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Repudio a la intolerancia (II Y ÚLTIMA)
En memoria de Jaime y Daniel
A raíz de esas lamentables expresiones de homofobia que se resumieron hace dos semanas en marchas que tramposamente llamaron sus organizadores (ligados a congregaciones tan autoritarias como el Opus Dei en Guadalajara) “por los niños” para tratar de incidir en lineamientos legislativos acerca del matrimonio entre personas del mismo sexo ya sancionado por la Suprema Corte de Justicia de la Nación, sostuve varias discusiones con algunos de sus participantes y organizadores. Se ve que intentan de varias maneras disimular lo que palpita al fondo de toda la parafernalia de protesta social con que disfrazan el verdadero motivo de su irritación: su propio tradicional rechazo a los homosexuales y lesbianas. Pero en el ínterin brotan expresiones que realmente me asombran. “Debemos rechazar culturas extrañas”, dicen unos, como si la homosexualidad en México nos fuera inoculada del extranjero. Y lo más preocupante es que hay quien lo cree de facto, sumando a sus incordios un chovinismo regionalista harto cuestionable y un componente xenófobo aberrante. “Debemos defender nuestras tradiciones”, dicen otros, como si el matrimonio igualitario fuera a atentar contra las peregrinaciones a la virgen de Zapopan o hacer que desaparezcan jericallas, tortas ahogadas o el lienzo charro. Como si la canción ranchera fuera feudo heterosexual (¿cuántos charros homosexuales habrá todavía en el clóset?). “Somos una sociedad clerical, con creencias fundamentalistas”, han llegado a afirmar, orgullosos de su pedestre cerrazón y un fanatismo obtuso de característica indolencia ante el conocimiento y refractario al pensamiento científico. Pero no creo que se trate mayormente del ideario fundamentalista, ni de la preservación de la cultura ultramontana, ni de la protección nacionalista contra los embates de la extranjería contracultural, sino de la simple homofobia tapatía que también llegué a ejercer cuando fui adolescente en Guadalajara. Allá según parece, el liberalismo del XIX y las Leyes de Reforma pasaron de noche. Increíble que varios de los que acompañaron a Juárez en la dura tarea de quitar al clero del poder político llevaban en 1850 décadas de adelanto social a algunos de nuestros connacionales en pleno 2015.
Creo que es mucho más importante la libertad humana que la opinión de una comunidad religiosa sobre cualquier asunto. Los homosexuales no andan buscando a la familia católica para perjudicarla en nada, es hora de dejar ya esa paranoia enfermiza. En cambio, quienes piensan en términos segregacionistas sí son una amenaza para ellos. Ahora son los homosexuales. Antes fueron los judíos, los ateos, los comunistas, los indígenas o los negros. Como fue el rock, el jazz, el pasodoble o el desnudo en el arte… A la reacción ultracatólica nunca le ha faltado el petate del muerto con que espantarse. Creo que no debemos quedarnos callados ante la constante injerencia de la Iglesia católica en asuntos que no le atañen. Así como la clerecía desde Roma se siente con ínfulas para meterse en la vida ajena y en la legislación de un Estado soberano, así tenemos también todo el derecho a opinar al respecto y defender los derechos que creemos que ese mangoneo constante del clero vulnera. Y si a la feligresía católica, mexicana, y particularmente la tapatía que todo les aplaude a esos clérigos metiches no le parece, pues es bronca de esa feligresía. Bienvenidas sus opiniones al respecto pero ojo: si la Iglesia católica se mete con los derechos ajenos, su injerencia se vuelve cosa pública y en ese terreno todo es debatible en dos vías, aunque a los católicos no les gusta que les repliquen. Si dejan el atrevimiento injerencista y se dedican a sus ritos en la seguridad de sus recintos, pues el asunto queda entre católicos. ¿Por qué siempre se ha sentido el católico con derecho a catequizar, por ejemplo, pero no soporta que ello se le cuestione?
Como mi pensamiento no lo norma un credo religioso fundamentado en prejuicios al respecto, me niego a aceptar que sean ellos, los creyentes, quienes se impongan contra una agenda política que busca una visión más amplia e incluyente de la sociedad. Lo mismo con sus continuos embates a la educación laica, o su empecinamiento de enquistar capellanías religiosas, por ejemplo, en las fuerzas armadas. Precisamente combatir la intolerancia es un punto de partida para hacer, qué paradoja, un mundo más incluyente. Repudiemos el discurso del odio y reconozcamos su jeta detrás de velos blancos, encajes y globos de colores azul y rosa.
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