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De villanas
Roberto Saviano bien pudo haber nacido en Acapulco en lugar de Nápoles. La novela que lo catapultó a esa fama que hoy maldice (y lo arriesga a una ejecución decretada por la delincuencia napolitana, la Camorra), Gomorra, bien pudo titularse Iguala o Cocula. Y no es que se trate acá de trivializar la tragedia que ha vivido Guerrero cuando a raíz de la balacera en que fueron asesinados y luego desaparecidos estudiantes de la Normal Rural Isidro Burgos de Ayotzinapa, esa nueva suma de atrocidades a las muchas que acumula en tan breve tiempo el fallido gobierno de Enrique Peña Nieto (siguen inexplicados la masacre de Tlatlaya o el vergonzoso asunto de la casa blanca de Las Lomas, y persiste a pesar del discurso triunfalista la caída libre de la economía y más lejana cada hora la bonanza prometida por sus contrarreformas), Ayotzinapa adquirió un lamentable reconocimiento internacional. Se trata de reiterar el estribillo de que realidad supera ficción. Aunque esta a veces logra imitar aquella casi a perfección.
En la obra de Saviano descuella la esposa del boss del clan Savastano, Immacolata Savastano, Donna Imma. Parece un clon –la actriz Maria Pia Calzone, caracterizada para su personaje, guarda un enorme, inadvertido parecido físico– de “nuestra” María de los Ángeles Pineda Villa, Lady Iguala, la esposa del depuesto y encarcelado edil de Iguala, José Luis Abarca, quien fungía como fachada pública del presunto grupo criminal en el que en realidad, según las pesquisas de la autoridad (tampoco sólo por ello del todo confiables, si ya sabemos cómo se las gasta luego el aparato de la injusticia mexicana, pero en fin) dirigía y operaba ella: se dice que no se movía nada en Iguala y sus alrededores, ni un peso ni una piedra, sin la aprobación de Pineda Villa. Y que no es ningún secreto que profesaba un ardoroso aborrecimiento a “los ayotzinapos”, que es como buena parte de la pequeñoburguesía guerrerense llama, con matiz de evidente desprecio clasista a los estudiantes, famosos por su activismo político y sus tendencias rebeldes de confrontación ante las autoridades. Una de esas autoridades la constituían, precisamente, el narcisista Abarca –cuentan que tiene la insufrible manía de verse en el espejo todo el tiempo, de que se rodeaba de espejos en su oficina y en su casa, a saber si ello para nutrir una abigarrada leyenda urbana– y su fría mujer, no solamente por la alcaldía, sino por la red de lavado de dinero al parecer producido por el narcotráfico. Como se sabe, Pineda Villa es hermana de al menos tres reconocidos miembros del cártel Guerreros Unidos y sus propios padres fueron vinculados al cártel de los Beltrán Leyva (del que Guerreros Unidos es precisamente una escisión) que los convirtió en los ricos del pueblo, dueños de propiedades, joyerías y otros negocios y hasta un centro comercial. Quizá hay más propiedades que no han salido a la luz.
Guapas, las dos, Donna Imma y su cruel –y petulante– contraparte de nuestra triste realidad nacional, son dechado de crueldad y frialdad al calcular las consecuencias de que se sigan o se desobedezcan sus preceptos. Ambas mafiosas hacían gala de algún buen gusto al escoger maquillajes, atuendos, calzado, peinados y sobre todo joyas, todo ello sin embargo tirando un poco a un kitsch cándidamente provinciano.
Pero de cándidas ambas villanas, la de carne y la de papel (y luego celuloide, cuando Gomorra fue dirigida por Matteo Garrone en 2008; y más tarde, recién en 2014, en la televisiva Gomorra, la serie, producida por el mismo Saviano y dirigida en alternancia por los estupendos Stefano Sollima, Francesca Comencini y Claudio Cupellini) no tienen nada. Como dice Donna Imma cuando reúne a los jefes de los clanes competidores del suyo: “No se equivoquen porque soy mujer, también mato”.
A Pineda Villa en realidad no se la ha vinculado directamente con las desapariciones de los normalistas ni con la orden de tirotear autobuses que alguien dio a los policías-sicarios en Iguala y Cocula. Bastó escarbar en una vasta fortuna de muchos millones de origen inexplicable y encontrar montones de triangulaciones sospechosas de dinero evidentemente mal habido. Pero le fue bien, está en la cárcel, en un penal de alta seguridad en Nayarit. Perdió el maquillaje, el glamur y el miedo de la gente, pero conservó hasta ahora la vida.
A Doña Imma, en cambio, la acribillaron como un perro en una avenida concurrida, en un barrio elegante de su amada Nápoles y a plena luz del día.
Como si fuera México.
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