Portada
Presentación
Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega
Algo sobre
Rubén Bonifaz Nuño
y Manuel Acuña
Marco Antonio Campos
Enrique Semo: las
enseñanzas de la historia
Héctor Díaz-Polanco
Los desaparecidos
ya no lo están
Eduardo Mosches
La silueta
Lenin Guerrero Sánchez
Haití: intervencionismo
y hambre
Fabrizio Lorusso
Al pobre diablo
Juan Manuel Roca
Leer
Columnas:
Bitácora bifronte
Ricardo Venegas
Monólogos compartidos
Francisco Torres Córdova
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
De Paso
Guillermo Samperio
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
A Lápiz
Enrique López Aguilar
Cinexcusas
Luis Tovar
Directorio
Núm. anteriores
[email protected]
@JornadaSemanal
La Jornada Semanal
|
|
Miguel Ángel Quemain
[email protected]
Cómo escribir teatro, las pedagogías múltiples
Una asignatura pendiente en la dramaturgia mexicana es el trazo del árbol genealógico que han propiciado los últimos cincuenta años de su escritura en México. Cuando digo teatro me refiero no sólo a la potencia creadora de las ficciones, sino también a la posibilidad de hacer del teatro un horizonte de sucesos escénicos diversos que recorren géneros, estilos y abordajes temáticos en el orden de lo documental y testimonial y su diversidad genérica.
Fernando Wagner y Seki Sano son parte de una escuela que se caracteriza por el encuentro con el diálogo transmisor de la tradición artística. Con la tradicional distinción entre dramaturgia y puesta en escena contribuyeron a crear vasos comunicantes entre las distintas tradiciones de lo clásico y lo contemporáneo. Wagner, influido por la escuela rusa y por el teatro de Brecht, impuso una forma de rigor que consistía en pensar a México en un concierto de influencias y pedagogía.
La contribución decisiva de Seki Sano le dio una orientación nueva al teatro mexicano y sus enseñanzas tuvieron alto impacto en la escritora Luisa Josefina Hernández (una de las maestras de teoría dramática más deslumbrantes en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM), de quien puso en escena una obra, Los frutos caídos, en 1957, que fue polémica por lo que mediáticamente se consideró una abordaje melancólico, depresivo y pesimista de México, aunque los cronistas de la época aplaudieron la dirección de Sano y la dramaturgia de Luisa Josefina.
Seki Sano |
Seki Sano formó actores y directores comprometidos socialmente, ya que su ruta artística estuvo modelada por su filiación comunista, misma que provocó que lo expulsaran de todas partes a donde llegó, aunque a donde iba llevaba la representación de la Organización Internacional de Teatro Revolucionario que lo llevó a Moscú, donde adquirió la enseñanza de Stanislavsky y Meyerhold durante tres años.
Después de varios periplos llegó a México en 1939 gracias a la política de asilo de Cárdenas, y se quedó hasta su muerte. Fundó la Escuela de Artes Dramáticas y su pedagogía se dirigió más a la educación del actor. Eso pasó también con Ludwig Margules, cuya pedagogía actoral exigía un pensamiento y una claridad semejante a la que se esperaría de un escritor, de un dramaturgo dedicado a la escritura de lo escénico.
Las pedagogías han incluido el aprendizaje de la crítica y la capacidad de análisis de textos sin que pasen por la puesta en escena. Es el caso de Sergio Magaña, contemporáneo de Luisa Josefina y Emilio Carballido. En cuanto a Salvador Novo, deslumbrante, su enseñanza fue el ejemplo y no pasó más allá de tirar línea a sus admiradores. Quienes sí continuaron y fundaron una tradición fueron, de modos distintos, Luisa Josefina y Emilio Carballido. Me atrevo a sostener que Ibargüengoitia aprendió mucho de las intuiciones dramáticas de estos dos jóvenes amigos suyos, tan cercanos entonces.
Los poderosos talleres de Leñero y Hugo Argüelles son/fueron los dos espacios creativos más importantes de la segunda mitad del siglo XX para el teatro contemporáneo, dueños de una gran capacidad para vislumbrar lo escénico como el destino de la poética dramatúrgica. Aunque Argüelles optó por controlar sus textos y fue eligiendo directores a los que pudiera dirigir.
La humildad de Leñero frente al trabajo del director permitió que sus obras se completaran en la escena. En ambos talleres circularon dramaturgos tan potentes como Sabina Berman y González Dávila, Víctor Hugo Rascón Banda y José Ramón Enríquez, tal vez los más relevantes de esa corriente que el destacado crítico e investigador Armando Partida llamó Nueva Dramaturgia, del que formaron parte otras originalidades como Óscar Liera y Carlos Olmos.
Ambos con una voz propia, Alejandro Licona y Tomás Urtusástegui tomaron de sus maestros la experiencia como talleristas y formadores de escritores. Proveniente de la escuela de Carballido y Tomás, heredera de Argüelles. Estela Leñero tiene uno de los talleres más consolidados no sólo por su capacidad literaria sino también por su capacidad de gestión para llevar a escena, publicar e incursionar en una manera total de abordar el teatro. Silvia Peláez, aunque de manera episódica, ha enseñado a través de cursos y no con la lógica del taller, hasta donde sé.
La publicación de Cómo escribir teatro, historia y reglas de la dramaturgia (Escenología, 2014), de Édgar Ceballos, motiva estás líneas que anticipan un recorrido por su propuesta.
|