Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 11 de octubre de 2015 Num: 1075

Portada

Presentación

Hugo
Ricardo Yáñez

Sueño y realidad
Aleyda Aguirre Rodríguez

Berlín a fuego lento
Esther Andradi

Borodinó, Zagorsk
y María Mercedes
Carranza

Jorge Bustamante García

La suerte de los libros
Leandro Arellano

Guillermo Jiménez, un
narrador de provincia

Hiram Ruvalcaba

Juan Manuel Roca: la
extrañeza y la lucidez

José Ángel Leyva

Grecia, una
crisis anunciada

Mariana Domínguez Batis

Théodore Géricault y
la otra mitad del otro

Andrea Tirado

Leer

ARTE y PENSAMIENTO:
Bitácora bifronte
Jair Cortés
La lucha
Thanasis Kostavaras
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
La Casa Sosegada
Javier Sicilia
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
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La Jornada Semanal

 

Un humanismo plural

Orlando Lima Rocha


La construcción moral del sujeto desde Levinas,
Carlos Ham Juárez,
Ediciones Palabra en Vuelo,
México, 2015.

Que el sujeto tenga una importancia imprescindible para toda reflexión humanística y social, es una cuestión de valor nodal. En efecto, frente a toda argumentación que plantee la posibilidad de pensar sin sujetos concretos como forma quimérica de reflexionar la propia realidad, un análisis de la realidad en torno a la existencia de construir mundos distintos al propio se torna no sólo necesaria sino urgente. Ésta se hace patente al estudiar la filosofía de un pensador como Emmanuel Levinas (1906-1995).

Es en este tenor que encontramos en La construcción moral del sujeto desde Levinas, escrito por el filósofo Carlos Ham Juárez, un estudio conciso, agudo y profundo del pensamiento levinasiano. En efecto, esta obra nos acerca al trabajo reflexivo de un pensador que, inmerso en el contexto de la segunda guerra mundial, hizo valiosas aportaciones al campo de la ética desde una metafísica y fenomenología que buscaba filosofar desde el sujeto concreto, cuya existencia llega a perderse en el desarrollo de sistemas opresores y colonizadores. La obra de Ham Juárez muestra estas dimensiones, denotando con ello la importancia que tiene reflexionar desde la experiencia concreta de la existencia de otros sujetos diferentes a nosotros mismos, para poder construir una dignidad humana más dialógica y plural.

En La construcción moral del sujeto desde Levinas encontramos un trabajo cuyo valor estriba en la síntesis profunda de los planteamientos de este filósofo lituano y con un abordaje no apologético sino crítico. En tal sentido, abordando el problema de la existencia humana, Ham Juárez plantea su desvitalización al permanecer dentro de los cánones de un sistema total que norma la vida y homologa todo tipo de diferencias en una única forma de ser y de existir. Frente a este régimen del homologamiento (presente aún en los cánones postmodernos y aún los enfoques de la complejidad), Ham resalta la importancia que tiene el planteamieto levinasiano de la trascendencia. Éste postula la centralidad de los sujetos, existentes en un “entorno marginal” del sistema, que se presentan a los sujetos “sistémicos” por medio del diálogo directo y franco para poder abrir el horizonte propio desde el lenguaje, una corporalidad y un erotismo que pone en comunicación a los sujetos entre sí y permite la construcción de un humanismo pacífico, concreto y abierto a la existencia de otros sujetos.

Sin embargo, Ham plantea muy bien los límites de ese pensamiento: ¿hacia dónde nos lleva este planteamiento de “moral mesiánica”?, se pregunta el autor. Si bien concede que los postulados levinasianos pueden caer en un subjetivismo, acepta también que quizás “en su imposibilidad esté la fuerza de su pensamiento, al grado que nos obligue a pensar de otra forma al sujeto y al sistema de los cuales no hemos podido salir”. Y es aquí que se nos presenta la tarea, misma que está aún en proceso, de la liberación social con un humanismo pluralmente construido.


Sortilegios y encantamientos

Raimundo Aguilera


Diario para una gitana,
Honorio Robledo,
Ediciones el Ermitaño,
México, 2015.

