Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 9 de agosto de 2015 Num: 1066

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Martí Soler:
Variaciones de
voz y cuerpo

José María Espinasa

El lugar de
los encuentros

Ricardo Venegas entrevista
con Sergio Mondragón

Latinoamérica en los
ojos de Heinrich Böll

Ricardo Bada

Heinrich Böll en
traje de clown

Lorel Manzano

Tres veces vi
el alma, tres

Taymir Sánchez Castillo

Óscar
Edgar Aguilar

Selva Almada y la
violenta claridad
del lenguaje

Luis Guillermo Ibarra

Leer

ARTE y PENSAMIENTO:
Tomar la Palabra
Agustín Ramos
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
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La Jornada Semanal

 
 
Ricardo Bada
Heinrich Böll en 1937.
Fuente: www.johnnydepp-zone
“Nosotros también fuimos colonia”,
afirmaba el autor de Opiniones de un clown

Allá por el otoño de 1992 me llamaron de la Fundación Heinrich Böll, entonces domiciliada en Colonia, para ofrecerme un sueño: hacer una antología de la obra de su titular.

Conviene precisar aquí que la FHB no es literaria sino política. En Alemania, cada uno de los partidos políticos representados en el Bundestag, el Parlamento federal, dispone de su propia fundación. Todas ellas orientan sus respectivos trabajos en orden a sus ideologías respectivas y mantienen representaciones, a veces muy influyentes, en el extranjero. Y cuando el partido de Los Verdes llegó al sanctasanctórum de la democracia alemana, una de sus primeras medidas y providencias fue la de institucionalizar una fundación propia, solicitando de la familia Böll la autorización, que les fue concedida, para titularla con el nombre del escritor.

En su trabajo, la FHB mantiene relaciones con otras homólogas, en el mundo entero, que como ella están comprometidas con temas ecológicos, educacionales, feministas... Pero hete aquí que de la aipe, la Asociación de Instituciones de Promoción y Educación, en Bolivia, les llegó un mensaje descorazonador: el de que Heinrich Böll, a pesar de la indiscutible vigencia de su nombre y de su magisterio, era un ilustre desconocido en América Latina, o al menos lo era en Bolivia. Entre otras muchas causas porque, excepto la primera vez, que fue en Argentina (El tren llegó puntual, Guillermo Kraft, Buenos Aires 1955), el resto de la obra de Böll se había publicado en España y casi no tuvo distribución en Latinoamérica. Eso además de que los libros españoles, un producto de importación, eran caros, inasequibles al bolsillo del lector común.

Por lo mismo, la A AIPE sugirió a la FHB la publicación cofinanciada de una antología, la FHB consultó con la familia de Böll, y René, el mayor de sus hijos, y quien vela por la publicación de la obra de su padre, estuvo de acuerdo, pero no sólo eso, propuso además que fuera yo quien llevase adelante aquel proyecto. Con lo que volvemos a las dos primeras líneas de este artículo.

De inmediato puse manos a la obra y procedí, para comenzar, a hacer una selección de textos donde resistí la tentación de incluir algunos fragmentos de sus novelas; una selección donde se incluían cuentos largos y cortos, artículos, conferencias, escritos autobiográficos, un radioteatro, cinco poemas. Aceptada que fue, por la familia y por la FHB, constaté que casi dos tercios de la misma ya estaban traducidos a nuestro idioma. Fue entonces preciso revisar esas traducciones para tratar de obviar los errores que hubiera, y también para homologar conceptos y expresiones.

(En esa revisión rescaté para los lectores la frase llena de faltas de ortografía y de sintaxis (“El que madruja dios le halluda”) que aparece al final del cuento “Recuerdos de un joven rey”. Aún tenía presente la impotente rabia del malogrado José Moral cuando descubrió, al ver publicadas sus traducciones de los cuentos de Böll, que un sabiondísimo corrector de estilo le enmendó la sintaxis y la ortografía de esa frase, sin darse cuenta –¡¿será posible?!– de que ambas eran las del joven rey, castellanizadas congenialmente por Pepe Moral. Y es que hay gente bien bruta en este mundo, incluyendo en ella a los correctores de estilo. Pero sigamos.)

