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En Venezuela es bendecido con agua, granos, sal, azúcar, ron y whisky.
El libro impreso es aún el amo de la fiesta.
*¿No son los libros, en el sentido fuerte de la palabra,
acciones de los hombres, como Ortega y Gasset quería?
El libro pertenece al mundo del espíritu, pero su influencia gravita en todas las esferas de la condición humana. Casi sin excepción, toda ciencia, oficio, religión, deporte o filosofía condensa o sistematiza en un libro su doctrina o sus postulados. La historia cultural de la humanidad no ha conocido un hecho comparable al de la invención de los tipos móviles.
En la actualidad, las ferias del libro son auténticas festividades, cuyo fin central es la promoción del libro y de la lectura, como que todo arte crea su mercado. Algunas de ellas se han transformado en eventos fastuosos, en sucesos majestuosos que constituyen rasgos vitales de la biografía sociocultural de las ciudades respectivas. Y si bien cada vez más se impone en el mercado el libro electrónico, el impreso mantiene la preeminencia, es todavía el amo de la fiesta.
Aumenta el número de ciudades a las que distingue su propia feria, y las mejores van creando innovaciones, introduciendo variaciones. En todas, la presentación de novedades editoriales ocupa parte destacada y consiste en una sencilla ceremonia, cuyo fin no es otro sino el lanzamiento formal del libro al mercado. Puede contener variantes de un país a otro, hasta de una ciudad a otra, pero concentra ya –más o menos– un protocolo. Uno o varios comentaristas hacen elogio de las virtudes del libro de que se trata –quién sabe si alguna vez se haya registrado alguna contrariedad–, luego el autor puede o no hacer comentarios y al final del acto firma ejemplares a los compradores.
En Venezuela, a la presentación de un libro graciosamente agregan un acto similar al del bautismo cristiano: uno de los ejemplares es bendecido y rociado con distintos materiales, como agua, granos, sal, azúcar, ron, whisky... Hacia el final de la Feria del Libro de Venezuela en su oncena edición, en marzo reciente, tuvo lugar el Bautizo de Las horas situadas –publicado por Monte Ávila Editores–, en una salita cómoda y con aforo para unas sesenta personas. El acto no consumió más allá de una animada hora.
La presidenta de la casa editora encabezó la ceremonia e introdujo al autor. Luego el autor hizo una breve intervención, corriendo a cargo del poeta Antonio Trujillo la presentación del libro. Trujillo hizo una introducción amable y comedida de la obra y trabó luego un diálogo con el autor, sobre algunos asuntos del libro. De pronto irrumpió la algazara de unos jóvenes con pancartas y gritos alusivos a la tragedia de Ayotzinapa... Sucede que el autor del libro es, a la vez, el embajador de México en Venezuela.
El bautizo vino después, cuando el autor, flanqueado por los integrantes del estrado, vertió el contenido de una copa de tequila sobre el libro, a lo que siguió un aplauso pródigo, sellando así el fin de la ceremonia.
Tres meses después, en junio último, con motivo del Festival Internacional de Poesía, Monte Ávila reeditó la antología Peregrinajes, de Hugo Gutiérrez Vega. El poeta viajó a Caracas y participó en el festival y en la presentación y consecuente bendición de su libro, con agave doble. ¿No son los libros, en el sentido fuerte de la palabra, acciones de los hombres, como Ortega y Gasset quería?
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