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Variaciones de
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Ricardo Bada
Heinrich Böll en
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Guanajuato 18 (II Y ÚLTIMA)
A falta de espacio suficiente para hacer algo más que una mera mención de lo mucho que pudo verse –e invariablemente de manera gratuita, conviene recalcar– en la decimoctava edición del Guanajuato International Film Fest (GIFF), los que siguen son algunos botones de muestra.
Para decirlo en corto
Entre lo más destacable de la sección Cortometraje Internacional está La niña y los perros, coproducción danesa-finlandesa-francesa de 2014, codirigida por Selma Vilhunen y Guillaume Mainguet, que en quince minutos de admirable fluidez narrativa logran una combinación, al mismo tiempo sutil y poderosa, entre el más contemporáneo de los presentes y el pasado remoto, a través de las protagonistas de la historia, tres mujeres púberes que durante algunos minutos detienen el tren de su proceso cotidiano de ingreso al mundo adulto –vía artefactos electrónicos, alusiones amoroso-sexuales, etcétera– en virtud de la irrupción súbita e inesperada de los cadáveres de dos perros a la orilla del mar, lo que da pie a que una de ellas narre una hermosa y antigua leyenda septentrional acerca de la creación del mundo.
Por su parte, Rate Me (Califícame, Reino Unido, 2015), de Fyzal Boulifa, borda con desfachatada ironía en torno a la paradoja postmoderna de la identidad: todos saben y nadie sabe quién es Coco, una adolescente que puede ser todas las siguientes cosas o ninguna de ellas: prostituta, estudiante, “hija de familia”, edecán, “chica de compañía”, más un etcétera que va emanando de las palabras, pero sobre todo de los juicios y prejuicios de quienes la conocen o suponen conocerla. No casualmente, la única que nada dice acerca de sí misma es la propia Coco.
Del país invitado
Para decirlo clásicamente, el Panorama del Cine Turco Contemporáneo no tuvo desperdicio: compuesto por quince largometrajes de ficción y tres documentales, además de una mirada a ciertos clásicos y algunas vistas antiguas, incluyó por ejemplo la muy hermosa Érase una vez en Anatolia (Juri Bilge Ceylan, 2011), así como la intensa y eficaz Mustang: belleza salvaje (Deniz Gamze Ergüven, 2015), pero merece una mención particular el documental Remake, Remix, Rip-off (2014), dirigido por un muy joven Cem Kaya, que se dio a la tarea deliciosa de historiar en imágenes y palabras el peculiarísimo fenómeno de la industria cinematográfica turca de los años sesenta, setenta e inclusive ochenta del siglo pasado, cuya carencia de una ley de derechos autorales permitió la fabricación –quizá nunca mejor empleado este término– de películas absolutamente delirantes, generadas en medio de una vorágine de producción en ciertos aspectos parecida a la que se vivió en México en aquellos ayeres, pero en ciertos otros aspectos por completo exclusiva de Turquía. Una vez vista esta película, que lo tiene a uno más al borde de la butaca que siete Tom Cruises juntos, conceptos como “fusil”, “plagio”, “adaptación” e “interpretación”, entre otros afines, parecieran significar algo más de lo que habitualmente se piensa.
Subtítulo
Siempre habrá cinematografías de las que se ignora casi todo; así, por ejemplo, las de Costa Rica y de Sudáfrica –o diga el lector qué cintas de esos países recuerda de botepronto. En la sección largometraje internacional del GIFF fue posible ver dos gratas muestras de un cine virtualmente desconocido pero no por eso menos atractivo y de factura más que plausible. La costarricense Viaje (Paz Fábrega, 2015) recurre a una notable economía de recursos, que no minimalismo, para contar una historia que ágilmente va pasando de la superficie a lo profundidad: tras conocerse en una noche de farra, un hombre y una mujer ejecutan la danza genérica intemporal de dos que se atraen, se buscan, comparten, cohabitan y tal vez, aunque sea fugazmente, alcanzan a mirarse a sí mismos en los ojos del otro, aunque al final una y otro retomen por su lado el trayecto vital que seguían antes de la farra, el entusiasmo súbito y el ejercicio inopinado del albedrío.
La sudafricana Juventud de corbata (Sibs Shongwe-La Mer, 2015) mezcla ficción pura y falso documental en su mosaico-retrato de esa juventud a la que alude el título: una cuya corbata no es de las que llevan nudo Windsor precisamente, sino corredizo, y que no penden de un cuello sino de un árbol. El suicidio de una joven irrumpe, paradójicamente sin alterarla en lo esencial, en la vida de quienes la conocieron y que, salvo las declaraciones ya confusas, ya ignorantes, ya desapegadas, en las que hablan de la suicida, están más interesados en continuar sobreviviendo como han venido haciéndolo, sin cambiar ni un ápice, en un contexto social que parece indiferente a su presencia o su ausencia.
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