Durante siglos se creyó que escribir era simplemente contar algo, legado de tiempos primitivos, cuando la poesía, señalaría List Arzubide, funcionaba como un medio nemotécnico para recoger los empeños de los pueblos; relatos engarzados, rítmicamente dispuestos, que buscaban penetrar fácilmente en la memoria de la congregación en aquellos días de incipiente escritura. El Ramayana y el Mahabarata, con sus miles de versos, que hoy pocos saben, cumplieron con la necesidad de registrar en sus larguísimas líneas las crónicas de sus pueblos. En dichas épocas los poetas recitaban para recordar lo acontecido y transmitir a otros guardianes aquel tesoro histórico. Esta lejana forma de poesía la encontramos en los poemas del mítico Homero o, en nuestra lengua, en el Poema del Mío Cid.

La exhibición de las pasiones de los hombres obligó al escritor a adosar con su propia vida los relatos y poner en boca de sus héroes sus emociones; de ello nació la poesía lírica, caballeresca y juglaresca. Entonces se creyó que escribir era narrar las situaciones de los hombres. Con el tiempo esto se fue reduciendo a reglas precisas, un verdadero recetario literario que enseña los trucos y ardides para quienes pretendemos hacerlo.

Empero, el escritor que merece ese nombre no es un simple acumulador de palabras. Hay mucho más en la elaboración de una obra: hasta cierto punto es fácil relatar lo que se ve. Resulta más difícil expresar lo que se siente y, para esto, simplemente, no hay reglas válidas.

Para ello, los escritores como Honorio recurren al lenguaje, a la metáfora, a la imagen. En conjunto, le dan a las palabras algo más que el mero valor gramatical y las ponen en libertad. Convierten a una gitana en instrumento de creación, mientras sueñan despiertos y entonan un bello son: “Con ese dulce mirar/ te apareces de repente/ y me siento naufragar/ en tu mirada sonriente.” Resonancias que nos transforman en músico, en compositor y, a la vez, en melodía. Convierten a la poesía en música de ideas.

Con el Diario para una gitana el hoy comienza a ser ayer. La obra de Honorio tiene ese mito de origen, deambula en un lenguaje oculto bajo la falda de su gitana. Es mar, agua marina, arenas en dunas sosteniendo el horizonte, diáspora de palabras escritas, ondulado lenguaje acompasado en canto errante, trabajos para el amor –“Cuando tú no estás, me leo las manos para ver qué me dejaste"–, de conjuros –“La gitana con las faldas recogidas, a punto de orinar... lanzó uno de sus conjuros… la espuma por ella producida crecía y crecía hasta conformar un montículo blanco que ocultó a la mujer por completo”–y de sortilegios– “Años después… una niña, jugando, encontró el frasquito y, al destaparlo, soltó un llanto inconsolable; era la gitana que, desde ese momento, adquirió el don de expresar sus cantares con voz clara y cristalina.”

Este libro cumple las cuatro leyes básicas gitanas: el deseo: cuanto más intenso el anhelo, más seguro será el efecto (la intensidad en sus líneas nos sorprende); la concentración: nadie debe distraer al mago cuando trabaja (es un libro detallado y lleno de color); la paciencia: todo debe crecer poco a poco para desarrollarse con fuerza (poco a poco nos va atrapando para no dejarnos ir); y el secreto: jamás se debe decir nuestro propósito (hechizarnos). Honorio nos hechiza con esta obra.

Por ello, si usted está interesado en una mujer que no le presta la debida atención, sin que ella lo note riegue arena alrededor de usted para que en su descuido deje sus huellas; enseguida recoja el puñado de arena en el que se ha marcado la huella de la amada y llévela hasta el árbol más cercano; al pie del tronco haga un agujero y deposite esas arenas conjuradas en el pozo; mientras lo hace, léale algunos fragmentos del Diario para una gitana, de Honorio Robledo.

El sortilegio llevará sus voces hasta el ensueño de ella.


Tijuana, territorio embaucador

Yolanda Rinaldi


Fierros bajo el agua,
Guillermo Arreola,
Joaquín Mortiz,
México, 2014.

Cuando Guillermo Arreola pinta, revienta los colores y con asombro se descubre que no cuenta una historia: sólo expresa sus obsesiones. Sin embargo, las palabras e imágenes que modela cuando escribe son un ramalazo de trazos y tonos trágicos plasmados en un retrato intimista y desmesurado: de una sociedad que lo mismo hunde más a los pobres, explota a los migrantes, que agrede a homosexuales, toda una mezcla de escenas de violencia, corrupción,  impunidad y muerte.

