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Breve recuento alrededor de la generación
mexicana del Medio Siglo
La llamada generación mexicana del Medio Siglo representó un florecimiento insólito dentro de la literatura y otras actividades artísticas e intelectuales de nuestro país. Para esto, se sumaron el talento, la originalidad y la diversidad, pues dicha generación es tan amplia que, más bien, cabe pensar en un gran número de grupos cuyos integrantes nacieron entre 1920 y 1939. Además, a ella se agregaron los hijos de los exiliados españoles que llegaron durante el régimen de Lázaro Cárdenas. La nómina de dicha generación es muy amplia e incluye a narradores, poetas y ensayistas: Salvador Elizondo, Juan García Ponce, Sergio Pitol, Jorge Ibargüengoitia, Inés Arredondo, Juan Vicente Melo, Huberto Bátis… Muchos de ellos fueron iconoclastas, irreverentes, cinéfilos “de no muy buenas costumbres”, según José de la Colina; fue “la generación alcohólica”, a decir de Juan García Ponce. Un segmento fue la que en los años sesenta convirtió a la Casa del Lago en uno de los centros más destacados de la vanguardia artística.
Algunos de los autores fueron compañeros en la Universidad Nacional, sobre todo en Mascarones, de lo cual queda evidencia en la llamada Antología Mascarones, dedicada a los poetas: Inocencio Burgos, José Pascual Buxó, Luis Rius, César Rodríguez Chicharro, Tomás Segovia, Jesús Arellano, Héctor Azar, Rosario Castellanos, Dolores Castro, Luisa Josefina Hernández, Margarita Paz Paredes y Jaime Sabines. Posteriormente, surgió una publicación emblemática la Revista Mexicana de Literatura, donde colaboraron Carlos Blanco Aguinaga, Tomás Segovia y Carlos Fuentes; más adelante, el mismo Segovia fue integrante del grupo que configuró el segmento conocido como de la Casa del Lago, y García Ascot se enfiló como crítico de artes plásticas y de cine en diversas revistas mexicanas.
Para la literatura, después de varios años con fiestas de balas, Pérez Jolotes y dioseros, no parecía haber más camino que la reflexión nacionalista. Los mismos José Revueltas y Rosario Castellanos se acercaron a la literatura del momento con obras como Dormir en tierra y Oficio de tinieblas, aunque su mirada no fuera complacientemente folclorista o costumbrista. Después de la condenación gritona del “universalismo” desde los foros de los años veinte, de la caricatura de los intelectuales disidentes en los murales públicos y del dictamen de afeminamiento de cuanto oliera a malinchista, el trabajo de muchos autores quedó, si no en el relegamiento, sí en los márgenes del “camino mexicano”.
Visto desde el tiempo nacionalista, parece difícil entender cómo se llegó a los cambios ocurridos en la literatura de los cincuenta y cómo La región más transparente fundó una modernidad narrativa. Sin embargo, hay una línea ancilar que viaja desde algunos autores del Ateneo de la Juventud, pasa por Ramón López Velarde y el grupo de la revista Contemporáneos, más adelante a los de las revistas Taller y Pan y, finalmente, desemboca en 1958, cuando el Fondo de Cultura Económica publicó la primera novela de Carlos Fuentes. Aparte de los autores en los que este autor fue abrevando con sus lecturas, son insoslayables los antecedentes de otros que prepararon en México la madurez narrativa y conceptual de dicha obra: Julio Torri, Martín Luis Guzmán, Alfonso Reyes, Octavio Paz, Juan José Arreola y Juan Rulfo. Los perfiles de esa línea muestran que el conflicto entre “nacionalis-tas” y “universalistas” no fue una desavenencia de temas sino de maneras, pues los últimos también escribieron acerca de México, sólo que sin el carácter propagandístico de los primeros y sin la intransigencia de sus posiciones. De hecho, el acercamiento al país estaba más tamizado por la perplejidad que por la certidumbre y más por el sano apoyo en los autores de otras latitudes que por la autosuficiencia de las “raíces”.
Cuando Fuentes publicó La región más transparente, ya existían las condiciones para que una novela como ésa tuviera los alcances que le son peculiares. Desde el punto de vista cronológico, La región más transparente es una de las últimas obras de la serie que, en los cincuenta, ejerció la ruptura con la tradición nacionalista de México; sin embargo, desde el punto de vista de lo que inauguró, al sintetizar una tradición que llegó a ella y al descubrir nuevos territorios, fue la primera de otra serie en la que los escritores jóvenes (incluido el propio Fuentes) fundarían el camino de lo que se puede considerar la modernidad literaria del país.
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