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Una desesperanzada alegoría socialista:
Dos días, una noche, de los Dardenne
El cine de los hermanos Jean-Pierre y Luc Dardenne invariablemente trata acerca de complejos dilemas morales, del desempleo, de los problemas de la inmigración, el crimen y las penurias económicas de la clase obrera. Los autores de la premiada cinta Rosetta se han convertido en una especie de brújula de la decencia y el compromiso social en el cine internacional en un tiempo de cinismo y consumismo fetichista. Las películas que los Dardenne escriben, producen y dirigen tienen casi siempre un estilo de realismo social crudo que nunca se desliza hacia el panfleto ni el melodrama. Sus primeros filmes fueron documentales sobre la resistencia antinazi valona en Bélgica. Debutaron en el cine en 1978 con El canto del ruiseñor y en 1987 filmaron su primera cinta de ficción, Falsch, adaptación de una obra de teatro sobre el único sobreviviente de una familia judía exterminada en el Holocausto. Su obra temprana pasó inadvertida, pero alcanzaron la fama internacional con La promesa, en 1996. Su siguiente filme, Rosetta, de 1999, obtuvo de manera sorprendente la Palma de Oro en Cannes. Su película más reciente, Dos días, una noche estuvo nuevamente en competencia en Cannes, en 2014, y fue parte del programa del Festival de Cine de Nueva York.
Sandra (Marion Cotillard realmente sorprendente) trabaja en una pequeña empresa que fabrica paneles solares en Lieja, es madre de dos hijas y su marido trabaja como cocinero en un restaurante. Sandra tiene un colapso nervioso y se ausenta por una temporada de su trabajo. A su regreso descubre que sus dieciséis colegas han podido compensar su ausencia trabajando más, por lo que la administración ha decidido que su puesto es redundante. Así las cosas, se plantea a los empleados la elección: que Sandra recupere su empleo o que sea despedida, en cuyo caso ellos recibirían una prima de mil euros cada uno. En una primera votación los obreros eligen la prima. Sin embargo, algunos argumentan que la elección estuvo influenciada en su contra y logran convencer al director de la fábrica para volver a votar.
Sandra tiene entonces que sobreponerse a una nueva crisis emocional en un fin de semana, los dos días y una noche del título, para convencer, para rogar a sus compañeros que voten por ella. A pesar de que el flujo narrativo es pausado, como en los demás filmes de estos cineastas, la presión del tiempo y la ansiedad hacen que se sienta por momentos como un thriller, como una carrera vertiginosa.
Dos días, una noche muestra un desfile de personajes de la clase obrera que representan las posibles respuestas a la petición de solidaridad de Sandra, en las cuales se combinan en distintas medidas el egoísmo, la culpa y la solidaridad. Es muy significativo que la primera pregunta de todos es: “¿Qué han dicho los demás?” La protagonista debe hacer frente, uno por uno y en sus casas, a sus compañeros, y los cuestiona con humildad y comprensión. De esa manera Sandra nos introduce, a regañadientes y bajo el efecto de numerosos calmantes, en el microcosmos de la vida de un grupo de obreros que tratan de sobrevivir en una economía cada vez más hostil, en el tramado de familias dispuestas a sacrificarse por un colega y en la postura de personas que ven su premio como algo irrenunciable. Algunos se muestran desafiantes y otros avergonzados, pero la súplica de Sandra transforma a más de uno y los empuja a un descubrimiento de sí mismo. Este grupo de obreros evoca en gran medida a los personajes de los anteriores filmes de los hermanos y, en cierta forma, se antoja casi como una revisión de su obra, como un retorno a los seres generosos, crueles y ambiciosos que han poblado sus anteriores parábolas éticas. La depresión de Sandra refleja la depresión económica de su ciudad y de Europa. Es claro que la clase obrera europea, integrada en buena medida por inmigrantes de África y el Este europeo, se muestra en vías de extinción, aun en el dominio de la alta tecnología, como la industria solar. Resulta impactante que en ningún momento los obreros se plantean exigir sus derechos y simplemente aceptan la injusticia inmoral de la propuesta de la dirección.
Este filme es obviamente el trabajo más ambicioso de los Dardenne. Basta considerar que nunca antes habían empleado a una estrella de la talla de Cotillard y, a pesar de que no se alejan de los temas que siempre han tocado, crean un minucioso estudio de personajes, comenzado por Sandra, quien está en prácticamente todas las tomas y, si bien jamás se muestran complacientes, logran un filme que funciona como una desconsolada alegoría del socialismo, que a pesar de su desencanto también apunta hacia la esperanza.
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