Al pobre diablo
Ilustración de Juan Puga |
Juan Manuel Roca
Al hombre anclado en la esquina del olvido, al hombre escupido por viejos matones de barriada,
Al jubilado de sí mismo, al muchacho humillado que se esconde detrás de su acuosa mirada,
Al que estorba en la fiesta de los audaces, a los que no han tenido oficio conocido y no podrían balbucir el retrato hablado de su madre,
A los que siempre parecen estar en otra parte, al que escapa de las miradas cuando lo buscan en el parque como pasto de burlas,
Al confinado al cepo del silencio en la ronda nocturna de los sabios, al que tartamudea como una vela encendida,
Al que está a punto de abrir la puerta de emergencia que conduce a un pasadizo de ingreso al otro mundo,
A la oveja negra de la familia que picotea fármacos y grajeas para intentar espantar la jauría de sus miedos,
Al sumo sacerdote de la religión de las derrotas, a los despreciados por sus espejos, al que prefiere ser prófugo de su cuerpo antes que ser su propio carcelero,
A los que ignoran qué responder cuando preguntan “¿quién anda por ahí?”, al que “le daban duro con un palo y duro también con una soga”,
Al que cambiaría el becerro de oro por una charla con parias y tenderos, al aturdido, al turulato, al pestífero que pregunta en qué lugar queda la vida,
Al incierto cuya sombra cojea más que su cuerpo, a los que han sido más pateados que el balón de una escuela, al sospechoso de todas las aduanas por su morral lleno de vacío,
Al que no logra ser jinete de sí mismo, a los que ejercen el papel de niños clandestinos y sólo juegan cuando no los obligan a mendigar,
Al hereje hecho a imagen de nadie, a los abucheados por la multitud en un país de dioses abolidos,
A los que desafinan en el coro, al que suena como el platillo de una batería que cae en el silencio de un velorio,
Al imprudente que no espera a que el flautista de Benarés duerma la cobra para mirarla a los ojos,
Al hombre de cristal que atraviesa en medio de una pelea entre dos bandos de picapedreros,
A los desobedientes que quisieran confinar en un rincón del museo del olvido, al que nadie espera al regreso de la guerra,
A los que desalojan de su casa y luego expulsan para siempre de su cuerpo, al espantapájaros burlado por el cuervo,
Al portavoz de sí mismo que odian los feligreses de todos los partidos, al que conducen a la comisaría mientras grita que la civilización es “puta vieja y desdentada”,
Al que jugó su corazón y se lo ganó la violencia, al que intenta dormir “en la carreta que lo conduce de la cárcel al patíbulo”,
Al perseguido que pretende esconderse en el poema de un gitano y al gitano que pretende esconderse tras la sombra de un violín,
Al impulsado a la plaza del escarnio, al asediado por la jauría de Salieris de parroquia que le ladran a su sombra,
Al calumniado por los sacristanes de la envidia que lo maldicen en la lengua de los muertos,
A los que no extienden su sombrero para pedir migajas de milagro, a los que están en la mira de los hacedores de villanos en los diarios y en las redes policiales,
Al que sólo conoce la lengua del silencio, al que llevan al tribunal por negarse a vestir el uniforme de la muerte,
Al que devela la miseria que ocultan los himnos, a los hombres acosados que sospechan que todas las ventanas del mundo están a punto de saltar al vacío,
A los desplazados y sus muros de aire, al boxeador que cae a la lona sacudido por un gancho de derecha,
A los locos del pueblo que cruzan enfundados en una capa de harapos como reyes miserables,
Al que se niega a escuchar el canto de los vendedores de humo, al gato escaldado por el carnicero, al caballo espoleado por el miedo,
Al sin suerte que practica el tiro al blanco y siempre atina en el centro del error, al niño solitario que espía la vida a través de los cerrojos,
Al aguafiestas. Al que llega tarde a su propio velorio. A los poetas enjaulados por todos los tiranos
Les dedico esta ronda de palabras sin blasones: algo de ellos convive sin remedio en mi pellejo.
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