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Ana García Bergua
GPS
Mi esposo le puso Encarnita, a causa de su ceceo a la hora de darnos órdenes: camina trescientos metros y dobla a la izquierda en Sola, toma la ruta a Sochimilco y avanza cuatrocientos kilómetros. Luego gira a la izquierda en Oasaca. Hace muchos años existió una doctora corazón en la madre patria que se llamaba así, Encarnita Sánchez. El tono protector y triunfal de nuestra Encarnita me hace pensar en ella: avanza cuatro mil kilómetros y habrás llegado a tu destino, dice. Yo a veces quisiera que Encarnita me guiara en otros aspectos de la vida, por ejemplo ¿dónde está la felicidad? A seiscientos kilómetros gire a la izquierda, me diría ella con su voz de quien sabe cómo son las cosas, ahí vive la pura dicha. No, esa expresión la emplearía una voz nacional (la llamaríamos Lupe), pero mi GPS (el gepe ése, diría Encarnita) es como el Anonymous: sólo habla en español de Badajoz. Lo más que podemos hacer es cambiarle de sexo: lo llamaríamos Ignacio.
Pero, volviendo a Encarnita, he de confesar que a veces no le creo. Le pido que me ayude a llegar de la Roma a Coyoacán y me manda hasta Tlalpan. ¿Por qué hace esas cosas? Porque, dicen por ahí, ha calculado el tráfico, la velocidad, las posibilidades de que caigan meteoritos en el camino, todo en suma, y decidió que era por ahí. En veinte minutos llegará a su destino, pronuncia. Usa mucho la palabra destino, es toda una pitonisa. Yo me la imagino como a esos señorcitos que cuando niños pensábamos que vivían en la televisión, sólo que ella mora en los celulares, sentadita frente a una pantalla gigantesca en la que ve el planeta Tierra mientras se pinta las uñas. Su ojo hiperpotente sobrevuela las nubes, el periférico, los ejes viales y los segundos pisos, y no se le mueve un pelo de su peinado de chinos (de rizos, diría Encarnita, distinguiendo con mucho cuidado la zeta de la ese), ni se le arruga su jumper de cuadritos, ni se le despinta su bilé rosa pálido, ni se le caen sus lentes de gato. Y así, con esa convicción, esa prestancia, lo manda a uno al fin del mundo. Tiempo de recorrido, diecisiete minutos, asegura, pronunciando el “diecisiete” con la punta de la lengua entre los dientes blancos.
Pero es que nosotros somos chilangos, pienso. Eso quiere decir que creemos conocer los caminos insospechados que nos llevan a todas las colonias de esta ciudad. Corte por la colonia Irrigación, le decimos al chofer del taxi nada más para demostrarle que no nos engañará, o rodee San Jerónimo. De los taxistas aprendemos mañas que consisten en dar vueltas por callecitas tortuosas y llenas de baches para desembocar en el mismo, continuo embotellamiento que domina nuestras vidas. También sabemos recorrer calles enteras en reversa ante la visión aterradora de una temible vía rápida que, sabemos, nos depositará en Lechería si no reculamos a tiempo. Nuestro lema, cuando nos cambian la ruta, es “te lo dije”, asestado con brillo triunfal en los ojos al desembocar en el mismo mar de coches que nos persigue hasta en sueños. En realidad, todos nuestros atajos son intentos de desesperada huida existencial. Así las cosas, como dicen por ahí, ¿cómo puede pensar Encarnita, emulando a Siqueiros, que no hay más ruta que la suya?
Y de que lo he intentado, lo he intentado. Me he puesto en brazos de Encarnita con la mejor voluntad y le he pedido que me conduzca a la Narvarte por donde a ella mejor le parezca (nótense las zetas), y a la hora de la hora no me he podido aguantar y mi espíritu chilango ha dado el volantazo: ni madres, ¿cómo que hasta el Eje 3? Gire a la izquierda en el Eje Morena, clama Encarnita con ejemplar contención, dé vuelta en forma de u a trescientos metros, cecea con paciencia maternal. ¿Cómo crees?, le ha respondido mi esencia chilanga y ha agarrado por Xola y sus palmeras: ¡Ajúa! Ya van dos veces que me pasa. Luego me digo: la próxima vez, cuando tenga tiempo de perderme, me pondré en manos de Encarnita y seguiré sus instrucciones. Estoy segura de que ella lo sabe todo, ella pinta de rojito los embotellamientos, de amarillo el poco tráfico. Hasta nuestro amigo psicoanalista sigue sus instrucciones cuando le toca la ronda escolar (llega siempre). Pero, ¿podré?, ¿no daré el volantazo a la mera hora? Hay terapias que salen en la televisión donde la gente se tiene que dejar caer de espaldas en los brazos de su pareja para probar la confianza: ¿me dejaré ir a los brazos de Encarnita, le creeré? Después de todo, nos trajo con bien desde Oaxaca, eso hay que reconocérselo.
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