La frontera con Estados Unidos es el espacio recreado en Fierros bajo el agua con un lenguaje oral del norte, cuidado, sin abuso de jergas, un dibujo con tintes sombríos que forman un monstruo de pesadillas en la vida cotidiana, pero también ofrece pigmentos de amor. El punto es Tijuana, ciudad hostil y amenazante para una enorme masa depauperada, que intenta sobrevivir perdida en cinturones de miseria, que tampoco es ajena a actitudes homofóbicas con sus secuelas de violencia psíquica y física. Tijuana, donde muchas veces nadie se llama como se llama y están convencidos de que no hay nada que hacer, ni siquiera en espacios transformados por ediles, como intento de planificación urbana, en “texturas vinílicas artisteando la mirada”.

En sus cuadros, Arreola esmalta los colores que le obsesionan y en la escritura dibuja la descomposición de una ciudad de playas embaucadoras: “Hurga en el debajo de las cosas, y desde ahí se te darán las señales de tu destino… ¡Fierros bajo el agua! Eso es lo que encontrarás si te ilusionas…” Fierros bajo el agua, instantáneas que la memoria va disgregando en la voz del protagonista, Leonardo, que evoca un mundo que ha quedado atrás. ¿De verdad así es? Porque el recuerdo se instala y recrea hasta lo que no se quiere imaginar; poéticamente dice: “¿Quién querría recordar lo que nadie vio?”

El presente del relato se lee en las líneas del pasado, en la mirada inquisitiva de Leonardo que recorre la ciudad en taxi y va reconociendo barrios miserables que contrastan con otros que denotan el poder y el dinero –la mirada inquieta alcanza a Hank Rhon y su familia en indiscretos episodios–, registra vendedores que gesticulan, gente que habla de precariedades o de secretas heroicidades, multitudes de migrantes con sus ropas arrugadas, que esperan, que palian con bromas y risas su vulnerabilidad. Esa mirada, en busca de “lugares donde alguna vez tuve encuentros esporádicos”, reconoce todas las capas superpuestas de vidas. La búsqueda de datos sobre Danielle Gallois, pintora francesa, se mezcla con un dolor personal, la muerte de su amante de juventud, Cas Medina, cuyo brutal asesinato –“nutrimento del morbo reporteril”– nadie recuerda, “ni siquiera queda un expediente”, según el expolicía Mauro Rodríguez Almeida: “en 1985 sucedieron algunos asesinatos de personas, de esa… minoría sexual… un plan de limpieza por parte de un programa policíaco…” El encuentro entre el protagonista y un expolicía evidencia la manipulación de autoridades que oculta información y disimula la criminalización de la homosexualidad: “Dígame una cosa… su amigo, ¿ya se había convertido por completo en mujercita?”

Así, Fierros…retrata el universo de gente común, hombres que sólo conocen el miedo, “locos” que vagabundean por antros, que se desplazan de algún punto del país, o desde la misma ciudad, en busca de sueños de prosperidad o libertad sexual, unos aplicados en dudosos negocios, como parte de ese germinar y crecer del narcotráfico, otros sujetos a padecer el narcoterrorismo, de tal forma que se estructuran las relaciones entre los individuos y los grupos en la frontera, un punto donde no hay lugar para la compasión. El protagonista recrea los destinos de cada uno de sus antiguos conocidos, historias que va entretejiendo con la investigación acerca de la pintora, también marcada por la tensión y la violencia de género; quiere comprender, examinar esa violencia que al parecer se reinventa siempre, en todo tiempo, hasta en la modalidad de “operativos”, como el que sufre y los soldados lo amedrentan. “¡A qué ha venido aquí! ¿Quién lo ha enviado?”, no les importa que esté herido; quiere gritarles: “Vine tras el rastro de una parte de mi historia”.

El viaje de Leonardo se vuelve revelación y diagnóstico, un tránsito al reencuentro con la marca del fierro, fragmentación de identidades sociales, referencia vil reflejada en la prensa local, una explicación de la aventura de hacer dinero fácil con el tráfico de personas y drogas. Cas Medina, que un día quiso ser mujer, fue hallado muerto en extrañas circunstancias, igual que miles de individuos brutalmente ejecutados. Una experiencia callada. “¿Qué dices que viste?”; “cuerpos apilados en un bar”, “¿diez?”, “¿siete?” “Señor procurador, ¿me puede contar lo que ha visto?”: “lo innombrable, pero no lo va a escribir ¿verdad?”


