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Pedro Aznar, músico Gran Reserva
Es curioso que nunca hayamos dedicado una columna a Pedro Aznar. Nos gusta que sea ahora, empero, pues resulta que vuelve a México con un concierto especial en el que podremos catar –sí, como el vino– canciones valiosas de su repertorio, además de conocer sus más íntimos procesos (Lunario, 4 y 6 de Noviembre). ¿Quién es Pedro Aznar? Una presencia destacada en el cancionero argentino –su tierra–, sea desde la imaginería propia o por su participación en decenas de proyectos variopintos. Como músico, arreglista, compositor o productor su influencia ha sobrepasado fronteras y, con cincuenta y seis años cumplidos, se le quiere y respeta en el continente entero. Vayamos atrás.
La primera vez que lo escuchamos fue hace más de dos décadas en el tema progresivo “La grasa de las capitales”, perteneciente al disco de mismo nombre de la banda Serú Girán, ésa que fundara al lado de Charly García a finales de los setenta. Desde el primer momento en que suena la armonía de las voces sentimos que estamos ante una rebeldía de forma y fondo: “¿Qué importan ya tus ideales? ¿Qué importa tu canción? La grasa de las capitales cubre tu corazón”, cantan los mastuerzos. Luego de la introducción suena un ritmo andino pasado por la psicodelia y, tras dos glissandos en el bajo sin trastes (especialidad de Aznar, admirador de Jaco Pastorius), una figura desquiciada termina en nuevos coros, ahora antecediendo una suerte de rap. A partir de ese momento ocurre de todo: secciones tipo Yes, Weather Report, Mahavishnu, Camel... Influencias notables para quienes vivían sin internet ni celulares, al sur del hemisferio.
Luego volvimos a escuchar a Pedro Aznar como parte del Pat Metheny Group. No sospechábamos que fuera el mismo individuo. Parecía imposible. Con el famoso guitarrista no usaba el bajo. Hacía coros dulces, atmosféricos, y tocaba percusiones menores y guitarra. Imposible olvidar su contribución a First Circle, uno de los mejores discos de Metheny; sobre todo a la pieza de igual nombre en sus múltiples versiones en vivo (como la del Festival de Jazz de Montreal en el ’89), donde su garganta brillaba conmovedoramente. Por cierto, para ese momento ya había comenzado a componer bandas sonoras para películas (ahora son más de diez), entre ellas, Hombre mirando al sudeste.
Años después, su versatilidad nos sorprendió nuevamente. Nos enteramos de que estaba produciendo a la banda mexicana de rock Santa Sabina. ¿De verdad se trataba de la misma persona? Sí. El disco era Babel, tercero en la historia del conjunto. Aunque la mano del argentino se notaba, se supo que al final la historia no fue totalmente positiva para las partes. De cualquier manera su trabajo con ellos nos hablaba de nuevas ramificaciones e intereses. Para ese momento el juicio común sobre su talento había crecido, ya no sólo entre músicos y especialistas convencidos, sino entre melómanos puntuales que, dentro y fuera de Argentina, tenían sus discos en solitario (más de quince) y estaban dispuestos a pagar un boleto por escucharlo en vivo.
Así las cosas, pensar en Pedro Aznar sobre un tinglado, completamente solo, es muy distinto a imaginar a otros cantautores al desnudo. Digámoslo como hablando de vino: su música es color granate, con intensidad sonora media. En ella predominan acordes elegantes y complejos, se muestran frutos frescos y notas de especias dulces. Hay, además, recuerdos balsámicos en sus melodías. En oído se siente carnosa y estructurada, con tanino domado. Todo eso, con la visión de un artista que mima a la canción en cavas de oficio pausado, que profesa el credo de la ornamentación pulida. Por ello, no es extraño que Cerati, Mercedes Sosa, Roger Waters y otras figuras relevantes lo hayan invitado a convivir creativamente.
Desde luego, Aznar también escribe letras encomiables. Está profundamente interesado en la poesía (género en el que ha publicado los libros Pruebas de fuego y Dos pasajes a la noche). De esas páginas ofrecemos un ejemplo: “Estambul”. Mire, lectora, lector, algunos versos: “Rostro cubierto/ Piel de color oliva/ Ojos antiguos/ Ríos de gente salvajemente bella/ Conozco a todos/ […]/ Los pájaros insisten en ser el cielo/ […]/ Un rayo en mi cabeza / Yo ya estuve aquí.”
Dicho esto, ¿por qué alguien que ha sido tan productivo y que toca tantos instrumentos iba a limitarse? Pedro Aznar también dicta conferencias y, como visitante sensible de esta vida, se interesa por la gastronomía y el vino. Tanto que se ha hecho sommelier. Actualmente es socio de la bodega Abremundos. Sobre sus etiquetas dice: “Son vinos que tienen la potencia del rock, la elegancia del jazz y la presencia de la tierra de la música folclórica.” Brindemos por y con él, pues, en el Lunario. Buen domingo. Buena semana. Buenos sonidos.
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