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Nueva York en fade out
In memoriam René Peñaloza
En la Avenida Bowery, cerca de los sandwiches de Katz, está el Bowery Electric, un bar en cuyo sótano se presentan bandas de jazz y rock antes de que, noche a noche, su foro se convierta en discoteca. Dos casas a la izquierda, transformado en una tienda de ropa y música “alternativas”, se halla el local que albergaba al CBGB, nido de la música punk y de vanguardia en los setenta y ochenta. Sí, hablamos del Lower East Side de Manhattan, allí donde hace apenas veinte años era imposible caminar sin sentirse amenazado. Allí donde prostitutas y adictos reinaban empujando a los turistas hacia el Midtown y donde, poco a poco, los jóvenes artistas fueron creando un bastión que terminaría derrotado por la imbatible gentrification. ¿Conoce el término, lectora, lector? Una década antes del punk, el área de rebelión ideológica se situaba un poco arriba, en el Washington Square de la Calle 4, donde hippies y cantautores protestaban por la guerra en Vietnam. Allí está la Universidad de Nueva York, rodeada por bellos edificios que hoy reciben a una Quinta Avenida arrogante, estirada paso a paso desde Central Park. A poca distancia solía estar el Bottom Line, donde tantos y tantos músicos importantes tocaron, donde las cosas también eran harto distintas antes de que, sí... ganara la gentrificación y la música callejera se fuera a ninguna parte, cortesía de alcaldes de derecha cercanos a los bienes raíces y a un poder policíaco irrestricto: Giuliani y Bloomberg. Sobre ello hablamos con algunos artistas de estas latitudes. Joe Mendelson, músico e ingeniero de sonido amante de México (“de esa energía que Nueva York ha perdido”), asegura que a lo largo de cien años, de finales del siglo XIX a finales del XX, la Bohemia del Greenwich Village fue desapareciendo dejando sus vestigios a los turistas y millonarios, algo que vino a empeorar el internet, pues los freaks, los raros, dejaron de buscar un espacio donde reunirse cara a cara. “No más Edgar Allan Poe, ni Miles Davis ni Lou Reed caminando, interactuando por el lado salvaje”, dice. Bryan Zwirsky, manager de The Sonics y promotor de rock y punk en Nueva York desde los tiempos del CBGB, recuerda con melancolía cuando siendo niño su madre le decía, “no vayas más allá de la Calle 93 al norte, ni de la 14 al sur, pues puede pasarte algo malo”. Ahora él vive con su familia en un barrio de inmigrantes fuera de Manhattan, en Brooklyn, donde espera no ser tocado por la “modernización”, por el falso “renacimiento” que impide el desarrollo de negocios pequeños, esenciales para la vida de colonias y zonas populares. Y es que, actualmente y como se puede leer en algunas entrevistas del cineasta y activista negro Spike Lee, enormes zonas de Brooklyn, Harlem y el Bronx, antes famosas por su criminalidad, están siendo reconfiguradas en una –aún más peligrosa– gentrificación que manda en avanzada a músicos, artistas, chefs sedientos de legitimidad y vida barrial para calentar la zona y hacerla “hip” y, más tarde, perderla a manos del mercado que diluye la cultura local. Así es como los hipsters que hicieron de Williamsburg un punto fundamental para la vanguardia sonora, terminaron siendo desplazados por un fenómeno grotesco que está reproduciéndose en ciudades de todo el mundo. En México: el Distrito Federal (Escandón, San Miguel Chapultepec, Centro), Monterrey (Barrio Antiguo), Guadalajara (Zapopan), Chiapas (San Cristóbal), Veracruz (Tlacotalpan). Resumamos el proceso de gentrificación: una zona urbana de clase media baja recibe a artistas que necesitan espacios y no tienen dinero. Al poco tiempo algunos de esos artistas abren un café, una galería, un foro, todavía integrándose con los habitantes del área. Todo bien hasta que el barrio empieza a ponerse de moda y a ser atractivo para inversionistas que, claro, necesitan autenticidad al presumir su propio carácter ante clientes, nuevos pobladores y turistas que desean “legitimidad”. Después las rentas se disparan y la gente común y los artistas son desplazados a otro sitio y el fenómeno comienza de nuevo. Así las cosas, y para terminar en fade out, es triste ver cómo en los últimos cinco años desaparecieron las tiendas de instrumentos de la Calle 48, la maravillosa librería sonora Colony de la Sexta Avenida, muchas disquerías del Village e incontables clubes que se suman a los daños de esta explosión que en cámara lenta va empujando o destruyendo la vida de barrio, allanando el camino de las cadenas y megacorporaciones, ésas que construyen nuestra tenebrosa sonrisa global. Buen domingo. Buena semana. Buenos sonidos.
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