La joya de la nieve

Víctor Toledo


Creación bajo el volcán,
Ricardo Venegas,
Ediciones Eternos Malabares/Fonca/Conaculta,
México, 2015.

Este volumen, con prólogo de René Avilés Fabila, muestra la intensa creatividad y entusiasmo del auténtico promotor cultural, la generosidad, cariño y respeto por la obra del Otro. Ricardo Venegas es un entrevistador inagotable y oportuno, formado e informado, y Con-versaciones, entrevistas a poetas mexicanos de los 50 (2013) lo demuestra: documento imprescindible para comprender esta generación que dejará huella esencial en la gran historia de la poesía mexicana. Las entrevistas bajo la sombra luminosa, que perfiló (a) Malcolm Lowry, se convertirán en una sinfonía de notas imperecederas del magnífico coro, y su coreografía colorida, de “la ciudad de la eterna primavera”, como epónimo canto.

Venegas construye con enorme fe un gran proyecto, con altos sacrificios y ricas ofrendas al Dios del Porvenir, la deidad del Tiempo, al triunfo de la vida: desde la revista Mala Vida (veinte años ya) hasta la actual Bitácora Pública, dentro de la ambiciosa empresa Ediciones Eternos Malabares: busca dar continuidad a la difusión literaria en el estado de Morelos. Foro referencial para la creación literaria reciente local y nacional. Xalapa con José Homero, difusor incansable de la cultura de esa entidad veracruzana (sus revistas y ediciones), y Ricardo Venegas, en Cuernavaca, son dos magníficos representantes de la verdadera vocación por la cultura. Y dos volcanes tutelares (el Pico y el Popo), dos joyas de la nieve irrigando estas ciudades maravillosas de poderosa fertilidad en su naturaleza y creación, al grado de competir con Ciudad de México y todo el presupuesto nacional centralizado, gracias al impulso vocacional periodístico y a la dinámica incontenible de espíritus como los de estos dos poetas. En otra cosa coinciden sus magníficas capitales estatales: han sido devastadas por sus gobiernos y el narcotráfico en oscura relación. Por nuestra lamentable época, no obstante, la creación es rayo que no cesa. Morelos tiene en este documento (recopilado con amoroso empecinamiento) un testimonio de tinta indeleble. Un argumento histórico fundamental. Una joya mexicana cultural. La mayoría de los creadores morelenses, con su conciencia profunda inherente a un espíritu verdadero, muestra gran preocupación por la situación que vive nuestro sufrido país. A veces las ideologías o cosmovisiones son opuestas, como la del poeta católico Javier Sicilia y el caricaturista ateo Rius, celebridades nacionales. O la crítica inteligente de Enrique Serna, la jocosidad y misticismo de los escritores de la onda como José Agustín y Sergio Mondragón (vitalidad y entusiasmo por la libertad del conocimiento), la enérgica vocación de Ricardo Garibay, etcétera, pero todos coinciden en su profundo amor y dolor por nuestra nación y la esperanza de cambio y de justicia. Y en su búsqueda espiritual a través de la poesía y el arte.

Así los pintores, tendientes a hablar de su técnica sin dejar de heredarnos su preocupación social, el genial Vlady, el brillante Von Gunten –elegida–, los interesantes Cauduro y Mexiac, el popular paisajista clásico Cázares, el fotógrafo Ricardo María Garibay –ilustrando el libro con la mirada de los creadores. Retrato del alma profunda de Cuernavaca, de su eterna primavera espiritual, gracias a la habilidad interlocutora de Venegas que no sería posible de no estar sostenida por su bagaje cultural profesional que da en el blanco con la pregunta aguda y certera. Reúne ricamente las reflexiones esenciales de los escritores y pintores aglutinados, cobijados, por la luz maravillosa del volcán y su reflejo en el paisaje, en su exuberante naturaleza, en su proyección espiritual, y que sigue iluminando en su bella, cálida y gozosa ciudad –a pesar de la violencia y la miseria social contemporánea– sus preocupaciones y obsesiones: su visión trascendente del mundo. Unos escriben con el rayo (la poesía), otros con el agua (la prosa), otros con el color (la pintura), otros con la luz (la fotografía). Todos con el Espíritu, bajo el triángulo proyectado de una pureza permanente, incorruptible. Libro fundamental –y ameno-de esa mágica ciudad que debe estar complacida por este entusiasmante trabajador poético. Esta es una obra que se convertirá con el discurrir de los años en el brillo sólido del diamante, del fabuloso volcán.