Rescaté asimismo párrafos que algún despiste o una excesiva comodidad habían dejado de lado. Y me tomé la libertad (perdón por la ironía) de tratar de ajustar al original los títulos de dos o tres de esas traducciones. Por último estandaricé en todas ellas, y en las mías –puesto que yo mismo traduje el tercio que aún no lo estaba–, la mención de América Latina: al igual que muchos otros europeos, Böll propendía al uso de la expresión “Sudamérica”, no siempre, pero sí las suficientes veces como para que resultase desconcertante en el contexto.

Aquí debo señalar que en la selección, además de por un zoom personalísimo, me dejé guiar por una óptica que llamaré hispanoamericana, y así, entre los treinta y tres trabajos elegidos, figura una decena que guardan relación con América Latina y con España. No son, desde luego, los únicos textos suyos donde se encuentran referencias a nuestro mundo: puedo acordarme al menos de otra decena en donde son constantes las menciones de Salvador Allende, el Che Guevara, Ernesto Cardenal, Camilo Torres. Hay, además, un dato anecdótico interesantísimo acerca de la relación que el autor de Opiniones de un clown mantenía con Latinoamérica, y es que el departamento de radioteatro de la WDR [Radio Colonia], le encargó allá por 1979 la versión radiofónica del drama incaico Ollantay: Böll se limitó a elaborar un “borrador de trabajo” de sesenta y dos páginas (del que poseo una copia) sobre el cual no volvió nunca; era evidente que no le satisfacía el final feliz del viejo drama y no veía modo ni manera de reestructurarlo sin falsear el original.

Así, pues, en mi antología, que es la única integral que existe de la obra de Böll en castellano, y que vio la luz en La Paz, Bolivia, en 1995, pueden leerse el ya citado cuento “Recuerdos de un joven rey” (donde el depuesto monarca, que se ha unido a una tropa circense, descubre en un museo de Madrid, en una vitrina dedicada a su dinastía, un cuaderno escolar suyo con aquella frase plagada de faltas de que hablé más arriba); y se puede leer también el precioso cuento “Viajas demasiado a Heidelberg” (cuyo protagonista tácito es el exilio chileno en Alemania durante la dictadura del felón Pinochet); y el texto titulado “Recordando a Las Casas”; y el prólogo al libro Si se me permite hablar... Testimonio de Domitila, mujer de la zona minera boliviana (editado por su hijo René en una pequeña y valiente editorial que fundó por aquellos años, el sello Lamuv); y un poema dedicado a Ernesto Cardenal cuando éste cumplió sesenta años.

Heinrich Böll y su familia. Fuente: www.johnnydepp-zone

And last but not least, mi antología incluyó el texto completo de una entrevista que le hice el 26 de noviembre de 1982, para la Radio Deutsche Welle, donde me desempeñé como redactor cultural desde 1965 a 1999, ambos inclusive. Ocurre que allá para 1982 Böll ya estaba muy cansado de todo, hastiado, descorazonado, de reflexionar acerca de la evolución general del mundo, pero sobre todo acerca de la de Alemania de un modo harto personal. No dejaba de aparecer en las grandes manifestaciones contra el estacionamiento de ojivas atómicas, ni de solidarizarse con Los Verdes (partido que acababa de iniciar su andadura), ni de emitir su opinión sin andarse por las ramas cada vez que lo pedían las circunstancias... pero eludía las entrevistas y casi no concedía ninguna.

Fue justo en esos momentos que un día, conversando con René y su esposa ecuatoriana, Carmen Alicia, le dije a él: “Tu padre ya no concede entrevistas y me parece muy bien, porque debe de estar harto, y con razón. Pero Don Enrique [como siempre lo llamé, y así se titula mi antología] es uno de los pocos escritores europeos que sabe algo, y que lo sabe a fondo, de América Latina y de la literatura de ese continente. Y jamás se le ha hecho una entrevista sobre esos temas, ¿no te parece que es una pena que no quede reflejo de lo que él piensa sobre ellos?” René estuvo de acuerdo conmigo y me prometió hablar con su padre al respecto. Un par de días más tarde me llamó por teléfono a la redacción y me preguntó: “¿Puedes venir el viernes a casa, a eso de las seis de la tarde, con una grabadora?”

De aquella entrevista transcribo acá, para cerrar este artículo, un par de fragmentos que creo que se cuentan entre las reflexiones más originales que se hayan hecho, por un europeo, acerca de lo que es América Latina. La traduje de manera absolutamente literal, e íntegra, razón por la cual en ella se advierte cómo es que Böll pesa y mide lo que dice, no le importa repetirse, pero sobre todo, sobre todo, siempre desea saber al final si su interlocutor ha entendido lo que quiso decir.

