Marco Antonio Campos
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Las cenizas de RBN: Durante los últimos meses de 2012 urgía a mi amigo Joaquín Diez-Canedo Flores, entonces director del FCE, para que saliera la obra poética de Bonifaz Nuño. “No puede morir sin verla”, insistía. En enero de 2013, el mes más fúnebre para los escritores mexicanos, al fin salió. Meses antes había comentado a Paloma Guardia, la asistente de Bonifaz, que era esencial que el maestro tuviera en sus manos la edición. Le expliqué que para un poeta lo más valioso, antes de morir, es dejar publicada su poesía. Saber que lo más íntimo de él, convertido en música verbal, permanecerá en la Tierra. El azar y los dioses ya sabrán qué plaza darle dentro de las promociones venideras.
Visité a Bonifaz Nuño por última vez en diciembre de 2012 en el modesto cuarto de su modesta casa en el barrio popular de San Bernabé Ocotepec. Lo encontré sumamente débil y enflaquecido. “Le queda muy poco”, me dije. Llevaba acostado en cama desde finales de agosto. Estaba lúcido pero sin ilusiones. Le dije que era inminente la salida en el FCE de su poesía completa. Como otras veces, me repitió que no tenía ningunas ganas de vivir, pero había seguido en la batalla por la mucha gente que dependía de él. “Quedó a medias la traducción de Marcial, le quedo en deuda”, repuso a una última pregunta. Luego de veinte minutos, pidió a la enfermera que me acompañara a la puerta de la calle.
Cuando en enero Paloma Guardia tuvo los primeros ejemplares en la mano, como todos los días fue a su casa, y en su cuarto, de pie frente a la cama, le contó que había salido su poesía completa, le explicó cómo era la edición y Bonifaz Nuño, en su infinito cansancio, íntima y hondamente, comprendió el significado y dio las gracias. Paloma puso los tomos al lado del lecho, sobre el buró, que lo acompañaron hasta el 31 de enero a las 18:20 horas cuando se alejó y se despidió del mundo.
Antes de incinerar el cuerpo, en una bella intuición, Paloma puso sobre su pecho los libros. Juntos, Bonifaz y su poesía ardieron, y ahora, en el largo allá, en la casa de la noche, donde el tiempo no niega las estrellas, juntos también platicarán día tras día de los deleites e infortunios del amor, sabiendo que en lo último del último horizonte hay una mujer a quien se amó y no se olvida.
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Obras completas de Manuel Acuña: Por su espléndido diseño, los dos tomos publicados de la obra y sobre la obra de Manuel Acuña por la Secretaría de Cultura del Gobierno de Coahuila y Conaculta me remiten a las bellísimas ediciones artísticas de biografías y ensayos italianas, francesas y alemanas.
En ambos tomos encontramos, entre otras cosas, toda la poesía; las correcciones de Acuña a sus poemas en donde se muestra que la gran mayoría de las veces mejora los versos en el retoque final; fotografías y grabados de Acuña o relacionados con él; el poema en que Eduardo Lizalde recrea el “Nocturno” a Rosario para adaptarlo modernamente; rescates, como la “Romanza para Mezzosoprano”, compuesta a finales del siglo XIX por Eduardo Figueroa Orrantia, a partir del poema “Lejos de ti”, y de la que ignoro si esté grabada; la traducción de Samuel Beckett del mejor poema del saltillense, “Ante un cadáver”, de la cual la poeta regiomontana Diana Garza Islas busca mostrar cómo el poeta y dramaturgo irlandés logró que se correspondiera con el espíritu del original; las páginas de recuerdos de Juan de Dios Peza donde narra aquella ocasión en que, en el cuarto de becario de Acuña en la Escuela de Medicina, un grupo de amigos escribió sobre un cráneo humano que estaba sobre una cómoda, y sobre el cual Acuña redactó una cuarteta memorable: “Página en que la esfinge de la muerte/ con su enigma de sombras nos provoca./ ¿Cómo poderte descifrar si es poca/ toda la luz del Sol para leerte?”
Se incluyen en el libro ensayos de Evodio Escalante, Julián Herbert y Ernesto Lumbreras. El de Escalante, “Manuel Acuña y los abismos del pensamiento”, es quizá el mejor ensayo escrito sobre el saltillense de las últimas décadas. En él hay una crítica a los críticos, como a José Rojas Garcidueñas, con su insoportable actitud conmiserativa ante la obra y la figura del saltillense, y a José Luis Martínez, quien nunca comprendió a Acuña. Escalante hace asimismo un análisis muy inteligente tratando de mostrar con buen número de ejemplos el obsesivo ateísmo y la fijación por la muerte del joven saltillense.
Se incluyen también el ensayo de dos poetas que frisan entre los cuarenta y dos y los cincuenta años. Julián Herbert juega con el ejercicio literario de la triple posibilidad sobre el suicidio de Acuña, y Ernesto Lumbreras se detiene ante todo en los poemas preferidos de poetas y escritores que han trabajado la obra de Acuña, y en el significado de la tragedia.
Una bellísima edición que mucho merecía Acuña. |