Portada
Presentación
Hugo
Ricardo Yáñez
Sueño y realidad
Aleyda Aguirre Rodríguez
Berlín a fuego lento
Esther Andradi
Borodinó, Zagorsk
y María Mercedes
Carranza
Jorge Bustamante García
La suerte de los libros
Leandro Arellano
Guillermo Jiménez, un
narrador de provincia
Hiram Ruvalcaba
Juan Manuel Roca: la
extrañeza y la lucidez
José Ángel Leyva
Grecia, una
crisis anunciada
Mariana Domínguez Batis
Théodore Géricault y
la otra mitad del otro
Andrea Tirado
Leer
ARTE y PENSAMIENTO:
Bitácora bifronte
Jair Cortés
La lucha
Thanasis Kostavaras
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
La Casa Sosegada
Javier Sicilia
Cinexcusas
Luis Tovar
Directorio
Núm. anteriores
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La Jornada Semanal
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Felipe Garrido
La presa
Jorge, Alex y yo salimos con Tere, Myrna y Mara. Estábamos en secundaria. En casa de mi abuelo, de vacaciones. Fuimos a la presa. De vez en cuando les dábamos la mano a las muchachas para avanzar por las piedras. Nos sentamos en la cortina, con las piernas colgando sobre el agua y vimos pasar las nubes hasta que empezó a caer la tarde. De regreso, Jorge tomó a Tere por los hombros. Alejandro ciñó a Myrna por la cintura. Se adelantaron un poco. Mara era blanca como la harina. La nariz ligeramente aguileña. Iba contándome una película. Yo la veía, a metro y medio. No hallaba cómo acercarme, qué decirle. Finalmente la casa estuvo a la vista. Los demás habían entrado. Media cuadra antes de llegar, Mara se detuvo en una puerta para sacarse una piedrita de una de las sandalias. Le di la mano para que se apoyara. Ella dio un paso atrás y me llevó a la sombra. Me rozó los labios con la boca. “Búscame mañana”, me dijo antes de que volviéramos a la luz. |