Jamás en la vida olvidaré la mezcla de esperanza, de humildad y de asumido escepticismo que se encerraba en cada uno de sus “¿Me comprende?”:

–Hace poco, en su última estadía en Alemania, Borges repitió por enésima vez que los latinoamericanos, en el fondo, son europeos de Ultramar. ¿Qué piensa usted al respecto, cómo cree que ello –si es que fuera verdad– ha influido sobre la literatura de América Latina?

–Creo que en ella existen elementos europeos, digamos que impuestos –en el sentido de inserción forzosa– por la colonización, por la evangelización. Pero pienso que se ha desarrollado algo muy, muy propio, muy genuino, que no es europeo ni tampoco tiene que ver con problemas europeos. Mi impresión es que en ella se mezclan bastantes elementos, pero que la dominante es específicamente latinoamericana. Por cierto que los europeos también somos hijos de una colonización. Nosotros, los alemanes, lo somos de todos modos, y los de esta zona de la Renania de una manera muy especial. Somos el producto final de la colonización romana, que fue dolorosa pero que hizo que fuésemos lo que somos. En realidad somos colonizados, y el nombre de la ciudad en la que nos encontramos ahora es algo que lo dice expresamente: Colonia, fuimos una colonia. En ello no veo nada denigrante, y después de cuatro, cinco siglos de colonización de América Latina, no es la influencia europea un elemento perjudicial para lo específico latinoamericano de la literatura del continente. Sucedieron cosas que fueron terribles, dolorosas: la Conquista y, vinculada a ella, la cruel evangelización. Y sin embargo, también llegó forzosamente de Europa lo que con seguridad era digno de ser asimilado, de ser integrado. ¿Me comprende?

–Sí, pero no sólo llegó aquello que era digno de ser –para emplear su misma expresión– “transportado”, también otros elementos muy negativos, por ejemplo el militarismo, el machismo, tan españoles, y ahora tan latinoamericanos.

–Sí, ya dije que no sólo veo cosas buenas en ello. La ridiculez, la absoluta ridiculez de la parafernalia militar es (diría yo) una España simiesca, ¿me comprende?, si-mi-es-ca. ¡Cuando veo cómo discurren esos desfiles! ¡Y esos uniformes!, como una función de marionetas..., eso también es europeo. Pero con el idioma europeo, con el español, llegó igualmente al otro lado el espíritu español en lo que no era negativo. Del mismo modo que nuestro idioma está lleno de palabras latinas, del mismo modo asimilamos también algunas cosas absurdas de los romanos. Por ejemplo, la destrucción del derecho germánico, que comparado con el romano era mucho más democrático. Todas esas son cosas que las hemos incorporado a través de la colonización.

–¿Por qué le parece que es tan difícil encontrar un sentimiento religioso en los autores latinoamericanos?; ¿por qué, cuando se enfrentan a la problemática religiosa, lo hacen casi siempre desde un planteamiento satírico?

–Me parece que, teniendo en cuenta la historia de América Latina, es algo inevitable. Quienquiera que se considere vinculado al continente, formando parte de él, no puede aceptar el papel desempeñado por la Iglesia hasta hace, digamos, unos diez años. Pero tengo la impresión de que lo religioso, quizás incluso lo católico, regresará purificado a nosotros algún día, desde América Latina, ese continente cruelmente evangelizado. Lo que veo, lo que oigo de los pocos sacerdotes y obispos verdaderamente comprometidos de América Latina, me da la impresión de que el cristianismo tal vez comience algún día. También aquí. ¿Me comprende?

–Creo que sí. Y usted, ¿cree usted posible que se produzca alguna vez una influencia de la literatura latinoamericana en la europea?

–Sí, cuando se conozca de veras acá, podría llegar a tener más influencia que la que ejerció sobre nosotros, después de 1945, la literatura estadunidense. Naturalmente estuvimos influidos por Hemingway, Faulkner y todos los grandes; Dos Passos también. Fue una suerte para nosotros, una especie de liberación de una literatura alemana cuyo carácter era bastante penoso. Y si la literatura latinoamericana es tomada en serio, como se merece, creo que puede llegar a tener esa eficacia liberadora.