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Baratija y trastupije
En algo tuvo razón el publicista agazapado que facturó al gobierno mexicano la baladronada televisiva de aventar al respetable público la indirecta, como suele hacer el sindicato de la cobardía, de que deje de quejarse de sus pifias y atropellos. Sí: ya chole. La frase en sí no era errónea, sino artero reciclaje del colectivo “¡Ya basta!” de hace unos meses que aglutina y sintetiza populares, vastos descontentos: el hartazgo social mexicano va desde la decepción tamizada por la indolencia hasta el encabronamiento más genuino y explosivo que luego se convierte en autodefensa, coctel molotov, interpelación o escupitajo callejero. La indignación en contra de políticos vividores, parásitos y sus voceros que padece este país es tanta ya, que como nunca cruza de un estamento social a otro: aunque entre los más favorecidos por el sistema no sea denominador común, hay patrones, empresarios y comerciantes poderosos y adinerados tan enfurecidos con los índices y pruebas de corrupción e impunidad desbordados como los obreros, amas de casa, campesinos, empleados, estudiantes, maestros o pensionados que colman marchas y plantones de protesta. Lo cuasi criminal de ese reciclaje de colectivos enojos es utilizarlo precisamente para ridiculizarlos aunque esa indignación nazca de auténticos crímenes de Estado y de lesa humanidad. Hace unas semanas Enrique Peña Nieto pudo conocer de cerca esa iracundia, a no más de diez metros de distancia en pleno centro de Nueva York cuando un grupo de mexicanos se dio cita a la salida de su hotel para amargarle el desayuno a mentadas de madre. Los guardaespaldas del Estado Mayor Presidencial, usualmente altivos y agresivos con quienes se les cruzan enfrente para tratar de gritarle sus verdades al poder presidencial, tuvieron que tragar pinole y dedicarse por unos instantes a contemplar humildemente el asfalto de la Gran Manzana cuando un mexicano expatriado, como ellos en ese momento, les gritaba en plena, falsamente imperturbable cara que eran unos “gatos” del sistema que tantos detestamos: el que dice que nos gobierna pero en realidad simplemente se reparte lo de todos sin compartir con el pueblo ya ni las migajas. Ya chole de que el Estado mexicano solamente nos quite y reparta entre sus cuates y a la gente, cuando protesta y se moviliza, se la tache de delincuente, de insurrecta, de intransigente, de obsesionada con el poder y demás calificaciones de la abyección para descalificar la creciente indignación popular.
¿Dónde más si no en la televisión podía darse una de las más ridículas muestras del vilipendio gobiernista? ¿De qué otra manera si no en un pinche anuncio panfletario, propagandístico, de este desgobierno habitado por yúniors y mirreyes, esperpentos clasistas, ricos dueños de casa albas, pisos en Madrid y mansiones en San Antonio, Beverly Hills, La Joya o París se podía pitorrear ese mismo gobierno de la necesidad que percibimos muchos de cambiar este país empezando por la escoria que se ha enquistado en las cúpulas?
Ya chole, sí, de que sea un puñado de empresarios oportunistas los grandes beneficiarios del erario. Ya chole de que tengamos un presidente enajenado, distante, refractario a la cultura (y la opinión) popular, que desde candidato daba claras muestras de pavorosa ineptitud. Ya chole de que se privatice todo potencial de riqueza mientras se socializa cualquier posibilidad de pérdida. Ya chole de que la educación o la salud se pongan en la mesa de las negociaciones corporativas; ya chole de que las grandes necesidades históricas y básicas sean “oportunidades de negocio”. Ya chole del desprecio clasista de quienes usufructúan el privilegio, de que quien vive en casa grande se sienta superior al que vive en un medio precario. Ya chole de que los políticos truquen la obligación de servirnos por la compulsión de servirse primero ellos a lo bestia y perpetuarse de puesto en puesto, de partido en partido. Ya chole del nepotismo y la prepotencia. Y ya chole de las complicidades entre criminales y políticos hasta el extremo de que haya casos en los que ambas calañas se vuelven indiferenciables. Ya chole con tenerle miedo a una recua de collones babosos que solamente se ponen gallos detrás de sus guaruras armados hasta el cepillo.
Sí, ya chole, pero de tanta ineptitud, tanta descarada ratería, tanto empeño simulador y enajenante en los medios para servir a un paradójico pusilánime y frívolo amo que es marioneta y nunca el más dedicado servidor de los mexicanos aunque la nación se lo demande.
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