tan satisfactoriamente acaba –celebremos con gusto, señoras y señores– de ver la luz.


El salvajismo mágico

Ricardo Guzmán Wolffer


El señor presidente,
Miguel Ángel Asturias,
Lectorum,
México, 2011.

Cuando el “Señor Presidente”, eufemismo con que se nombra al dictador sin piedad que se afana en reprimir, dice que se haga algo, se hace. No importa si, como en esta esplendida novela, todo proviene de un equívoco. Entre la turba de pordioseros que roe las calles de la capital, suponemos guatemalteca, por el lugar donde se inició la escritura de la novela, un loco busca a su madre muerta. Eso sirve de burla para los demás pordioseros y para cualquier persona. Todos le gritan, incluso dormido, “madre”. En uno de esos escarnios, el demente reacciona y ahorca al agresor, un militar de alto grado, amigo cercano del Presidente. Eso desata una cascada de muertes e intrigas, donde los militares aprovechan el asesinato para acabar con sus enemigos, sin importar la inocencia de algunos. La anécdota, en apariencia, es sencilla.

Lo más disfrutable del texto no es ver cómo irán cayendo los personajes debido a los caprichos del Presidente, sino regodearse en una prosa entremezclada con poesía que lleva a captar la esencia épica de todos los hechos narrados, pues la perspectiva del autor toma a cada personaje como si fuera la representación misma de todos los hombres que actúan así o que tienen tal profesión. Más que un país como de ficción, donde todo puede pasar, donde las conjuras son de consecuencias mortales, donde se muestra el salvajismo inmanente en las mentiras y las cárceles, o la abyección de los jueces que hacen un juicio como simple trámite sin posibilidad de cambiar la sentencia dictada mucho antes de la detención del militar; más que todo eso, la narración lleva al disfrute de esta suave prosa donde los regionalismos dan a los diálogos un tinte de universalidad que lleva a interiorizar este retrato que hemos visto en muchas películas y leído más veces, pero que con Asturias se muestra novedoso por la dulzura de las imágenes, incluso en los momentos más crueles del texto. Varios personajes se logran dibujar con claridad en apenas unos gestos: la tabernera, la caterva de militares, los incondicionales del Presidente (no por ello exentos de la furia del jefe), las mujeres dolientes, capaces de cargar el cadáver del bebé para no sentir su perdida, y otros más desfilan en esta lograda imagen de la dictadura que en algunos aspectos parece vigente.

Venturosamente reeditada, esta obra fundamental de la producción de Asturias sirve para recordar de dónde provino el boom latinoamericano, pues aun cuando nadie levita ni se transforma, el tratamiento de la región guatemalteca, con sus diferencias sociales que nos resultan tan conocidas, establece un aura de irrealidad por momentos mágica y benigna, incluso en los fusilamientos, las cárceles inhumanas o la barbarie institucionalizada, capaz de destruir un edificio para borrar el recuerdo del crimen del militar.

Bastaría leer esta magnífica obra, terminada en 1932, para entender una de las razones por las que Asturias recibió el Premio Nobel de Literatura en 1967.



Futuros imperfectos. Las 12 tendencias
asombrosas que remodelarán la economía global,

Daniel Altman,
Tendencias editores,
España, 2011.

También autor de Conectados, título que obtuvo rápida y relativa celebridad recientemente, Altman tiene un doctorado en Economía por la Universidad de Harvard y es colaborador frecuente en publicaciones periódicas entre las que se cuentan The New York Times y The Economist. Pese al flaco favor hecho por el sensacionalismo del título, y pese también al tono pitoniso que, por decisión más editorial que de autor, parece habérsele impuesto a la traducción, Altman aborda aquí prácticamente todos los tópicos de política económica mundial que deben ser considerados a la hora de llevar a cabo –en materia económica, comercial y financiera– estimaciones sensatas sobre los días por venir.