Portada
Presentación
Hugo
Ricardo Yáñez
Sueño y realidad
Aleyda Aguirre Rodríguez
Berlín a fuego lento
Esther Andradi
Borodinó, Zagorsk
y María Mercedes
Carranza
Jorge Bustamante García
La suerte de los libros
Leandro Arellano
Guillermo Jiménez, un
narrador de provincia
Hiram Ruvalcaba
Juan Manuel Roca: la
extrañeza y la lucidez
José Ángel Leyva
Grecia, una
crisis anunciada
Mariana Domínguez Batis
Théodore Géricault y
la otra mitad del otro
Andrea Tirado
Leer
ARTE y PENSAMIENTO:
Bitácora bifronte
Jair Cortés
La lucha
Thanasis Kostavaras
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
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La Casa Sosegada
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Danza al filo, el retorno de lo primordial
He sido testigo de estos veinticinco años de trabajo de Drama Danza y de esa incursión de Rossana Filomarino en lo que sería su vida definitiva como creadora independiente. Desde entonces era previsible que recorrería un largo camino de imaginación coreográfica y de interpretación, hasta que el cuerpo lograra ejecutar lo que la mente imagina y, pudiera seguir las rutas nuevas de una mujer decidida a desaprender e iniciar un aprendizaje distinto: el encuentro consigo misma.
Disiento de la coreógrafa sobre el tema de los ciclos como eje rector, si se contempla su trabajo como otra manera de componer que ya no tiene que ver con el pasado, sino con la experiencia coreográfica y el riesgo de proponer ejecuciones sobre cuerpos con la capacidad y el entrenamiento suficiente para sentirse seguros fuera de las modas y los movimientos más comercializados y probados.
En el programa celebratorio de sus setenta años, el regreso a la danza es radical. Abandonó el teatro-danza y ahora se sitúa en la geometría, la emocionalidad y un anudamiento complejo y rico con la música, la luz y el vestuario. Es un trabajo de tal novedad que ha logrado hacer envejecer algunas de las propuesta de su mejor maestra, Guillermina Bravo, a partir de una lección que le aprendió a la Bruja quien a su vez la aprendió de Rufino Tamayo: hacer un arte que no fuera susceptible a las explicaciones racionalistas.
No estoy a favor de una visión impresionista, donde el que mira sólo está sujeto a entender lo que ve a partir de exclamaciones e interjecciones, claro que no. Lo que aprecio de esta visión de la danza, que se expresa sobre todo en la coreografía de estreno, Ditirambos, es la transcripción y reinvención de la emoción y sus cadenas expresivas, sin que tenga que mediar una historia en estricto sentido. La historia es la de las emociones, y puede tener orígenes del más variado tipo, no necesariamente una historia formal.
En la entrega anterior destacaba el papel de Amada Domínguez, porque se trata de una bailarina en la que se distingue con gran claridad la creación personal y la mano del coreógrafo, que también es una gran entrenador y observador del desarrollo personal del bailarín. Esto sin dejar de reconocer que el talento grupal convierte en piezas de relojería las imaginaciones y exigencias emocionales, líricas y técnicas de Filomarino, cuyo rigor tiene la marcialidad de sus propias formaciones múltiples; una crucial es el Butho.
En escena hay silencios, resonancias, altos volúmenes expresivos que rompen silencios elocuentes donde sólo habla y grita el cuerpo, y hasta pasajes donde la música parece una creación del movimiento y no su compañía, según suele pasar con ciertas rutas musicales que marcan el camino y el sentido del movimiento.
El programa consta de dos reposiciones y un estreno. A mis soledades voy (1997), Los jardines del alma (2007) y Ditirambo (2015). Ditirambo, con música de Rodrigo Castillo, es un himno celebratorio al espíritu dionisíaco de la vida y la creación. Es un conjunto de movimientos que encuentran gradualmente el tránsito entre franjas temáticas que van de la juventud intuitiva, sensorial y de descubrimiento del entorno, hasta la profundización en el erotismo, la vida íntima y la comprensión más interna de lo que está en el espejo, mirándose hacia el pasado y el porvenir en busca de un equilibrio que ordene las pulsiones contradictorias que rigen la vida anímica.
Los tres trabajos presentados en esta celebración tienen una lógica y un lenguaje común que asombra por su coherencia e intuición del futuro. La más antigua coreografía tiene veinte años y la siguiente una década, y van del quinteto al dueto para llegar de nuevo a lo grupal, al tiempo que conservan la posibilidad de que cada bailarín acceda a la notoriedad del primer plano.
Es el pensamiento movilizado de tres décadas que están muy lejos de ser resultado de una evolución. Son resultado de un pensamiento complejo que le da una actualidad fascinante a ideas que pudieron gestarse treinta años atrás, en total correspondencia con las de antier. Cuando estamos frente a una antología de estas características, la idea de ciclos y, desde luego, la de evolución, son insuficientes para entender tales desarrollos.
En estas décadas hay composiciones que corresponden a momentos “comprometidos” (migración, feminicidios), que quedan como una poderosa arqueología de la política y sus relaciones con el arte, indagación que en Drama Danza también es una danza al filo de la historia.
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