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Verónica Murguía
El respeto y el miedo
Para Tania Huerta
Antes que nada, dos definiciones del Pequeño Larousse. Primero, miedo (del latín metus). Sentimiento de inquietud causado por un peligro real o imaginario. La segunda: respeto (del latín respectus, atención). Veneración, reverencia. Homenaje.
Como se ve, estrictamente hablando no tienen que ver. Es verdad que el miedo impone obediencia y una de las acepciones del respeto es obediencia, pero no es lo mismo venerar que temer.
Me asomé al diccionario bajo la tristísima impresión que me ha causado el ataque al semanario satírico francés Charlie Hebdo. Como sabemos, tres hombres armados irrumpieron en las oficinas de la revista y dispararon al director Stephane Charbonnier, a los caricaturistas Cabu, Tignous y Wolinski así como al economista Bernard Maris. También mataron a policías. Doce muertos. Esto para vengar las “faltas de respeto” en las que había incurrido el semanario, ya que en Charlie Hebdo se hacía burla del Islam radical. Los extremistas, como lo han demostrado, solucionan sus asuntos matando a quienes no los respetan.
Charbonier, apodado Charb, había declarado; “No tengo miedo de las consecuencias. No tengo hijos, esposa o crédito. Suena, quizás, pomposo, pero prefiero morir de pie a vivir de rodillas.” Una actitud tan desafiante, de un hombre cuya sola arma eran sus dibujos, sí suscita respeto.
El respeto se opone al miedo, surge de lugares muy distintos del ser. Lo que un extremista provoca es miedo. El respeto, qué pena, se gana con otras conductas que poco se parecen a matar con ametralladoras a personas desarmadas. Además, la falta de respeto tal y como la describen los musulmanes extremistas, no es dañina para nadie excepto el ego de los fanáticos.
La historia reciente del extremismo musulmán se puede leer como una heterogénea lista de crímenes contra civiles –niños, incluso, como aquellos 132 que murieron el 16 de diciembre de 2014 en Pakistán– que tiene como único elemento en común la desobediencia “irrespetuosa” de las víctimas. Yo no entiendo: si Dios es todopoderoso, invulnerable al tiempo y creó el universo entero, ¿qué le puede hacer un chiste? Menos que nada. El chiste más ofensivo es inocuo si lo comparamos con el daño que hacen las armas. Yo no creo que las blasfemias, en la religión que sea, hayan tenido consecuencias para alguien aparte del blasfemo, quien suele pagarlo caro.
En México, la primera vez que criminales expusieron las cabezas cortadas de sus enemigos, en este caso el comandante Mario Núñez y el policía Alberto Ibarra, lo hicieron, si mal no recuerdo, el 20 de abril de 2006 en el martirizado estado de Guerrero. Aparecieron clavadas en una reja, con el letrero en el que se leía: “Para que aprendan a respetar.” Si alguien se pusiera a revisar los narcomensajes que los sicarios acostumbran dejar cerca o sobre sus víctimas, nos daríamos cuenta de que una de las palabras más usadas es, precisamente, respeto. Es como si los criminales estuvieran obsesionados con el respeto y sus estribaciones. Supongo que por respeto entienden la obediencia sumada al servilismo, a la adulación y el terror. Pero la consideración que se debe a la vida, esa no importa.
En El Padrino III, el personaje Joey Zasa, interpretado por Joey Mantegna, conspira y hace matar a la mayoría de los jefes de las familias de la mafia italiana porque, claro, no lo respetan. Lo que sigue es un baño de sangre que termina con la muerte del mismo Zasa durante una procesión.
Plutarco cuenta que cuando Alejandro Magno de Macedonia fue a India, se entrevistó con los gimnosofistas, llamados así porque eran sabios e iban desnudos. Una de las arduas preguntas que el conquistador macedonio hizo a los filósofos indios fue la siguiente: “¿Cómo podría ser el más amado entre los hombres?” Que esta pregunta surgiera de un general que supo cómo concitar la lealtad más fervorosa es muy revelador, aunque no tanto como la respuesta: “Que siendo el más poderoso, no se hiciese temer.”
Sería preferible que estos asesinos, tan semejantes a Saza, dejaran a Dios fuera de sus asuntos. La blasfemia los enoja debido a las circunstancias de sus vidas. Sienten que su honor y el de Dios son lo mismo. Alá, Cristo, la bandera, la patria, el cártel y hasta el equipo de futbol funcionan como abstractas extensiones del yo, del ego. Es imposible respetar eso. Y miedo, sí: a cualquiera que esté armado y tenga vacíos el cerebro y el corazón.
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